Tres

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Así me encontré yo, entre un mar de gente que por alguna razón me parecían ajenos, perdida entre la multitud decidí que subir a las gradas me daría la sensación de reconexión con el lugar pues podría ubicarme con éxito entre todo el gentío. Desde la parte más alta de las gradas cercanas al edificio pude verlo todo, eran demasiados, y no solo eran personas en edad universitaria, había, de hecho, gente de todas las edades, me pareció incluso ver niños.

No sé si todos se conocían pero platicaban bastante a gusto, creo que la única extraña ahí era yo. Rebusqué con la mirada a compañeros de clase, tal vez ellos podrían explicarme lo que sucedía, para cuando el sol alacanzó su cenit, sus rayos apenas lograban cruzar las espesas barreras de la niebla y los estratocúmulos y aunque poca era la luz, me permitió mirar de forma más detallada a las personas en el lugar y eso mismo, me hizo prestar atención a sus conversaciones.

Creo que enloquecí, cuando a la distancia vi la figura de una persona conocida, vestía igual que la última vez, no podía ser un simple parecido, no, me rehusé a creer que fuera una simple casualidad, su ropa… era idéntica, una blusa de algodón con tirantes y un short de licra, su cabello estaba suelto y desordenado, rojo, tal como lo recordaba, no puedo ni siquiera recordar como atravesé el mar de gente hasta llegar a ese lugar, ahí donde estaba ella.

- Disculpa – dije con la voz más temblorosa de lo que me habría gustado, no quería que volteara y volvera ver esa cara pero igualmente quería que pasara. Entonces, sucedió, ¡era ella! ¿cómo era posible? Ella… era imposible.

Me regaló una sonrisa, una de aquellas que recuerdo bien, de esas que me recibían todos los días después de la escuela, la misma que sostenía cuando se escondía detrás de la ventana para asustarme en las noches. Creo que dejé de respirar por un momento, el aire en mis pulmones era tan denso que podría haberse petrificado ahí, sentí algo entre el temor y la tristeza, la marca en su cuello estaba ahí, quemaba con solo verla era roja y morada, era como la recordaba. Talvez me tambaleé un poco, tal vez me disocié un poco, de verdad había enloquecido cuando escuché como me decía “Betita”, ya nadie me llama así, no desde que ella… se colgó.

Animabus Purgatorii Donde viven las historias. Descúbrelo ahora