San Francisco, Estados Unidos
17:50Jeon miraba el reloj del carro impacientemente, movía su pierna con agilidad, trataba de no comerse las uñas, miraba por el retrovisor y aprovechaba de verse en el reflejo para apartarse un mechón de su cabello negro sobre sus ojos. La fila de autos era inmensa tomando en cuenta la hora en la que iba a llegar al sitio que tenía en mente, sobre todo por el gentío que venía del trabajo y quería llegar a hacer sus necesidades en casa. Él, en cambio, estaba tan apenado por llegar tarde a su destino, que cada que podía tocaba el claxon; a su vez, terminaba de comerse una barrita de Milka, chocolate con leche, que había en algún lugar de la guantera.
— Apúrese vieja cagona. — Dijo molesto, sin prestarle mucha atención a sus propias palabras y retirando hacía abajo el papel de su chocolate para poderlo morder mejor.
Manejó rápido. En cinco minutos ya estaba acercándose a esa casa que se distinguía a varias leguas por ser colorida, de paredes amarillas como un pollito, jardín frontal de césped fresco y un montón de dibujos o garabatos hechos a crayola sobre cualquier parte de ella, en el techo, en la fachada, en el cemento y en la puerta principal.
No dudó ni un minuto en tocar el claxon dos veces apenas llegó, esperando unos segundos a que de aquella puerta saliera un pequeño niño con rizos color café y mirada angelical tomado de la mano con alguna de sus profesoras. Al contrario de lo que pensó, su hijo salió cargado sobre el cuerpo de quién fácilmente podría ser el amor de la vida de Jeon. Uno de los maestros que pocas veces llegaba a ver en la guardería de su hijo.
Park Jimin, un ángel del renacimiento.
Definitivamente no esperaba ver al bonito profesor ese día.
— Dios, déjame ayudarte. — Apenas lo vio, salió del carro como un cohete, siento torpe con sus pasos, botando sin querer el sobre del chocolate en el asfalto y cargando a su hijo sobre su hombro una vez el rubio se lo dio. — Como lo siento, no había visto la hora... — Dijo excusándose, abriendo la puerta trasera de su carro viejo para tender al pequeño allí.
— Oh, no tiene que preocuparse. — La voz angelical de Jimin sonó apenada. Él estaba con su delantal de trabajo manchado de pintura y cargaba dos coletas de colores en su cabello. Estaba realmente como un profesor infantil y olía a pintura y plastilina. — Mike es un niño muy responsable, apenas hizo su tarea se quedó dormido.
Una vez Jungkook terminó de dejar a su hijo bien acomodado en los asientos traseros del carro, colocándole una chaqueta vieja que allí tenía como almohadilla, limpió sus manos en el pantalón y le dedicó una sonrisa llena de vergüenza al maestro.
En realidad, ambos se estaban carcomiendo por dentro, ninguno quería decir nada de la vergüenza, pareciendo dos niños pequeños mirando al suelo en vez de afrontarse el uno al otro cada vez que se veían.
— S-Sé que tenía que venir hace una hora y de verdad se me complicó todo. — El mayor sonrió nervioso.
Jungkook debía tener al menos siete años más que aquel joven muchacho.
— Oh, no se preocupe señor Jeon, mi turno acabará pronto. Mike estaba en buenas manos. — Jimin estaba rosado de la emoción, metiendo sus manos dentro de los bolsillos de su delantal.
— No dudo que sea así, profe. — Jungkook sonrió al decir aquel tierno apodo, tratando de no rascarse el cuello ante sus propias palabras, hundiendo sus manos en los bolsillos de su jean beige viejo. — Por favor, no me digas señor Jeon, dime Jungkook ¿Tan anciano luzco?