15. Trabajo

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Estaba hecho y la verdad es que sigo sin creérmelo. Casi no le cuento a Cand que lo había conseguido. Sabía que iba a flipar; así que le conté muy poco por eso de la cláusula. A la final no me fijé en nada más, y lo cierto es que me he convertido en la modelo de poses para un pintor que no sabía si era un mito o una realidad.

Aunque, después de eso he andado intrigada por saber que se esconde tras ese Leroux, y si es cierto que este viernes lo voy a conocer en la primera sesión. No quiero que Cand se dé cuenta, pero también flipo con esa idea.

―Tienes que contarme todo.

Sigue insistiendo a pesar de mis negativas.

―No, y no Cand, ya te dije que no puedo hacer eso porque tendría que vender todos mis órganos para pagar la cláusula que me impusieron.

―Vamos Elia, sabes que yo seré una tumba.

―Sí, pero ni siquiera sé que puedo o no decir. Tendré que preguntárselo directamente.

―Vaya, yo en tu lugar estaría muy emocionada por eso.

―Lo estoy.

―Pero no se nota para nada ―repone, lo que me hace pensar que estoy haciendo bien mi papel.

―Ya sabes que no puedo ponerme a gritarlo a los cuatro vientos, y tú tampoco lo harás. Confórmate con saber que he firmado un acuerdo con él.

―Ay Elia, vas a tener que contarme, aunque sea un poquito.

La voz quejosa y cansina de Cand me pone irascible, desearía, pero no puedo. Tengo que morderme la lengua si quiero descubrir la verdad.

―Ya te dije que no ―digo poniéndome en pie y tomo mi mochila para ir a la siguiente clase con el profesor Bledel.

Huyo antes de que siga insistiendo, y ella me mira enfurruñada. No puedo evitar sonreír y burlarme de ella y lo cierto es, que desde que he firmado ese documento y he fijado la primera sesión, he estado muy emocionada, aunque ella no lo note.

Pero tengo que estarle agradecida, esto ha hecho que no piense en nada más, ni siquiera en él. O sí lo hago, pero de inmediato lo saco de mi cabeza. No sé cómo he podido lograrlo, pero lo he hecho y eso en el fondo me alegra.

El salón de Bledel aún está desocupado, faltan unos minutos para que empiecen a llegar sus estudiantes. Él está sentado detrás de su escritorio, parece concentrado en un libro. Me acerco con la carpeta de planilla que me pidió llenar y traer antes de las clases, desde que empecé a ser su asistente.

Me da curiosidad el libro que está leyendo, así que le echo ojo al título. Me causa gracia confirmar que no podría ser otra cosa que libros sobre su técnica de enseñanza. Arte abstracto. Él mira el libro de Vasili Kandinsky, el padre de la pintura abstracta. Punto y línea sobre el plano, es un libro que tengo en mi biblioteca, y creo que todos en la academia.

Es una lectura obligada. Me aclaro la voz para que sepa que he llegado. Apenas se fija deja el libro cerrado sobre el escritorio y se pone en pie observándome.

―Disculpe si le interrumpo, aquí está la planilla ―digo y por extraño que parezca es la primera vez que su mirada no parece querer apartarse de la mía.

Su mirada luce penetrante aun detrás de los lentes de gruesa montura, y entonces me fijo que hasta ahora no había reparado en el color de sus ojos. Son grises. Un gris intenso como el de las nubes cuando convocan una tormenta. Pensar que eran lindos y algo intimidantes, me hace tragar grueso.

Además, que se siente extraño que me mire así, como si me viese por primera vez. Como si fuese un nuevo descubrimiento.

―Profesor, Bledel. ―La vocecita delicada de Natalie French se filtra hasta donde estamos rompiendo la conexión.

Es mi antecesora en la asistencia. Él parece espabilarse y aparta su mirada cuando ella se pone en frente con su sonrisa de niña frívola, atrayendo la atención que antes estaba sobre mí.

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Quiéreme por favorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora