—¿Me puedes tomar una foto?
Accedí sin derecho a replicar; había pedido el favor con tanta firmeza que a una parte significativa de mí le avergonzó lo poco experimentada que era en tomar fotografías, más en manejar aquellos aparatos.
—Claro.
Observé taciturna como se acomodaba despacio en una de las puertas de la caravana, con una ancha sonrisa prolija que mostraba una dentadura recta digna de un catálogo de dentífricos. Extendió los brazos y con la mano izquierda sujetó el espejo retrovisor, mientras no dejaba de mover inquieto una de sus piernas.
—¿Ya? —preguntó impaciente, ignorando por completo que su nerviosismo empeoraba mi falta de práctica.
—No has dejado de moverte.
—Tómala, la subiré como esté.
Tomé un par donde sus extremidades no se ponían de acuerdo; una donde ponía una cara poco amigable; y una última que captó un estornudo que le hizo perder seriedad cuando le devolví el teléfono y se dispuso a mirarlas.
—Esta será —me mostró divertido la última fotografía.
—Tanto posar para nada.
—La espontaneidad haciendo de las suyas.
Después de la desastrosa sesión terminamos de acomodar nuestras maletas en la cajuela (su maleta en realidad, que ocupaba casi todo el espacio de la cajuela y que al lado de mi modesta mochila de campaña lucía inmensa) y se dispuso a darme una pequeña charla sobre las reglas que debía seguir para mantener una convivencia pacífica con él y su grupo de amigos.
—Primero —dejó caer sutilmente sus manos en mis hombros, impidiéndome de manera contundente escapar del contacto visual—: nada de pies en el salpicadero, ¿estamos? —asentí, comprendiendo al instante que sería yo quien le acompañaría durante el viaje—. Segundo: no toques el radio si Lea o Cam han pedido el mando de la música; no pidas dulces ni nada de comer a Gabe; no perturbes el sueño de Gio; y por último y más importante, según él, no mires ni le dirijas la palabra a Brie. ¿Entendido?
Asentí con vehemencia, sintiendo lo poco que había logrado comer durante el día, revolverse con fuerza en mi estómago; venía preparada mentalmente para aquel viaje, porque Nash me lo había explicado con paciencia: se trataba de un pequeño tour propiciado por él para sus amigos en honor a sus últimas vacaciones como universitarios..., mas me parecía a mi como una escuadra de lunáticos en busca de sacarle de quicio a cualquiera.
Tomé aire, mucho para ser consciente de dónde me encontraba parada y hacia dónde me dirigía y con quiénes, todavía con un par de ojos, de un azul muy intenso para ser naturales acompañados de una determinación que dejaba entrever la poca gracia en el asunto.
—¿Tienes amigos o perteneces a un club de neuróticos?
Mi pregunta le sacó una sonrisa, una que no duró demasiado para mi propia desgracia.
—Son para la paz del grupo, soy muy estricto con eso —aclaró—. Falta la tuya.
—¿Mi qué?
—Tu regla, pequeñita.
No me sentí conforme con el mote y tampoco tuve ganas de discutir, como muchas otras veces, que mi estatura quedaba perfecto con mi contextura física y edad. Pero a una jirafa como él, poco parecía importarle.
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Heaven
RomanceEn su introversión y confidente silencio, Ares refugiaba pequeños secretos. Por suerte, los suyos parecían ser los menos importantes, cuando en aquella caravana, seis personas escondían unos más oscuros y peligrosos que los de ella.