Capítulo 1

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—No puede ser...

Aquel tono de voz cargado de una excesiva preocupación, me obligó a abandonar la mirada del cuaderno.

Mi primo apretaba el volante con fuerza, mientras que sujetaba el teléfono contra el oído en pro de mantener una conversación que había iniciado calles atrás con un parloteo agradable y había tocado un fondo cuestionable; Nash trató de verse sereno, imperturbable, pero sus reacciones dejaban mucho que desear.

Se esforzó en relucir una sonrisa tranquila cuando notó mi mirada puesta en él.

—¿Va todo en orden?

Continuó con la charla en el teléfono, ignorando mi pregunta pero dándome a entender con un gesto de dedos que me había escuchado.

—¿Seguro, seguro? Espero que no me estés jugando una broma pesada, Gio, porque no estoy para juegos —dijo entre dientes, esquivando autos a una velocidad cuestionable, logrando ganarse pitazos enfurecidos; me aferré al cuero del asiento, incluso cuando el cinturón de seguridad me mantenía anclada a él—. Se supone que debían estar en la universidad, es muy temprano para eso... Que sí, ya estaba yendo para allá... ¿Qué? ¿Estás jodiéndome, Giovanny? Lo que me faltaba.

Le propinó un manotazo al volante que me empujó a tragar con preocupación. Conocía lo suficiente a mi primo como para preveer que dicha actitud rebasada incluso los límites de su propio entendimiento. Se veía tan molesto que los disgustos por su fisgoneo en mi cuaderno de dibujo, se tornaron nada en comparación.

—Voy en camino, ¿me oyes? —arrugó en entrecejo—. ¿Ah? ¡Qué si me oyes!

—Nash, despacio.

Era la primera vez que temía ir en un auto con él. Conducía como una bestia enfurecida sedienta de un poco de sangre. Me pareció entonces un toro fastidiado por una bandera ondiándose frente a sus narices.

El corazón me retumbaba en los oídos, y para ese punto mi respiración se empezaba a tornar errática. Sabía poco de conducción, mas estaba segura que ese precario conocimiento me ayudaría a controlar mis latidos y no continuar dañando del forrado del asientos con mis uñas con tanta presión.

—Detente —espeté, ganándome una mirada confusa de su parte.

—¿Qué?

—Para.

—No...

—¡Que pares!

Mi cuerpo se precipitó con fuerza hacia delante y mi espalda chocó con el asiento con la misma ridícula velocidad. De no llevar el cinturón mi cara había formado parte del salpicadero.

Nash me miró sin entender nada mientras quitaba la cinta que me aprisionaba; la llamada con uno de sus amigos continuaba y logré escuchar un grito entre el ruido de una canción que retumbaba por encima de las miles de voces.

—Quiero llegar con vida a final de mes, gracias —me sentí sumamente extraña al tomar en volante; mis manos temblaban de los nervios y el sudor se deslizaba por esta como una cascada—. Conduciré yo, tú guíame.

—¿Desde cuándo sabes conducir?

—Desde ahora.

—¿Qué...?

—¿Dónde vamos?

Sin cortar la llamada, me indicó que condujera hacia un complejo de casas que quedaban no muy lejos del centro de la ciudad; lo miré extrañada, y sin embargo, pisé el acelerador cuando hube tomado una bocanada de aire para llenar mis pulmones de un dejo de valentía que no poseía.

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