Capítulo 1

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Año 120d.C

Jugaba con mi pequeña muñeca de trapo observando a los chicos entrenar junto a Criston Cole. Todavía les faltaba mucho por aprender, apenas podían sostener la espada bien y eso me molestaba, yo había aprendido a sostenerla mejor que mis hermanos y aún así seguían sin dejarme participar. Suspiraba algo cansada y observaba fijamente a Aemond darle estocadas certeras a su muñeco de entreno, si no fuera tan inseguro podría llegar a ser un gran guerrero. Pasaba mi mirada por su hermano y colocaba una mueca de desagrado, el chico ya tenía sus trece años y aún así seguía siendo igual de malo que cuando tenía diez. Lo odiaba, me parecía un estúpido prepotente al que solo le gustaba emborracharse y reírse de su hermano, que resultaba ser algo así como mi único amigo.

Centraba mi mirada en la muñeca algo aburrida de ver el entrenamiento, había intentado entablar conversación con Haelena pero a su madre no le hacía especial gracia que pasara tiempo con ella, ya era suficientemente malo que contaminara -según lo que le había escuchado decir a Criston Cole una vez- a su hijo Aemond. Alzaba el rostro de nuevo para ver si algo había cambiado en el entrenamiento y conectaba miradas con Cole, era espeluznante la forma en la que me miraba a veces. Nunca se lo había dicho a madre ni a padre pero a veces lo pillaba mirándome fijamente, como si quisiera decirme algo y nunca se atreviera. Aunque no importaba mucho lo que tuviera que decirme, nos odiaba. Odiaba a toda mi familia, pero tenía un odio especial reservado a mis hermanos y eso se notaba a leguas, no entendía que le habíamos hecho pero siempre había pensado eso. Según Jacaerys solo era más duro con nosotros por ser los herederos al trono, yo no creía eso.

Me levantaba del taburete de madera en el que estaba y caminaba hacia el interior del castillo, sino podía coger una espada, ver el entrenamiento no valía la pena y menos si era tan aburrido como siempre. El único que parecía estar a favor de enseñarme a parte de Aemond era Harwin Strong, gracias a él es que tenía mi propia espada. Esto por supuesto a espaldas de mi madre, era nuestro pequeño secreto y me gustaba. Sonreía sin poder evitarlo, pensar en el caballero Strong siempre me ponía feliz, nos visitaba con frecuencia y era como un segundo padre para nosotros. Mi sonrisa se borraba de golpe al sentir una presencia a mi derecha, giraba mi rostro para observar a Aemond caminando a mi lado.

-Oh, eres tú - dije sin más, los dos estábamos un poco solos y siempre que podíamos intentábamos pasar tiempo juntos. Atrás quedaban las formalidades, nos tuteábamos y tratábamos como hermanos cercanos.

- Te vi en el entrenamiento ¿viste como lo hice? -preguntaba con interés y yo simplemente asentí.

-Pronto serás tan bueno como Harwin Strong o Criston Cole- le animaba, no creía que eso fuera posible pero no quería romper sus sueños. Este me dedicaba una pequeña sonrisa mostrando sus hoyuelos.

Escuchaba unos pasos fuertes por el gran pasillo y miraba por encima de mi hombro para ver a los tres mentecatos que nos seguían, Aegon como siempre encabezando la caminata. No entendía como a Jace y a Luke les podía caer bien. Seguro que venía a decirnos algo, siempre lo hacía. El pasatiempo favorito de Aegon Targaryan era meterse con su hermano y como yo últimamente pasaba mucho tiempo con él, conmigo también. No entendía porque le parecía divertido, supongo que cuando fuera mayor lo entendería. Solo esperaba no crecer como él, no quería despertarme un día y darme cuenta que era una boba como Aegon.

-Vaya, vaya... Si son los sin dragones- dijo Aegon al pasar por nuestro lado, Jace y Luke se rieron. Rodaba los ojos ante su comentario, siempre decía lo mismo.

-¿Has terminado? -preguntaba yo algo molesta, ya estaba harta de sus insultos. A mí ya no me dolían, pero sabía que Aemond sufría. No soportaba no tener dragón.

-¿Por qué? ¿Te pondrás a llorar de nuevo? -respondía él con una sonrisa divertida- niñas, no saben controlarse. 

Quería golpearle, quería demostrarle que esta niña podía vencerle en un santiamén. Quería insultarle y decirle lo despreciable que me parecía, pero no debía. No podía hacer eso ya que solo conseguiría dejarme en evidencia, a mí y a mi madre. Debía mantener la calma y ser la perfecta doncella que todo el mundo esperaba que fuera, necesitaba ser menos impulsiva y más calmada. Solo rezaba a los dioses antiguos y nuevos que no me prometieran con él, que al final se casara con Haelena. 

The black princessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora