XLIX

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El avión ya había tomado una altura adecuada para mantener el rumbo preciso. Dentro de este transporte, el ambiente se tornaba tenso para una pareja.

Mike seguía botando lágrimas y sollozos sin parar; quería llorar fuertemente para sacar el dolor que tenía en el interior, pero simplemente se aguantaba por estar en un espacio reducido.

Para distraerse, encendió su celular y abrió un juego, aunque no pudo hacer mucho, ya que se le nublaba su vista.

Decidió rendirse, acurrucarse en el asiento, echarse una cobija encima y hablarle triste a su pareja.

—Creí que te haría feliz verme —chilló el menor—. No que me gritarías tan feo.

—Entiende que no esperaba verte aquí —contestó Ari, serio.

—Pero no era necesario que me respondieras así —continuó reclamando.

—Miguel...

—No me hables; no estoy en condiciones —solicitó Mike y se tapó con la cobija.

El mayor quiso respetar lo que le pedían, sin embargo, el estómago del de ojos grises resonó, dando a entender que se moría de hambre. Este trató de callar su cuerpo, pero lógicamente es algo que no se puede hacer.

A través de lo que el rubio formó como un refugio, Ari le pasó un jugo y un sándwich que empacó para el camino, a consecuencia de que la comida del avión a veces no era muy buena.

Él no planeaba comprarse con comida, pero no podía rechazarlo tras no haber ingerido nada de alimentos desde hace aproximadamente 6 horas. Rápido, agarró lo ofrecido y lo probó con gusto, incluso le dolió el estómago porque al fin le caía algo.

Terminó sus alimentos de manera apresurada y le devolvió la basura al otro.

—Tenía hambre, pero no me compras con comida.

—Yo sé que no.

A los segundos, Mike se quitó su escondite de encima.

—¿Por qué me gritas? —preguntó.

—Miguel, no me avisaste que vendrías y, aparte, específicamente te pedí que te quedaras en casa; ve con que chiste me sales —regañó más leve.

—Es que yo quería venir contigo y, obviamente, si te lo pedía, me ibas a decir que no.

—Me alegra que estés aquí y saber que estás haciendo, prácticamente, aunque no quiere decir que estaré alegre si lo vuelves a hacer —advirtió el castaño.

—Sí, y-ya entendí —sonrió y se acercó para abrazarlo—, ¿Me perdonas?

—¿Tengo otra opción? —correspondió su abrazo.

—Pues no —respondió y besó su mejilla—, ya no tengo manera de regresarme a mi casa.

A fin de cuentas, el psicólogo disculpó a su pareja por un pequeño error; al menos no fue una cosa tan grave.

—Bueno, ¿Me puedo dormir? Tengo sueñito —pidió el menor acomodándose en el hombro del mayor.

—¿En serio puedes dormir en un avión? —inquirió volteando a verlo.

—Sí, ¿Tú no? —igual lo vió.

—No, se me dificulta hacerlo.

—Entonces, buenas noches —deseó y cerró sus ojos.

Durante 8 horas de vuelo, el especialista trataba de distraerse leyendo, escuchando documentales, dibujando incluso, todo porque el camino era largo.

Ocasiones en las que Miguel despertaba, también se unía a la lectura o a la escucha de música, luego volvía a quedar rendido en ratitos.

Mi Psicólogo (Mikerap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora