El tonto

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El día era gris. El alma de Claudio se hallaba como el clima de aquella tarde. Su sobrino, Caligula, había ido a contemplar el espectáculo en el Circo Máximo. Estaba alegre. Un buen signo. Era alguien, cuando estaba de buen humor, accesible. No había notado las miradas que se cruzaban su Guardia, miembros de la Guardia Pretoriana. Claudio se había visto obligado a estar viendo algo que le resultaba de su total desagrado. Un pretoriano se acercó y le habló al gobernante de Roma. El joven Príncipe, sin borrar de sus finos labios la sonrisa se levantó y se encaminó a uno de los pasillos del Circo. El ambiente reinante se quebró al recibir un quejido desgarrador. Nadie comprendía lo que había sucedido. De pronto, en la arena, aparecieron dos pretorianos arrastrando un cuerpo. De las gargantas romanas surgió un grito de sorpresa. Caligula había sido asesinado. El espanto de apoderó de todos, especialmente en los familiares del fallecido. Claudio, considerado el tonto de la familia por su cojera y tartamudez, salió del palco lo más rápido que pudo y llegó a la domus, la casa, que Caligula utilizaba como Palacio. Los pretorianos habían comenzado la matanza, la carnicería, de la familia del muerto. Claudio caminaba con su torpe andar por distintas dependencias de la casa, buscando algún lugar donde esconderse. Sabía que los pretorianos tratarian de eliminar a todo aquel que tenía algún parentesco con su sobrino. ¡Por Júpiter!, ¡no había ningún lugar seguro! ¿Qué podría hacer? ¿Dejar que lo asesinaran? Era una posibilidad. Vio una cortina. Peor era nada. Esperaba que le sirviera de ayuda para pasar sin ser visto. Se escondió detrás de ella. Menos mal, porque enseguida escuchó pasos marciales. Parecían ser uno o dos pasos. Las espadas estaban fuera de sus vainas, goteando. Los ojos de los pretorianos se paseaban por el lugar. De pronto, uno de ellos sintió como su compañero le llamaba la atención. Al fin, comprendió lo que pasaba. La tela de la cortina se movía, no por la acción del viento. Detrás de ella había alguien. Descorrieron la cortina y se encontraron al tío tullido de Caligula. Los pretorianos se miraron y asintieron. Sus voces se unieron al unísono en medio del caos que la misma Guardia había provocado para decir.
-¡Salve, César!
Y vieron cómo Claudio, el tonto, se desmayaba al escuchar las palabras que lo proclamaba como el nuevo Príncipe de Roma.

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⏰ Última actualización: Dec 05, 2022 ⏰

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