𝐁𝐔𝐓𝐓𝐄𝐑𝐅𝐋𝐘 | "Me enamoré de un fantasma. De la versión más pura e irreal de alguien a quien no podía disfrutar".
Kang Chloe es una chica que, a simple vista, parece normal, pero tras sus ojos existe un poder más allá de lo común. A través de...
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El efecto mariposa es capaz de crear un caos que desencadena en su destino.
Era una niña de ojos obsidiana y cabellos como la noche, cuya pasión más desenfrenada eran las mariposas de alas de un azul electrizante y venas negras cual azabache. Era capaz de pasar horas en su busca en los rincones repletos de vegetación de su pueblo. Cuando encontraba una, sus ojos brillaban llenos de estelas, simulando un cielo estrellado; eran tan oscuros como este. Eran un vacío interminable y hermoso por el que asomaba el resplandor de la felicidad y se ocultaba una esquina donde se apaciguaba el miedo.
Era una incomprendida y llenaba las bocas de quienes hablaban teniéndola a ella como principal tema de conversación. Se desconocía su nombre —era secreto, o eso confirmaban sus cuidadoras—, pero se sabía que se apellidaba Kang. Sin embargo, nadie la llamaba como tal, ella era mencionada como la extraña niña del orfanato, aunque ganó otro mote con el paso del tiempo a raíz de su historia.
Raras eran las veces que no se la veía hablando sola o intentando comunicarse con una mariposa. Siempre estaban en sus manos o en distintas partes de su cuerpo, se apoyaban en la punta afilada de su perfecta nariz porcelánica o en su pálida tez, en sus rodillas cubiertas de rasguños sangrientos o en sus palmas rojizas.
Ella parecía poder comprenderlas como nadie la comprendía a ella.
La razón por la que Kang era una incomprendida allá en el siglo diecinueve es porque nadie llegó a entender la lógica de su cuento de hadas, partiendo de que pocas personas en su época pudieron creeerla. Pero la niña pasó a ser una leyenda, pues fue capaz de, libre, feliz y probablemente envuelta en su locura, contó lo que había vivido y pasó a la historia.
Ella era la niña que soñaba con ser una mariposa y aprendió a volar.
Pero todos, en todo momento, se estrellan. Y todo proceso desemboca en un final.
Cuando la miraban, arrodillada frente a arbustos de los que recolectaba rojizas bayas para alimentarse y sobre los cuales se apoyaban las mariposas, solo eran capaces de ver a una joven abandonada y consumida por la insania. A una pequeña cristalizada de finas facciones y cuerpo frágil, llena de moratones y heridas por todas partes, más ninguna de aquellas cicatrices que se veían a simple vista eran realmente importantes para ella. Existían otras, enterradas a martillazos en su corazón y tapadas con grandes cantidades de anestesia, impidiéndole contarlas.
Pero lo logró. Y esta es la historia que ella contó:
Kang —y un nombre desconocido— nació alrededor del año 1800 en un pueblo extendido llamado Blue Valley, perdido en alguna parte de Corea del Sur. Es probable que este libro sobre ella, del cual solo existe una copia única e irremplazable para contar su leyenda, no salga jamás de los escondrijos del lugar. Ella nació en Blue Valley, y digna, allí murió, pero su historia nunca lo hizo y en su hogar permanecerá para quien decida creerla si es que jamás cae en el olvido.
