Asmodeus Argenta (Lucas)

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Nadie podía negar que, de los siete hijos de mi madre, yo era el que más se divertía. Algunos asumen que es porque soy el más joven de todos, otros dicen que es porque soy el más parecido a ella, pero la realidad es que es porque soy el único que es verdaderamente consciente de lo que pesa nuestro apellido, y no voy a desperdiciar ninguna oportunidad para salirme de la responsabilidad de ser un Quinn. ¿Alcohol? Aceptable. ¿Drogas? De vez en cuando. ¿Fiestas? Todas las que pueda.

—Lucas. —Danna me miraba fijamente con sus grandes ojos marrones—. Estoy tratando de decirte lo que siento.

—Y yo te estoy escuchando.

—No me estás escuchando. Estás pensando en otra cosa.

—Perdón —dije con pesar—. El viaje me tiene estresado. No sé si me estoy llevando todo lo necesario.

—Solo te vas unas semanas.

—Con la posibilidad de quedarme unas más. Depende de mi madre.

—La Gran Señora Eva Quinn. —Las burlas de Danna hacia mi madre y su puesto no eran raras.

—Ella manda. Lo sabes.

—¿Cuánto tiempo más? Te dejas mangonear por ella a los veintiún años. Eso no es normal.

—No me dejo mangonear —repuse ofendido.

—Entonces, ¿tienes muchas ganas de viajar a Nueva Siena y perderte mi cumpleaños?

—No, pero no es mi madre quien mi obliga, es mi jefa. Si quiero llegar a ser como ella, tengo que esforzarme.

—No es tu jefa, es tu madre aunque trabajes para ella, y podría ser un poco más flexible. Aparte, el apellido Quinn ya te consiguió un lugar en cualquier revista.

—No lo entiendes. —No traté de explicar algo que ya le había explicado mil y un veces.

—Entiendo que a ti no te importa cómo se siente tu novia por el hecho de que no estarás en su cumpleaños.

—Danna. No somos novios. Empezamos a salir hace un mes.

—Después de otros seis meses de conocernos. —Hizo una mueca como si fuera obvio que debe ser la persona más importante en mi vida.

—Danna... escucha.

—No. Escúchame tú.

Me sorprendió su tono, pero me sorprendió más el hecho de que yo seguía ahí cuando ni siquiera me interesaba estar con ella.

—Dame tu celular —interrumpí su balbuceo.

—¿Para qué qui...? —Tomé el celular y le puse la pantalla frente a ella para que lo desbloqueara. Así lo hizo.

Después de apretar unos cuantos botones, se lo devolví y me levanté.

—¿Qué estás haciendo?

—Me voy. Tengo que ayudar a mi madre a empacar y no quiero seguir esto.

—Luego seguimos...

—Me refiero a que no quiero seguir contigo.

Me volteé y caminé por la acera sin mirar atrás.

—Te llamaré. Tenemos que tener esta conversación. —Le escuché gritar a mis espaldas.

—Acabo de borrar mi número de tu celular —grité sin voltear.

Escuché un quejido por su parte y aceleré el paso para evitar que me siguiera.

Al día siguiente, mi madre se subió al avión privado y la seguí por las escaleras que se tambaleaban con el peso de ambos.

ENTRE HOMBRES Y DIOSES (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora