Después de varias horas de viaje, al fin Atenea y Jonathan habían llegado a su destino. Serían sus primeras vacaciones juntos y decidieron pasarlas en Peñíscola, en el chalet de Rebeca, aquel lugar les había encantado.
Cuando terminaron de deshacer las maletas y colocarlo todo, no tardaron en ir a la playa para darse un baño.
El cielo estaba despejado, un sol brillante destellaba. Aunque había gente, encontraron un sitio donde poner las toallas y un pequeño bolso en el que guardaban los móviles y un monedero, por si luego les apetecía tomar algo en un chiringuito.
— ¿Puedes echarme crema en la espalda? —preguntó la pelirroja después de sacar el protector solar.
—Claro —el rubio la apartó el pelo para que no se manchara y comenzó a esparcir el producto. La chica se estremeció al sentir el roce de su piel. Antes de repartirla por sus hombros, el chico la rodeó por la cintura para acercarla más a él y comenzó a recorrer su cuello con la boca. Acarició su vientre e iba a introducir su mano por debajo del bikini hasta que esta le detuvo.
—No hagas eso aquí, nos pueden ver —se dio la vuelta.
—Mejor más morbo —se mordió el labio inferior.
—Será mejor que nos metamos en el agua, el sol te está calentando demasiado el cerebro.
El mar era de un color cristalino. Al principio, notaron una sensación fría pero al poco tiempo, se convirtió en calor.
Atenea rodeó la nuca de Jonathan con los brazos y este comenzó a besarla.
—Todavía me cuesta creer que alguien tan maravilloso como tú esté con alguien tan desastre como yo.
—Eres como un sueño hecho realidad —acercaron sus bocas hasta llegar a besarse. El masajista deslizó las manos por su espalda con suavidad.
—Cada vez que te miro, sé que mi corazón hizo lo correcto al enamorarse de ti —volvieron a besarse—. Te quiero.
—Yo también te quiero y me gustaría que conocieras a mi familia, mis amigos, —acarició su pelo, tan rojo como el fuego—. Así entenderán por qué te amo tanto —esbozó una sonrisa.
Se abrazaron y la gente de alrededor desapareció para ellos. En ese instante, solo existían los dos.
Alberto y Rebeca decidieron pasar unos días en Venecia. Aunque en aquella época estaba llena de turistas, no les importó en absoluto. Hacía calor, sin embargo, no era tan asfixiante como en España. Allí podían pasear por las bonitas calles italianas sin preocuparse de las temperaturas.
Después de entrar en una heladería y caminar agarrados de la mano, se sentaron en el suelo, en el borde de un canal donde se veían pasar góndolas con personas que hacían fotos ilusionadas.
—Una vez me dijiste que te gustaría que compusiera una canción para ti —dijo el moreno mientras sacaba su guitarra de la funda que llevaba en la espalda. Aunque tuviera que cargar con ella, era su mayor tesoro, eso hacía que le acompañara en muchas ocasiones porque siempre podría ser un buen momento para componer—. Pues aquí está:
<<La chica de ojos azules, con su mirada me hipnotizó.
Desprende elegancia, el mundo se arrodilla cada vez que por cualquier sitio pasa.
Sus cabellos dorados al sol hacen competencia y su bonita voz jamás me la puedo quitar de la cabeza.
Ella es dulzura, ella es pasión, ella se ha quedado a vivir en el fondo de mi corazón>>.
Todo el que pasaba por allí, se paró a escucharle, incluso un par de chicos le dieron unas monedas.
— ¿Qué te ha parecido? —parecía entusiasmado.
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Hasta que la muerte nos una
Romance¿Qué pasaría si la muerte de la persona que más quieres te une a la persona que más odias?