Cαpı́tulo 29

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Cuando Vegetta regresó a su celda después de la comida de navidad, había un regalo en su litera.

Miró con sospecha el brillante envoltorio y al llamativo lazo y luego se sentó, desenvolviéndolo con cuidado. No había tenido un regalo de ninguna clase desde hacía más de cuatro años y sintió un infantil entusiasmo, aunque esperara alguna broma repugnante de uno de sus compañeros de presidio. Pero no. Dentro de la caja negra había una cadena de plata en la cual reposaba medio corazón quebrado.

Vegetta lo sacó, sosteniendo en lo alto el delicado metal reverentemente en su mano, permitiendo que la poca iluminación deslumbrara el adorno que giraba suavemente en su cadena.

Era gay, pensó, tan jodidamente gay que si alguien lo viera llevándolo... Pero diablos, era hermoso y era el último recuerdo de Quackity. Lo sujetó alrededor de su cuello con dedos temblorosos y luego se levantó para verse en el espejo. La cadena era lo suficientemente larga como para esconder el adorno debajo de su camisa. El único momento que cualquiera lo podría ver sería en la ducha y Vegetta noquearía a la primera persona que hiciera un comentario de ello y a cualquiera que lo repitiera.

El frío metal pronto se calentó contra su piel y sintió su confortante peso contra él que lo calmó.

(...)

Cuando Alexby le dijo que tenía un invitado para año nuevo, Vegetta saltó de su litera, a pesar de que se había dicho que rechazaría esta visita.

Se quitó la camisa porque había derramado la leche sobre ella en el almuerzo y tenía una fea mancha, por lo que se puso una limpia, una que era un poco pequeña para él, de talle ajustado, por lo que hacía lucir sus grandes brazos y los abultados músculos. Entonces fue al espejo y se alisó el pelo apresuradamente. Lo llevaba un poco más largo de lo habitual y necesitaba un buen corte.

— Vamos, estás fenomenal. —Dijo Alexby con impaciencia y Vegetta lo siguió rápidamente.

Quackity estaba sentado en la sala de visitantes cubierto por un grueso abrigo de invierno, un gorro que cubría gran parte de su cabellera salvo unos mechones que sobresalían a los lados, todavía llevaba guantes y su nariz estaba un poco roja como si hubiera andado una gran distancia en el frío hasta la prisión. El corazón de Vegetta se apretó tanto de alegría como de dolor. Quiso dar la vuelta y alejarse, ya que no podría con esto. En cambio, sus temblorosas piernas lo llevaron a la mesa. Quackity alzó la vista, con una sonrisa cruzándole la cara y sus brillantes ojos bicolor. Se puso de pie y no demoró en colocar sus brazos alrededor del cuello del mayor.

El toque estaba permitido, Vegetta recordaba eso de las visitas de su chica hacía tiempo y sostuvo al chico con manos avaras, presionándolo cerca de él, lamentando que no pudiera seguir más allá del grueso abrigo y de la ropa que llevaba puesta y tocar su piel suave durante solo un segundo. Cerró sus ojos un momento y dejó que todo el dolor guardado dentro de él lo desbordara, sabiendo que ya no podía continuar este camino, permitiendo abrirse al menor a cada instante. De mala gana se apartó y se sentó.

— ¿Qué haces aquí?

Quackity frunció el ceño, tomando el asiento enfrente.

— Este... Pues he venido a verte.

Vegetta vio el destello de plata alrededor de su cuello y adivinó que Quackity llevaba el mismo colgante. Bajó sus ojos y contempló la mesa.

— No deberías venir. Estás en libertad condicional, estás libre de este lugar. Volviendo aquí no vas a ayudarte a empezar una nueva vida.

— No puedo comenzarla hasta que seas libre, también. —Quackity se quitó un guante y se inclinó a través de la mesa para tocar la mano de Vegetta.

Él la apartó y se recostó en su silla.

— Esto no es bueno para ninguno de nosotros. —Dijo, con voz inestable. — No quiero que vengas otra vez. No está bien.

Los ojos de Quackity brillaron con lágrimas apenadas.

— No me puedo alejar. No me pidas eso, por favor.

Vegetta sacudió la cabeza.

— Es la última vez. Tiene que ser así.

— No... —Respondió el menor con voz baja, temblorosa.

Agarró la mano de Vegetta otra vez.

El mayor la apretó cruelmente durante un momento.

— Mi audiencia para libertad condicional no es hasta dentro de un año y ¿quién dice que la conseguiré? Otro año, Quackity. No puedo guardar la esperanza, rezar y desear mi vida fuera de aquí. —Apartó su silla y se levantó. — Esto es un adiós.

— ¡No, no, no por favor! —Quackity habló atropelladamente, levantándose de un salto, sin ningún autocontrol. Se lanzó a los brazos del mayor, aferrándose a su cuello y Vegetta lo empujó despiadadamente lejos.

— ¡Contrólate de una puta vez! —Dijo salvajemente y se marchó.

Quackity gritó su nombre detrás de él, intentando seguirle a la puerta, pero fue retenido por una oficial. Vegetta se marchó a su bloque con las súplicas de su amante resonando en sus oídos.

ANĐ SØ IS ŁØVE [V&Q]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora