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El reloj marcaba las siete con veintitrés de la tarde cuando Bjorn empujó la puerta del edificio y comenzó a subir las escaleras, como cada día. Su andar era pesado, no solo por el cuerpo grande que arrastraba tras una jornada agotadora, sino por el peso invisible que cargaba desde hacía tiempo. Aun así, se mantenía firme. Bien vestido, su traje azul marino estaba cuidadosamente planchado; la camisa blanca relucía bajo el saco, y una corbata roja le daba un aire de disciplina profesional. Su largo cabello oscuro estaba recogido en una coleta discreta, y los lentes bien ajustados sobre el puente de su nariz ocultaban apenas el cansancio que acumulaba tras horas de trabajo.

Melissa estaba sentada en el marco de su puerta abierta, con una taza en la mano y tres de sus amigas riendo dentro del departamento. Al verlo, alzó la vista casi por reflejo. Su sonrisa apareció de forma espontánea. Había algo reconfortante en verlo así: grande, sereno, con ese aire de hombre que carga con muchas cosas pero sigue adelante.

Se levantó y salió al pasillo justo cuando él cruzaba frente a su puerta.

—¡Hola, Bjorn! —dijo con suavidad, inclinando un poco la cabeza.

Él se detuvo, sorprendido de verla ahí.

—Oh... Hola, Melissa. Qué gusto. —Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. Su voz era grave, algo tímida.

—¿Cómo te fue hoy?

—Bien, supongo. Bastante trabajo, pero nada fuera de lo común.

Ambos soltaron una breve risa nerviosa. Fue un momento cómodo. Hasta que no lo fue.

Una de las amigas de Melissa, una chica de voz aguda y sonrisa fingida, se asomó desde la sala y dijo en voz alta, como si no pudiera contenerse:

—¿Y este malvavisco tan bien vestido de dónde salió?

La risa que le siguió no fue una carcajada inocente. Fue punzante. Burlona.

—¡Shhh, por Dios! —susurró otra, entre risitas—. Esos botones están pidiendo auxilio...

Bjorn quedó paralizado por un segundo. No reaccionó de inmediato. Su sonrisa desapareció, pero intentó mantener la compostura. Se le notó en los ojos, que de pronto evitaron los de Melissa, buscando cualquier rincón del pasillo para refugiarse del golpe invisible que acababa de recibir.

Melissa se giró hacia sus amigas con el ceño fruncido, pero no dijo nada. Quiso decir algo. Defenderlo, quizás. Pero todo fue tan rápido que sus labios no se movieron.

—Perdona eso... —susurró ella con una sonrisa tensa—. En realidad íbamos a hacer una pequeña reunión entre amigas. Nada muy grande. ¿Te gustaría quedarte un rato? Si no estás demasiado cansado, claro.

Bjorn dudó. Lo dudó de verdad. Cada músculo de su cuerpo quería regresar a su departamento, quitarse los zapatos, desaparecer un rato. Pero había algo en los ojos de Melissa que le pedía una oportunidad, o tal vez él solo quería convencerse de que ese pequeño ataque había sido un malentendido.

—Sí… Bueno, solo un rato —respondió con voz neutra.

Entró al departamento. La música era suave, las luces tenues, y había bebidas y bocadillos sobre una pequeña mesa. Las amigas de Melissa se mostraron animadas, demasiado animadas. Lo saludaron con sonrisas amplias, exageradas, como si intentaran compensar o simplemente jugar con él. Pero las miradas que lanzaban entre sí cada vez que Bjorn se servía algo de comer o hacía un comentario eran difíciles de ignorar.

—¿No vas a probar los mini cupcakes? —preguntó una con voz cantarína—. Aunque creo que no necesitas más dulzura, ¿eh?

—¡Ay, Laura! —rió otra—. No seas mala... Seguro él come más sano que todas nosotras juntas. ¿O no, Bjorn?

Una Promesa [feederism]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora