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EPISODIO 28. EL DE LAS RISAS FLOJAS

Después de tener a Valentina revoloteando por la habitación mientras se preparara para "el paseo en piragua que forma parte de la historia de su relación", me quedé tumbada en la litera de arriba mirando el techo y teniendo que cumplir mi promesa de "asistir antes del nacimiento de una nueva hada", palabras literales de mi compañera.
Rememoraba una y otra vez las tres horas más maravillosas de mi vida. No lo fueron por que estuviera Pol, aunque claramente colaboró con su anécdota del hinchable. Lo fueron porque me olvidé de mi hafefobia. Pude ser una persona normal, me reí, bromeé con el chico de pelo blanco y aunque no hubo demasiado contacto a parte de varios roces —tampoco es que lo deseara ni nada—, logré no sentirme incomoda o invadida. Fue ligero y fácil, cómodo. Lo que viene a ser un milagro.
Había sido tan agradable que me veía capaz de olvidarme del anhelo de un beso en la playa o bajo la lluvia con tal de recordar esa mañana para siempre. Oh, ¿y cuando casi le cuento a Pol que no me habían besado nunca? ¡Porque estuve a punto! Me habría dicho que era muy rara, seguro.
Podría vivir en esas horas toda la vida, en un delicioso bucle.
¿Así de cómoda se sentía la gente normal? ¿A ese punto quería que llegara Vera ese verano? ¿Eso era la felicidad absoluta?
No lo tenía claro, pero si sabía que mi objetivo era ese estado. A lo mejor no llegaba nunca a superar mi hafefobia al completo, ya lo había hablado con Vera. Un comportamiento tan arraigado en mis costumbres era difícil de erradicar. Podía vivir con una cierta consciencia mayor de la presencia de las personas, pero de vez en cuando iba a necesitar momentos como ese, de total libertad.
Sabiendo que el resto del día no iba a ser tan bonito y que había prometido ayudar con la barbacoa e ir al paseo, salí de la cabaña. 
Fui con el grupo de monitores y varios campistas a la zona de barbacoas y empleé mis conocimientos de las comidas en familia. Valentina no había tocado una barbacoa en su vida, pero se dedicó a organizar las mesas y a la gente.
Yo, bueno, no pude apartar la vista de Pol durante la preparación de la comida, la comida y el resto de día. Pero no me voy a adelantar.
Estábamos todos juntos con nuestras hamburguesas en platos de plástico y el calor sofocante del verano. Las escasas treinta personas que estábamos allí, sentadas en pocas mesas, era agobiante, no lo negaré. Pero compartí banco con Valentina y Daniel, y como estaban todo el día pegados me dejaban espacio.
—¿Sabéis cuantas personas pueden subir en una barca? —preguntó Tobías.
—No van a subir más de dos, hay muchas y somos pocos. Además, no todos van a querer. —le explicó Pol.
Pol, el mismo que estaba sentado delante de mí.
—Pero... —continuó Tobías. Nos miró a todos uno por uno. O de dos en dos—. Dani...
—No colega, no te vas a subir con nosotros —le espetó Daniel conociendo sus intenciones—. Ya lo hemos hablado, es un momento importante para nosotros.
—¡Todo por una pijada que os dijisteis en una cita! ¡Flipo con vosotros!
—Sigue flipando Tobías, no se van a poner contigo. —le aclaró Macarena cansada de su comportamiento.
Ella estaba al lado de Pol, en una mesa contigua, pero al lado, y Emma a la derecha de su novio. La situación estaba algo tensa
—¿Tú con quién vas, Viuda Negra?
—No. Me llames. Así. —el tono de Maca dio auténtico miedo. Ojalá pudiera decirle algo así a Pol.
Lo miré tras pensar aquello, me estaba observando y juraría que pensaba algo parecido. Si pues iba a tener suerte, intimidar no era mi fuerte.
—No funcionará. —dijo en voz baja e inclinándose hacia delante para que no le oyera toda la mesa. Emma sí lo escuchó y frunció el ceño. Yo aparté la mirada rápidamente.
La conversación había continuado sin yo darme cuenta. Al parecer todos tenían compañero, yo no había pensado en nadie. La parejita de Madrid había declarado ya su inmovible dueto, Macarena creo que iba con un chico del otro lado de TeDI, Pol y Emma iban juntos y cuando lo dijeron, algo se desgarró por dentro de mí, pero lo ignoré.
—¿Vendrás conmigo, Thess? —me preguntó Alejo llamando mi atención.
—¿O con el majo y agradable de Todd? —dijo Tobías.
Daniel le dio un manotazo a Tobías teniendo que levantarse por encima de la mesa y derramó una botella de agua. Pol empezó a gritar (cosa rara) escandalosamente consciente de que estaba empezando un gran jaleo. Me guiñó un ojo y me sonrojé, ¿por qué tenía que ser así? ¿Actuaba con todo el mundo igual? Seguro que sí. Él mismo cogió un trozo de pan y lo lanzó al otro extremo de la larga mesa. Alejo a mi derecha levantó las cejas y tiró un patata frita.
Ahí empezó la llamada "Catástrofe del 7 de julio", parte la historia de TeDI.
La comida empezó a ser considerada parte del hábitat del aire, una nueva especie voladora. Los gritos de los monitores eran poco más que la banda sonora. La anciana dueña  de todo diciendo «Un día de estos me da un infarto» cumplía la función de los platillos en el hit del verano. Las risas, contra todo pronostico, no eran lo que más se escuchaba, eran los gritos primitivos al puro estilo indio.
Yo me sentía fuera del espectáculo, no me iba el jaleo. Me habría gustado que me diera un arrebato de valentía e hiciera algún gran gesto como cuando canté en el autobús, pero no, no fue el día. Discretamente me retiré con una mueca incomoda en rostro, la gente me golpeaba por los lados, de repente parecíamos muchos más. Las voces me taponaban los oídos, y el aire se convirtió en un bien escaso.
La mente se me nubló en un intento de protegerme de la fobia. Era algo que hacía recurrentemente, cuando estaba en multitudes o el contacto era inevitable, muchas veces escogía ese estado gris como mood y me convertía en poco más que un muñeco que nada sentía. No me gustaba estar así, pero en ciertos momentos como aquel, era necesario. Un escudo. Logré llegar a la cuesta que daba el comedor y tras coger el desvío a la piscina, me tiré al agua. La presión de esta y la ingravidez me ayudaron a calmarme, era relajante.
Mi cuerpo se movía lentamente en círculos sin tomar aire de la superficie. Me observé la mano lentamente. Mi pelo corto flotaba alrededor de mi cabeza y los movimientos eran lentos y pesados. Sonreí cuando mis pulmones escocieron. No había ido mucho a la piscina en mi vida, pero me gustaba, era fácil, mucho más sencilla que el mar. Y creo que por ese motivo saqué la cabeza.
Yo no quería lo fácil. Quería poder tocar, pero no de la noche a la mañana. No estaría mal, pero no sería tan gratificante como luchar por ello. Llevaba meses yendo al psicólogo, años trabajándolo yo sola. No quería el camino sin baches. Quería esforzarme, descubrir mis  límites y retarlos como las olas invadiendo metros de playa por la noche. Poco bueno sacaba yo de mi fobia, de hecho, solo una cosa, pero la apreciaba. Al contrario que mucha gente, sabía el privilegio que es tener la piel contra piel, para mi era un lujo, un bien escaso. Ahora no lo disfrutaba, los abrazos no me gustaban y los apretones de manos tampoco. No valoraba con cinco estrellas una caricia o un masaje, mucho tardaría en que así fuera. Yo vivía con la esperanza y la fe, de que algún día lograría dar un abrazo y deleitarme en esa sensación que tanto les gusta a los escritores describir con colores y sentidos en los libros, llenado páginas de abrazos con sentimientos, de caricias con millones de historias, secretos y promesas ocultas. El día que yo pudiera vivir eso, lo valoraría más que cualquier otra cosa, será un premio merecido, no un regalo. Cada noche soñaba con poder valorarlo como se merece.
Me tumbé mirando el cielo emocionada por la vida que me quedaba, por todas las cosas buenas que me iban a pasar, y las montañas que tendría que escalar. La vida es complicada, ¿pero no es es la gracia?
—He estado a punto de tirarme para que no te ahogaras, pero he decidido que prefiero tu ira como fantasma a que me niegues ayuda. Es muy exasperante que no te dejes ayudar nunca, mucho.
Supongo que sabréis quien era.
En vez de contestarle, me tapé la nariz con la mano y dejé que mi cuerpo se hundiera. 
¿Por qué tenía que aparecer siempre? Resultaba muy cansino.
Esperé todo lo que pude intentando que se marchara, pero mis pulmones no fueron lo suficientemente fuertes, él venció.
Levanté la cabeza de nuevo.
—¿Qué quieres Pol? —le espeté borde.
Cosa que él entendió como una invitación a conversar, se sentó en el borde de la piscina. Rodé los ojos.
—¿Sabes que existen unas prendas de ropa muy útiles diseñadas específicamente para el agua? Se llaman bañadores, aunque hay gente que prefiere usar su propia piel como único elemento. Tú, Theresa, perteneces a un grupo extravagante.
—No tenía pensado bañarme.
Braceé para no hundirme y mantenerme en el centro de la piscina.
—Interesante, hay algo que te ha empujado a saltar con ropa. —se rascó la barbilla pensativo y suspiré.
—Pol, estaba sola. —le dije mandado indirectas muy directas.
—Ahora acompañada.
Era demasiado exasperante y mis músculos se empezaban a quejar de tener que estar flotando todo el rato, pero no pensaba ir al borde.
—¿Qué quieres? —le pregunté pasados unos minutos en los cuales luchaba contra mi vestido para mover los brazos.
—No venía a esto, pero es que...
—¿Qué? —lo corté.
—Técnicamente es igual que un bañador, pero me resulta indecente mirar... y no hacerlo es como no mirar a un cerdo volando.
Enrojecí varios tonos.
—Mierda. ¡Date la vuelta Pol! —le grité.
Mi vestido amarillo estaba flotando y dejando al aire (o al agua) mis braguitas grises con encaje por los lados. Me lo intenté bajar rápidamente.
—No te pongas así, Theresa, que tienes buen gusto para la lencería y esta mañana ya lo he visto todo. —dijo refiriéndose a mi bikini.
—¡Calla! —le dije tratando de ignorar el rubor que subía por mis mejillas—. Voy a salir. —declaré.
—Eres libre de hacer lo que te plazca.
Frustrada por haber estropeado mi momento de reflexión y relax, salí del agua. «Si fuera libre de hacer lo que quisiera te tiraría a la piscina» pensé. La chica modo normal se había quedado en esa mañana.
A pesar de estar en verano corría algo de aire en la zona elevada en la que nos encontrábamos. Un airecito que aunque puede ser muy agradable, en esos momentos me estaba poniendo la piel de gallina. Pol se giró y me sentí como una niña pequeña bajo su mirada, estaba yo con los brazos cruzados, el pelo rubio goteando enmarcando mi rostro y el vestido amarillo chorreando. Él me escrutaba desde arriba, no era muy alto, pero yo era algo bajita y eso le daba ventaja. Era curioso, Pol miraba en dirección a mis ojos, pero no se encontraban con los mismos. Me giré pensando que tal vez hubiera algo detrás de mí. Nada.
—Me encanta cuando a las chicas se os humedecen las pestañas. No a todas os pasa pero se vuelven aún más preciosas. Os brillan.
A pesar de que su voz fue dulce, yo no contesté igual, puede que justo por eso.
—¿A cuantas chicas has visto mojadas? —le pregunté con sorna y sin pensar demasiado.
No tuve tiempo de arrepentirme, a muchos chicos les habría dado pie a una sonrisa ladea y un comentario ido de tono. Me exasperó aún más que él no fuera de esos, pensaba que le pegaba. Arg era del grupo de los buenos tíos, no es que no lo sospechara antes, es que confirmarlo lo hacía ser especial.
«Igual solo está muy fascinado con mis pestañas».
—Las suficientes. —dijo muy fascinado con mis pestañas.
Pol agitó la cabeza saliendo de su trance.
—¿Quieres una toalla? —me preguntó.
Todo lo anterior, es decir, mi revelación hacia su persona, sirvió para no ser más borde. Él parecía conseguir mi amabilidad muy a menudo.
—¿De donde piensas sacarla? —no fue cortante, lo juro. Fue en tono divertido.
Señaló con la cabeza en una dirección sin apartar los ojos de mi rostro, (está vez sí).
Miré en la dirección y solo vi tumbonas.
—Esa es mi tumbona, tengo una toalla allí. La uso para reservarla.
Vi que en una había una toalla, pero no era la misma que uso en la playa, está era azul y la otra roja. Debía de ser una permanente, no de uso.
—Creía que no se pueden guardar tumbonas. —no solo lo creía, lo sabía.
—Soy el rey del campamento ¿aún no te has dado cuenta?
Solté una risilla y sonreí por primera vez en un rato.
—¿Estás dispuesto a perder tu tumbona, por ? —le pregunté recuperando nuestra usual camaradería.
—Por vos, mi lady, cualquier cosa.
Caminó hasta allí y me lanzó la toalla perdiendo toda su elegancia, pero agradecí no tener que controlar donde colocar las manos al cogerla. Se me resbaló un poco porque el lanzamiento fue corto y logré con un ridículo movimiento que no se mojara mucho.
Me envolví rápidamente con ella, era mucho más pequeña que la otra. ¿Podía dejar de comparar toallas? Estaba claro que no eran iguales
Se me ocurrió una cosa, más tarde la llevaría a cabo.
—¿No me vas a dar las gracias? —preguntó encarando las cejas.
—¿Quieres que te las des?
Se acomodó el pelo y se observó las uñas con aires de diva.
—No me importaría.
Solté aire.
—Vas a tener que conseguirlas.
Así, sin más, hice una de esas cosas algo irracionales que me salían de vez en cuando. Eché a correr, sin un buen motivo. Por la rampa traté de tener cuidado y evitar mis impulsos de girarme a verlo. Él ya me estaba siguiendo, lo sabía no solo por sus pisadas, también por sus risas extremadamente masculinas.
No se me pasó por la cabeza que en algún momento me pillaría y tendría que tocarme.  No, no lo pensé.
Con suerte o con desgracia, eso no pasó.
Una vez abajo y sospechando que me estaba dejando ganar, pues yo corriendo no era muy buena y rodeada en una toalla menos, comprobamos que la guerra de comida ya había terminado. Todos estaban comiendo en mediana calma dentro del caos que eran las mesas.
Me paré de golpe y Pol hizo lo mismo dos pasos por detrás de mí. Nuestras risas cesaron y mis mejillas se tiñeron de un rojo intenso. Todos nos miraban, incluida Emma con el ceño fruncido.
—Estábamos... —empezó Pol.
Invoqué mi habilidad para mentir.
—Estábamos probando una posible actividad, queríamos saber si era entretenida.
No soné muy convincente.
—Parece muy entretenida, sí. —dijo Emma haciéndose escuchar por encima de los susurros.
Me giré en dirección a Pol tragando saliva, su novia me daba miedo. Mentalmente quedamos en unas risas flojas de esas que se contagiarían a todos los del campamento incluidos monitores y nos ahorraban el mal trago. Lo intentamos, nos reímos lentamente y... nadie más lo hizo.
—Bueno yo me voy a ir yendo. —dije empezando a andar y bajo el escrutinio de todos.
—Será lo mejor. —añadió Emma.
—Gracias, Pol, por la toalla. —con mis palabras sus ojos tormenta se centraron en los míos.
—No tienes porque... —empezó.
—Sí, sí tengo.
*
Barcas de una madera algo cuestionable se encargarían de mantenerme con vida. O más bien solo una, y gracias a Dios, que ya era más que suficiente. Me santigüé rápidamente apelando a cualquier cosa y puse el primer pie sobre la barca.
«¿En que momento me meto yo en esto?».
El transporte mortal se tambaleó bajo mi peso.
—Va a ir todo bien. —me dije poco convincente.
Nada podía ir bien. Yo no había montado nunca en una de esas, no tenía ni idea de si sería capaz de remar y tampoco de cómo mantener la distancia en un espacio tan reducido.
—¿Te ayudo? —me preguntó Alejo, mi compañero de aventura.
Por alguna razón pensé que estar alejada de él sería mucho más fácil que hacerlo de Tobías. Intuición.
Negué con la cabeza fingiendo estar concentradísima. Conté hasta tres mentalmente y metí el otro pie. La barca se tambaleó más y decidí que sentarme era la mejor opción. Una vez hecho, me empecé a estabilizar y relajar. No podía ser tan malo.
Pero bueno, después de ver como el día se volvía aún más intenso y completo, todo me parecía más que probable.
Alejo se sentó enfrente de mí con asombrosa fragilidad. Dos pasos medianos nos separaban.
Observé a mi alrededor en busca de algo y solo encontré unas diez barcas más. Mi mirada se desvió unos segundos de más a la que compartían Emma y Pol. Unos segundos no hacen daño a nadie.
—¿Qué se supone que debemos hacer? —le pregunté girando el anillo de mi dedo indice.
—Relajarte, Thesa. No te vas a morir.
Mis ojos encontraron los suyos (los de Alejo, no todo es Pol) y sonreí, tenía razón, estaba muy tensa.
Alejo remó primero enseñándome unos músculos que desconocía.
—Oye, ¿tú valoras salir también con chicas o lo tuyo es solo el genero idiota?
Alejo se rió captando miradas dentro del grupo de campistas.
—Lo siento, pero los idiotas son mi debilidad. —me respondió.
A través del agua cristalina se veían los peces de colores que nadaban en las aguas cálidas por el sol. Sobretodo había peces naranjas y no eran de mis favoritos, me gustaban unos grandes, blancos y negros que paseaban solos de vez en cuando. Quise tocar uno antes de añadir algo más, el muy escurridizo no me dejo ni rozarlo con las yemas.
—Te entiendo. Los idiotas tienen una chispa.
Pude sentir como inclinaba la cabeza mientras mis ojos enfocaban a mi rostro reflejado.
—¿Hablas por alguno en concreto? —preguntó en tono pícaro.
Yo estaba muy entretenida como para ruborizarme, y aún así sentí como las mejillas me ardían.
—No... Bueno, en general ¿no? —balbuceé—. ¿No te preguntas como es posible que de la noche a la mañana una persona pueda calar tanto como para ser el protagonista de tus pensamientos? 
—¿Experiencia?
—Sí... me ha pasado alguna vez —no especifiqué más a pesar de tener la impresión de que era muy consciente del sujeto en cuestión—. Y me asusta, soy más de ir... paulatinamente.
Recordando las palabras de Vera sentí la necesidad de alejarme un poco y me incliné en dirección al agua.
—¡Thesa! —me gritó Pol desde su barca— Te queremos viva, gracias.
Levanté la cabeza y me encontré con sus ojos a unos metros, estábamos muy cerca de ellos. Le puse cara fea por auto reflejo y me senté con las piernas cruzadas en dirección a Alejo.
—A veces preferirías que fueran más secundarios que principales. —afirmó y sonreí con los labios juntos—. Pero el amor no atiende a razones.
—No digas tópicos. —le espeté.
—Que sean tópicos no significa que no sean ciertos. Déjate llevar, Thes.
Solté un bufido. El embarcadero del lago se alejaba lentamente, igual que mis ganas de pensar en cosas profundas.
—Suena más fácil de lo que es.
En un intento que resulto ser certero, eché la cabeza hacia atrás bañando mi rostro con el sol. Ya no quería hablar más. Cerré los ojos un poco tarde, la silueta del sol ya se me había grabado en la retina. Alejo me entendió y no dijo nada.
Si me centraba podía escuchar con relativa facilidad las conversaciones del resto de parejas. Valentina, Daniel y Tobías estaban algo alejados pero sus voces discutiendo eran muy claras. Los tortolitos hablaban de una probabilidad de caer o algo así y el otro les pedía ponerlo en situación, no pasó nunca. Macarena, la chica del sur estaba aún más alejada con uno de piel oscura y ojos claros, pero no importaba, tampoco iba escuchar mucho más que unas ventosas, enrollarse en una barca no da para mucho.
Intentando convencerme de que la conversación que me interesaba era una de esas, sintonicé con la de Pol y Emma. Hablaban casi susurrando, pero estaban muy cerca, y solo era impresión, pero juraría que nos acercábamos a esa barca muy lentamente.
—Pol, tengo la impresión de que te repito todo el tiempo las mismas cosas.
Agudicé mis sentidos creyéndome Bella tras ser convertida en vampira, no escuché su repuesta, pero confirmé que en las discusiones no era muy de echar leña.
—No pareces entenderlo. Es que... arg, no puedes arreglar la vida de todo el mundo. Y no, no digas nada, pretender arreglarlas no es una opción. Deja que cada uno viva lo suyo.
—A ti te ayudé cuando lo pasabas mal. —él parecía cabreado u ofendido. Una mezcla de ambas, más la segunda.
—Solo se me había muerto el gato.
—Y los dos sabemos a qué te recordó aquello.
«¿A qué le recordó?»
—No sigas por ahí.
Me sentí tentada de abrir los ojos y estudiar sus expresiones.
—Finges muy bien, Thesa.
Le hice a Alejo el universal sonido de "mantén la boca cerrada" y le di una patada estirando la pierna derecha por si no estaba claro. Aunque me hizo perder algún que otro intercambio de palabras.
—Yo no quiero salvar a todo el mundo, ya sé que no soy ningún superhéroe. Solo, tengo la sensación de que puede necesitar mi ayuda.
—¿A costa de qué? ¿Me perderías por ayudarla? —le preguntó ella y mantuve la respiración para escuchar la respuesta.
Ojalá haber visto la expresión de Pol.
—No quiero perderte, Emma. Te quiero. —sentí un puñal calvándose en mi pecho, pero no pasa nada, estaba bien—. Pero voy a intentar ayudar.
—Es tu decisión, yo ya he dicho todo lo que quería.
Me incorporé de golpe y la barca dio unos zarandeos majos. Alejo maldijo en voz alta.
Miré a Alejo, su moño y sus ojos desorbitados. Ostras.
—¿Lo has oido? —le pregunté sin remilgos ni rodeos.
—Él es así. Discutió con Maca sobre esa obsesión suya varias veces. —se encogió de hombros—. ¿Quieres hablar de tu posición en este triángulo amoroso?
Reí con cierto pánico mal ocultado.
—No digas patrañas, Alejo —hizo una mueca que no supe interpretar—. Voy a hacer una mortal. —anuncié.
Esa vena mía que pretendía suicidar mi reputación recibió una dosis de sangre.
Me puse de pie con los brazos en cruz para poder saltar. No podía ser tan difícil.
—Joder, que va en serio —murmuró Alejo. Y no escuché el resto.
Examinando el agua vi que Valentina, Daniel y el acoplado ya estaban allí, en el agua, esperándome.
Oí como Pol se levantaba alterado.
—¿Qué haces, Theresa? ¿Quieres abrirte la cabeza?
—No sabes que pretendo.
—Te he escuchado. —confesó.
—Cotilla. —le respondí sintiéndome mejor por haberme colado en su conversación privada.
—No vas a hacer una mortal.
—Es más grave de lo que pensaba. Tú sí que calas hondo, amiga. —medio susurro Alejo. No pude mirarlo estaba verdaderamente concentrada en fulminar a Miss Cabellos Teñidos.
—No puedes impedírmelo, es mi decisión.
Mis palabras levantaron su parabólica, prestándome más atención y frunciendo el ceño.
—Es una mala idea.
—¡Tu hiciste una mortal en un estado que no conviene recordar! —le grité sin estar cabreada, Pol era bastante entretenido.
Dos voces cantaron al unísono.
—¿Lo sabes? —por parte de Alejo.
—¿Lo sabe? —de Emma.
—¡Sí! —contestamos Pol y yo a la vez y en un volumen algo alto.
Emma farfulló algo sin importancia.
—Yo no estaba subido en una barca. Y ya había hecho muchas mortales.
—Y yo —mentí para defenderme—. No es mi primera vez.
—Te enseño un día de estos, pero no saltes ahora, por favor.
—¿Enseñar? No será, es, no es tan difícil. 
Pol se echó el pelo hacía atrás y tuve que contenerme mucho para no parecer embobada. La gente como él no debería ser legal.
—Dile algo, Alejo.
No le dio tiempo. Tras dos respiraciones rápidas y contar hasta tres por segunda vez en media hora, flexioné las rodillas, sentí como inclinaba peligrosamente la barca y antes de caer de cabeza, me impulsé con los brazos para dar una vuelta en el aire. No salió muy bien, el agua me cubrió demasiado pronto debido a mi mala situación para dar un buen salto y tragué agua de lago. «La del mar me gusta más».
De cualquier forma, estaba eufórica, lo había hecho, ¡por primera vez! ¡Una mortal! Horrible, pero mortal.
Ascendí a la superficie medio tosiendo y sonriendo. Y me recibieron varias caras distintas. Fui alterando, de una en una.
Alejo entre divertido y asustado.
Emma completamente indescifrable, pero no en el buen sentido. Más bien todo lo contrario. Creo que no le agradaba demasiado.
Y Pol, dios, fue glorioso. Estaba aterrorizado y ni siquiera imaginaba el por qué. Sus ojos pasaron a fulminarme furiosos y muy acorde a su color tormenta, muy deprisa para mi gusto, no puede disfrutar de su pánico. Su mandíbula maravillosamente angulosa estaba apretada en un gesto muy masculino. Y su pecho subía y bajaba rápidamente. Hasta parecía fuera de si.
—¡Podías haber muerto, Theresa! ¡Has estado a dos centímetros de golpearte la cabeza con la puñetera madera! —agitó la cabeza—. ¡Me has asustado!
Sonreí de oreja a oreja, no debería, era consciente. Divertirse por los malos ratos de otros es muy sádico, y más cuando si es por tu casi muerte. La segunda ya en lo que llevábamos de campamento, me estaba coronando.
Pero Pol no me hizo sonreír por eso, fue por ver que era capaz de gritar y cabrearse. ¡Aja! Alguien no controla tan perfectamente sus emociones como quiere aparentar.

***
Uff, ya sé que no es la hora habitual, pero llevo horas corrigiendo el capítulo. Espero que os haya gustado y lo hayáis aprovechado, no habrá muchos así de largos.
Hasta el lunes

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