Cada mañana, cuando las primeras luces del día se comenzaban a asomar tímidamente en el horizonte, las gotas de lluvia golpeaban invariablemente mi ventana. Era como si la naturaleza misma tocara una sinfonía que había memorizado con el tiempo. Cada gota tenía su propio ritmo, su propio lugar en esa composición líquida que era tan familiar como la palma de mi mano.
Ese sonido, la lluvia golpeando el cristal, nunca cambiaba. Era un eco constante en mi vida, una constante en medio de un mundo que parecía haber perdido toda su coherencia.
Incluso esa monotonía se había vuelto rutinaria, y eso decía mucho sobre mi vida. Había llegado a un punto en el que incluso salir a entrenar, que antes solía ser mi escape, había perdido su atractivo. Desde la muerte de mi tía Alfia, el mundo había perdido orden y sentido para mí.
Mi familia, con todas sus peculiaridades, había dejado un vacío inmenso después de su partida. Mi abuelo, un hombre excéntrico y algo pervertido; mi abuela, obsesionada con la limpieza; mi madre, un auténtico ángel en la Tierra; mi padre, un hombre de pocas palabras pero con un amor inmenso; y Zard, el pariente más cercano a un tío, todos habían seguido adelante con sus vidas como si nada hubiera cambiado.
Mierda. Sabía que era un adulto y que debía enfrentar mis propios problemas, pero la sensación de abandono seguía martillando en mi mente. ¿No podían haberse quedado un poco más? Aunque fuera solo por unos momentos.
Me culpaba a mí mismo por ser un idiota. Había explorado y profundizado en todas las alternativas posibles, convenciéndome de que podría encontrar mi pasión en alguna de ellas. Me repetía que si cometía un error, siempre podría cambiar el rumbo. Pero ahora, después de todas esas exploraciones y posibilidades, me encontraba sin ninguna chispa de interés, sin nada que realmente me apasionara.
El dinero no era un problema. Podía conseguirlo con relativa facilidad, y el alquiler de la casa seguía siendo asequible, gracias a ciertas casualidades y circunstancias. Pero por dentro, me estaba desmoronando. No había emoción en mi vida, y la apatía me envolvía como una manta fría.
Creo que llegó el momento de llorar y reflexionar sobre cómo había llegado a este punto. Tal vez sea hora de cambiar, aunque solo sea un poco.
*DING-DONG*
El timbre resonó por toda la casa, y apenas pude ponerme de pie antes de dirigirme hacia la puerta principal.
Bell: "¡Ya voy!"
Sabía que el frío afuera debía estar en su punto máximo, así que tomé mi gabardina y abrí la puerta sin saber quién estaba al otro lado.
Welf: "Hola, Bell."
Bell: "Oh, eres tú. Pasa."
Welf: "Gracias. Hace un frío infernal afuera."
Bell: "Sí, ya estamos en esa época del año. Espérame un segundo, voy a encender la calefacción."
Welf: "Espera, ¿no la estabas usando antes?"
Bell: "Estoy ocupado."
Welf: "Los dos sabemos que eso es una gran mentira."
Solo pude guardar silencio ante esa amarga pero verdadera aclaración.
Welf: "Bueno, voy al grano. ¿Qué piensas sobre mi oferta?"
Bell: "Vamos, Welf, ¿de verdad?"
Welf: "Solo soy sincero. No es saludable estar encerrado sin ninguna interacción humana."
Bell: "Tienes un punto, pero... ¿una oficina? ¿No podías conseguir algo mejor?"
Welf: "Esa oficina es mucho más que un lugar para trabajar, Bell."
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Danmachi: Incordio.
FanfictionAnte un mundo moderno y monótono, solo nos queda no perder la paciencia.