La ventana estaba cerrada por el agua, cerré los ojos y te vi.
En ese momento descubrí quién era, quien soy. Supe de golpe como una revelación que aquellos días fueron un premio por la osadía de no salir corriendo, o tal vez, la desdicha de un castigo delirante por no saber escapar.
Pensé tanto hasta creer que no sentía, para luego descubrir que eso no se podía. Pensé en irme lejos, muy lejos y no llevarte, para darme cuenta luego que tampoco podía. Quise llevarme los besos que me dabas en alguna cama, cuando no estaba nunca dormida, nunca.
No quise llevarme ni una sola gota de veneno, para darme cuenta más tarde, que tampoco podía.
Quiero llevarme el recuerdo de tus labios con el sabor desaparecido (por todas las cosas buenas pensé, todas las cosas buenas, cada vez mejores que nos van a pasar).
Un asombro desmesurado, quizás impropio o no, asoma para contarnos que ninguna palabra, ninguna explicación, ninguna, pueden decir a nadie lo que ha sido.