—¿Qué haces aquí, Corea del Sur? —Interrogó, furioso, pretendiendo no exclamar y dejar ir el control—. ¡Te dije que no vinieras! ¡Maldita sea! ¿Eres un léxico o qué mierd...? —Cortó la grosería, se estaba pasando del límite, e, inconscientemente, apretó más el brazo que sujetaba.
El omega, Corea del Sur, botó un quejido de dolor en el cuarto de servicio higiénico.
Estaban solos allí.
—Usa, ya déjame. Me duele –Queriendo zafarse, intentó quitar bruscamente su brazo atrapado en aquellas manos–. ¡Es tu culpa! ¡Me prometiste que dejarías a esa perra! —Refirió a Filipinas—. Y hora me enteró de dos cosas decepcionantes: Te casarás, y que te acuestas con cualquier omega ingrato —Quiso añadir más, pero el estadounidense lo irrumpió:
—Cállate —No tuvo que gritar, ni forzar la voz, lo dijo en un susurro fulminante, cavando el miedo o quizá sumisión en el omega. Su voz ronca intimidaba, pues exhibía sus intenciones sin tropiezo—. No me casaré, todavía no, pero, si lo haría en unos días o en un mes, no te debería importar en absoluto. Porque no eres nada que deba tener mi atención, sino solo un tesoro trivial —Le acarició la mejilla, una manera escalofriante de calmar los nervios ajenos que él provocaba.
—Pero... —Sollozó sin sacar lágrima.
—Prívate de contar tu experiencia en la cama conmigo —Advirtió, mirándole directamente a los ojos—, no querrás obtener fama de perra, posteriormente, o rechazo laboral ¿Verdad? —Sonrió– ¿Te imaginas que te llamen roba maridos? En evidente, te excluyeran socialmente.
—Si yo caigo, tú caes —Contraatacó Corea del Sur.
Rozaron respiraciones: sus rostros estaba cerca.
—Estupidez personificada, ¿Por qué piensas que será así?—Habló a burla el alfa.
Entonces, Corea del Sur se estaba engañando a sí mismo por ver pasión en esa cercanía de labios que tenían. De repente, Estados Unidos se separó, empujando levemente al omega.
—Vete de este evento —Lo observó con disgusto en mitad de camino por irse—. Si te sigo percibiendo aquí, —calló momentáneamente—, no querrás saber las otras consecuencias.
¡Pum!
Estados Unidos despertó de su recuerdo, de hace poco, soñado, abriendo los ojos, paulatinamente, por causa de un golpecito que se dió al chocar contra la ventana del auto en que viajaba de Cusco a Killacmayu. Estaban pasando por zona rocosa adentrándose más en la falda de la montaña.
Pasto veriniano, manta de la tierra engañosamente exanime; escasos árboles, untados con el brillo débil del sol; y el hombre infiel, cuyo corazón morado del frío está, ¿Cuándo será arropado con calidez explícito de una amante mero?
El auto echó polvo tras frenar en sitio curioso.
–Señores, Canadá y Estados Unidos, llegamos al lugar –Anunció el chófer privado.
Estados Unidos, sin querer esperar, bajó del vehículo, dando un portazo al terminar la acción.
Respiró e, inmediatamente, se repugnó poco por lo pulcro del aire.—¿Dónde está el pueblo? —Preguntó al canadiense.
—Para verlo, hay que caminar, al menos, la mitad de un kilómetro –Sonrió el oyente —Y tendrás que llevar tu propio equipaje, nadie ni tu servidumbre tiene que ayudarte, si no, llamarás la atención de los pueblerinos.
Estados Unidos asintió.
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Me Enferma este Amor Sano
Fiksi PenggemarEstados Unidos rozó el amor verdadero, pero su manojo de desgracias atarán a su amado en la planicié recóndita de sufrimiento pleno.