Casi no había podido dormir en toda la noche de solo pensar en que Alonso estaba ahí, en Madrid, en casa, junto a ella... Tampoco pudo olvidar todo lo que le dijo. Sus palabras se repetían una y otra vez sin descanso. La forma en que la miró y, sobre todo, el esfuerzo sobrehumano que tuvo que hacer para no rendirse cuando la tocó. Cuando la acarició y volvió a escuchar que la amaba.
Lo había extrañado tanto que apenas pudo contenerse, pero lo hizo. Lo hizo porque todavía le dolía que no la hubiera creído y que prefiriese ese caso por encima de su familia. Y no es que no pudiera perdonárselo, sabía que sí, pero no era capaz todavía y mucho menos podía ponérselo tan fácil.
Por esas mismas razones, supo que no debía quedarse en casa encerrada, evitándolo eternamente. Se puso en pie y se metió a bañar, arreglándose en tiempo récord cuando su estómago se quejó exigiendo y recordándole que ya era hora de volver a llenarlo. De camino a la cocina, se detuvo en el cuarto de su hijo y abrió la puerta despacio al no escuchar ruido alguno en toda la casa encontrándose con una imagen que había extrañado demasiado: la de los dos hombres de su vida durmiendo abrazados el uno al otro.
Al parecer, Alonso había decidido dormir en la habitación de Miguel, en la cama que le pusieron cuando le armaron su cuarto y que su pequeño no había usado más de unas cuantas veces. Era algo pequeña, pero su marido había encontrado la forma de meterse y acomodarse junto con su hijo y también Purpurina que dormía muy tranquila a sus pies. Sonrió y salió sin hacer ruido, dirigiéndose finalmente a la cocina.
Un rato después, cuando ya estaba sentada con su desayuno dispuesto sobre la mesa, escuchó unos pasos acercarse. Tomó su teléfono, fingiendo que miraba cualquier cosa, solo moviendo ligeramente los ojos para ver que era su mejor amiga la que entraba en la cocina.
—Buenos días, Regis —saludó, bostezando y yendo directamente a tomar una taza para servirse café—. Estoy tan cansada que me hubiera quedado durmiendo hasta el mediodía.
Ella no respondió y continuó fingiendo que estaba haciendo algo con su teléfono. La ignoró, simple y sencillo. Porque también estaba enojada con ella, por muchas cosas, pero la más importante era una sola: sabía perfectamente que ahora se iba a dedicar a hacer de celestina. Lo supo apenas vio cómo su mejor amiga instaba a su esposo a saludarla y también cuando los escuchó hablar tras la puerta de su habitación la noche anterior antes de que Alonso entrara a trompicones para hablar con ella.
—¿Regis? —la llamó, sentándose a su lado con un café y un plato con varios de los pancakes que había preparado y que había dejado al ver que salieron más de lo que podía comerse—. ¡Regina, te estoy hablando! —insistió— ¿Piensas ignorarme? ¿A tu mejor amiga también?
—¿También? —preguntó con enojo, incapaz de contenerse—¿No eras tú la que me decía que no flaqueara porque tenía la razón? ¡Y finalmente tuve razón en lo que dije!
—Eso ya lo sé y nunca dudé de tu palabra, siempre supe que tenías razón —afirmó sonriente, tratando de tomar su mano y mirándola extrañada cuando la apartó—. Regis...
—Te pusiste de parte de Alonso —la acusó—y no me digas que no es verdad cuando sí que lo es.
—No del todo —se defendió, enojándola aún más cuando miró para asegurarse que nadie las escuchaba—. Tú sabes que inventé que necesitaba quedarme en tu casa para estar pendiente de él, para cuidarte a tu marido y hacerle la vida imposible mientras estaba allí. El mismo Jaime me contó que él lo llamó desesperado y hasta le rogó que fuera por mí.
—Ni siquiera me avisaste que vendría —le reclamó—. Debiste contarme que ya entregó el caso y que descubrió a Alison ¡que viajaría para acá!
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Eterna Tentación #BilogíaTentación
RomantikLuego de cerrar el caso que los unió, Regina y Alonso deciden instalarse en Ciudad de México para iniciar una nueva etapa en sus vidas. Felices, tranquilos y llenos de trabajo, disfrutan cada momento y cada día junto a su hijo. Ese pequeño que es el...