Una nueva pareja en la manada

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La chica se levantó como todas las mañanas, fue al baño y se duchó, lavó sus dientes y bajó a su cocina para hacerse una taza de café junto a un sándwich.

En su corta vida hubieron muchos Omegas que intentaron enseñarle a cocinar, pero ella simplemente no estaba echa para la cocina.

No se le quemaba el agua porque eso no se quema, pero si fuese posible, ella sería uno de esos casos perdidos.

Lo único que atinó a aprender fue a hacerse un sándwich, aunque por lo general, todos los días el Omega de su amigo y mano izquierda le dejaba la comida en el frigorífico.

Una vez se tomó su café, y terminó su sándwich lavó la taza y salió de su cabaña para encaminarse al bosque. Cuando llegó a las fronteras de la manada saludó a los Betas encargados de la guardia y siguió de largo.

Caminó hasta llegar a un claro dónde en medio había una pequeña montaña de tierra, en la cima había un árbol, y a cada lado de este había una lápida con el nombre de sus progenitores.

Subió por la escalera de piedra que había en la parte delantera de la pequeña montaña y se sentó entre las dos lápidas apoyando su espalda en el árbol.

— Buenos días. Papá, ayer fui a la manada de zorros del sureste, y está todo tal y como lo dejé pero de todos modos envié a algunas parejas de ancianos para que les enseñen. Desde que la guerra en nuestra contra la ganamos nadie se a atrevido a intentar atacar la manada. Mamá, quisiera que te comunicaras con Xiao Ling y le dijeras que ya deje de usar su brujería conmigo, desde la última vez que intentó ver mis recuerdos sueño con un chico que según ella es mi "predestinado".

Como todos los días le hacía un reporte a sus padres sobre cómo había sido su día de ayer, y qué tenía planeado hacer ese día.

Era una costumbre. Se quedó allí hablando sola hasta que pasaron las dos horas que tenía ella misma como regla para quedarse.

Al bajar de ahí comenzó a caminar de regreso a la manada, pero escuchó unos sollozos acompañados de unos gruñidos.

Buscó de donde provenían, y encontró detrás de unos arbustos a una chica llorando mientras sujetaba su vientre y su pareja le gruñía a ella para que no se acercara a la que parecía que estaba a punto de dar a luz.

Al ver el estado de la chica elevó sus manos en son de paz e intentó calmar al Alfa que seguía gruñéndole para que no se acercara.

Suerte que esa mañana no se había tomado los supresores, pues su aroma tan dulce y delicado a frutillas hizo que el Alfa se relajara y la dejara acercarse a su pareja.

— Está muy mal, necesito que te vuelvas a tu forma humana y me ayudes a moverla hasta mi manada.

El lobo cogió un bulto de ropa que estaba a un costado de la chica tirada en el suelo y desapareció detrás del árbol. A los minutos volvió un chico vestido, y muy preocupado.

— Bien, a la cuenta de tres, la levantamos y comenzamos a correr. No va a durar mucho hasta que comiencen las ganas de pujar, si eso pasa, el bebé va a nacer aquí y no va a haber algún médico que ayude a tu pareja. Así que vamos... 1... 2... ¡3!

Entre los dos la levantaron y comenzaron a correr hacia la manada. El chico estaba pálido, no solo del miedo que sentía, sino por la fuerza de la delicada chica que le había ofrecido su ayuda.

Ya estaban llegando a la manada cuando el chico vio a los guardias parados haciendo sus recorridos. Paró en seco y la Omega se quejó de dolor.

— ¿Que pasa? ¿Por qué te detienes? Ya estamos llegando, solo unos pasos más. Vamos.

|| Mestiza ||→jjkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora