CAPÍTULO 31. NO HAY DINOSAURIOS
Si mi vida fuera un juego de diferencias en el que yo me encuentro como constante en el porche de mi cabaña, pero con la lluvia cayendo con más fuerza horas más tarde, a parte de la ausencia de Pol de fondo, la primera diferencia que se encontraría sería que Valentina estaba conmigo, con las comisuras inclinadas hacia abajo y las manos entrelazadas a la espalda.
—Pues no ha dejado de llover. —le dije observando los grandes goterones que convertían el camino de tierra en riachuelos de barro.
—Y ya va empezar el atardecer. —agregó ella.
Nos miramos y bajamos los hombros sin poder hacer nada. El recital de poesía nunca sería una realidad.
—Tenías algo preparado, ¿no? —pregunté.
—Algo, puede que no sea lo mejor que he escrito, pero me encanta recitar y la idea de saber que Pol no tiene nada nuevo me fascinaba.
—Te creo. —coincidí en lo de Pol.
Nos quedamos con la vista perdida, o al menos yo.
Valentina era la persona más entusiasta que he conocido, y pensar que algo para lo que llevaba casi toda la semana preparándose iba a echarse a perder, me apretujaba el corazón.
—Tiene que haber una solución. —murmuré para mí, Valen se volvió escuchando algo pero estaba tan triste que ni se molesto en pedir que lo repitiera.
Me quedé pensando en esa solución y mientras, a Alejo le dio tiempo a salir de su cabaña, maldecir cuando se mojó las Vans, saludar con un simple "Buenos días, que para mala ya está la lluvia", bueno, igual de simple tiene poco, pero también le dio tiempo a echar a correr, resbalarse, mancharse, maldecir y perderlo de vista. Todo eso mientras yo me repetía: "llueve, pero no es el fin del mundo".
"Igual por la noche..." le había dicho yo a Pol por la mañana. Ya se estaba haciendo de noche, pero ¿más de noche? En plan noche noche.
—Tú querías que fuera un momento muy especial, ¿no? —quise saber.
—Sí —respondió sin saber muy bien por donde iba.
—Y la hora de las brujas es a las doce, ¿verdad?
—Sííí... —dijo entendiendo y dando un salto—. ¿Crees que habrá dejado de llover para entonces?
La miré sonriendo.
—Necesitaríamos ver la previsión del tiempo, pero...
Dio una palmada.
—No digas más, yo sé como.
Valentina entró a la cabaña, salió con un paraguas transparente, lo abrió, me cogió de la mano (estaba un poco espesa, ¿vale? La conversación con Pol me había trastocado) y salimos medio corriendo. Nos metimos por el sendero a la derecha de nuestra cabaña, en dirección a esa que llamaban "La Séptima", «podría ser la ubicación de una historia de miedo» pensé. Daniel y Tobías estaban dentro, no lo supimos al abrir la puerta sin llamar, solo cuando los oímos gritar.
Tras abrir la puerta nos quedamos quietas y frunciendo el ceño, sospechando de algo. Estaban raros, Tobías leía un folleto de información del campamento tirado en la cama y Daniel estaba tumbado en la otra con los brazos por detrás de la cabeza y mirando el techo.
—¿Qué demonios habéis hecho? —les preguntó Valentina cruzando los brazos.
Intercambiaron miradas.
—¿Nosotros? —empezó Tobías.
—Nada. —concluyó Daniel.
—Vaya par. —pensé en voz alta.
—Bueno da igual —se giró a Tobías—. Queremos un móvil.
La miré ceñuda y todos me miraron sin entender mi reacción. Aún les costó un rato pillar que tenían que explicármelo.
—Claro, se salió fuera a morrearse con Pol cuando repartimos las tarjetas. Tiene sentido.
Levanté el dedo dispuesta a corregir a Tobías y entreabrí la boca pensando que decir repentinamente shokeada por mi subconsciente «Más quisieras tú morrearte con Pol». ¿Yo quería morrearme con Pol? ¿Un roce de labios al menos? Nah.
—Yo no me... —logré decir mientras imaginaba y dejaba de imaginar por el bienestar de mi salud mental.
—Ya ya, lo sabemos. —me cortó el de pelo pincho muy a los dos mil.
*
—Cincuenta cincuenta. —anunció Daniel
Después de pasarnos unos minutos discutiendo sobre donde diantres estaba el campamento exactamente, decidimos buscar "tres lagos por el norte de España" en Google y tras no llegar a nada y varios largos minutos, Tobías, que sí había estado leyendo el folleto de TeDI, recordó que salía escrita la localización.
—Con la suerte que tenemos seguro que nos toca el cincuenta por ciento de lluvia. Yo nunca gano al Piedra, papel o tijera. —agregó negativo Tobías como si un juego pudiera tener algo que ver con geografía.
—La probabilidad del Piedra, papel o tijera es completamente aleatoria —le contesté sin pensar. Me asesinó, casi literalmente, con la mirada.
—¿Qué? —le espeté.
—¿Sabéis rezar? Yo solo me sé la primera parte del credo. —preguntó Valen.
—Yo me lo sé —anuncié—. Hubo una temporada que me dio por rezar.
—¿Y cómo acabó? —inquirió curiosa mi compañera.
—Cuando no vi resultados.
Podréis imaginar que rezaba para acabar con mi fobia, ¿pero cómo acabar con el destino? Pues yendo al psicólogo. Aún así, algún día por las noches, me sentaba en la cama con las piernas cruzadas y le hablaba a Dios.
—Esperemos que ahora de resultados.
*
Nuestro plan fue transmitido a unos pocos privilegiados mientras jugábamos a las cartas en el comedor para matar el tiempo. Pol, Valen, Daniel, Emma, Maca, Tobías y Alejo participaban en una partida de "Burro" uno de esos juegos que requiere contacto y por tanto envidiaba y odiaba a partes iguales.
Yo no jugaba, me dedicaba a hacer sopas de letras teniendo que soportar la cara completamente exagerada de "¡Dios!, ¿cómo soportas eso?" por parte de Pol Luna (imaginaos su nombre dicho muuuyyyy lentamente). También llevaba los cascos azules y plateados colgando del cuello, solo por estar, y como al parecer Pol se encontraba muy gracioso, no pudo evitar decir: "¿Qué, nostalgia?", le puse mala cara a modo de respuesta. Esto puede ser vergonzoso de admitir, pero es que repetía una y otra vez nuestra escena de la mañana, en un tóxico bucle.
«Todo tiene que ver con eso, ¿verdad? Hay algo que te controla» volví a escuchar sus palabras en mi cabeza.
Su expresión preocupada, la seguridad con la que me hablaba. Realmente parecía interesado en lo que me pasaba.
Lo miré de reojo. ¿Me estaba obsesionando con él? ¿Con el chico de pelo decolorado y un trauma con la crema solar?
«Algún día, Pol. Sé que te lo contaré algún día, no podré evitarlo». Dejé el cuaderno con fuerza en mi regazo. Tenía un presentimiento, uno malo. Volví a mirar a Pol y un relámpago iluminó la sala desde el exterior. Me entraron ganas de vomitar. Iba a ser hoy, y aquello no podía pasar. Me llegó una arcada que llamó la atención y me obligó a correr en dirección al baño junto a la lavandería que daba al comedor.
Se lo iba a contar todo, Pol lo sabría porque yo sucumbiría a sus encantos, su persuasión y sus ridículos ojos tormenta a juego con el estúpido clima.
Mi cuerpo se convulsionó estando flexionado sobre el inodoro, pero no logré expulsar nada.
Ya era muy tarde, Pol lo lograría y no iba a poder evitarlo.
Cerrando la tapa con demasiada fuerza salí del baño con la mano sobre el estómago, por prevenir, y me quedé apoyada en una gran lavadora. Mierda, no podía contárselo, pero lo presentía de verdad.
Alguien corrió la puerta y no necesité levantar la cabeza para saber quién era, el olor recién bautizado como "Olor POL" inundó la pequeña habitación.
—No. Va. A. Ser. Ahora. —le advertí sintiendo que me mareaba.
—No sé de que me hablas. —confesó.
—¿No crees que es demasiado tarde para hacerte el inocente?
—¿Lo dices por poner esa cara fea a tu adorado cuaderno?
Apreté la mandíbula y lo fulminé con la mirada.
—Eh, no pasa nada. No tengo ni idea de que te pasa, pero te hemos visto mala cara y...
—¿Hemos? —pregunté sintiendo como mi dignidad me abandonaba.
—Sí, bueno Theresa es que llamas un poco la atención.
Gruñí.
—Creo, que no estás de buen humor. Y tienes suerte porque Tobías se había ofrecido voluntario a venir a ayudarte, y Valen también, pero es un poco ruidosa. Así que te ha tocado Pol el servicial.
Iba a discrepar sobre lo que consideraba buena suerte, pero lo dejé pasar, no del todo bien:
—Yo diría Pol, el Entrometido.
Y con mi cuerpo traicionándome, solté unas cuantas risas divertidas que no pude parar a tiempo tras mi propio comentario.
También sin evitarlo trabé su mirada con la mía y entramos en ese estado en el que no discutíamos ni decíamos chorradas, el... no sé como decirlo, raro, calmado y ¿especial?
—¿Te vienes a por una leche con galletas? —me preguntó sonriendo y achinando sus ojos.
—¿No tendríamos que cenar primero?
—Podemos colarnos en la cocina. —dijo tentándome y andando en mi dirección entre balanceos.
—¿Los dos solos?
—Y unas cuantas cocineras y cocineros... sí.
—¿Tienen galletas dinosaurio?
Hizo un mohín adorable y me puse el pelo detrás de las orejas. «Debería habérmelo cepillado», pensé.
—No, pero puede que queden unas con pepitas de chocolate.
Sonreí prendada por él, digo, la idea de las galletas.
—Está bien, pero ¿y Emma?
—¿Emma? —pareció realmente sorprendido ¿es que no sabía por qué se me había ocurrido pensar en ella?— Está fuera.
—Vale, bien. Supongo. —balbuceé sin tener las cosas claras.
Entramos a la cocina y me sentí repentinamente intimidada por la presencia de los cocineros, cierto que estaban a su rollo, pero... no sé. Pol cogió un brick de leche de la enorme nevera, nadie lo miró pero si se saludaron mutuamente. Estiró el brazo por encima de una encimera donde cortaban verduras y de una cesta sacó un paquete transparente con galletas de pepitas.
—Hemos tenido suerte. —dijo en mi dirección.
No pareció notar mi estado de shock y vergüenza. Giré el anillo en mi dedo índice.
—Vamos. —me dijo.
Pol me llevó hasta una mesa de madera cuadrada y básica que había pegada a la pared con dos sillas.
«Ahora no le voy a contar nada» había demasiada gente, y yo estaba retraída.
Vertió leche en dos tazas y me preguntó algo sobre la temperatura, no sé, tenía la mente nublada.
Hundió una galleta y se la metió entera a la boca, «que bestia».
Con una mano temblorosa y ausente cogí yo también una y me la comí. Al instante volví a la vida.
—Dios, están increíbles. —dije recordando mis modales y cubriéndome la boca al hablar.
—Lo sé.
Me la acabé de una forma algo desesperada y deseé poder llevar un paquete permanente en mi mochila vaquera.
Estuvimos un rato comiendo en silencio. De vez en cuando me resbalaba leche por la barbilla y él se reía, pero yo lo hice después cuando casi le sale leche por la nariz. Me tiró unas migas y yo lo imité, íbamos a seguir pero un cocinero nos miró mal, me recordó al conductor gruñón del autobús. Era liberador ser amiga de Pol, muy entretenido.
—Oye, ¿qué decías con lo de "no te lo pienso decir ni muerta"? —quiso saber.
—Para empezar, yo no he dicho eso.
—Ha sido parecido. —afirmó con un movimiento de muñeca y apretando los labios en una mueca adorable.
—No, pero bueno, he aprendido a que no atiendes a razones.
—¿Por qué lo dices? —lo peor fue que parecía no saberlo.
—No sé —le espeté levantando las cejas—. Theresa, por ejemplo.
—No es mi problema tu problema con tu nombre —Bufé—. Ahora en serio, no te entendí y me estoy estrujando la cabeza.
—Piensa, Pol. ¿Qué te tengo que contar?
Abrió los ojos mostrándome sus iris completos, bajo la luz de la cocina parecían más grises que azules.
—¿Me lo vas a confesar?
Se inclinó por encima de la mesa y nuestras rodillas chocaron. Me alejé de golpe y logré camuflarlo con un gesto de agotamiento.
—Te dije que algún día. —bajé la mirada a mis dedos, podía ver sus chanchas con calcetines bajo la mesa.
—No creí que fueras en serio.
—No me gusta mentir.
—Pero a veces mientes, ¿no?
Trabé mis ojos con los suyos, me quedé sin aliento y tuve que obligarme a hinchar el pecho. Tragué saliva.
—Más de lo que me gustaría.
Estaría genial poder describiros su expresión ante mis palabras, pero era tan poco esclarecedora como un cuadro en blanco. ¿Eso era pena?
—Creo que será hoy. —susurré antes de llevarme otra galleta a la boca, miraba la bolsa de plástico.
—¿Hoy? ¿Cuando? —sonó ansioso.
Volví a encontrar sus ojos.
—Lo sabremos. —fue lo único que dije al respecto.
Nos quedamos en silencio, pensando en todo. Juraría, o me gustaría pensar que él estaba tan asustado como yo, iba a ser un día complicado, aún quedaban muchos acontecimientos.
Podríamos haber comentado muchas cosas respecto a mis presentimientos, pero decidimos cambiar de tema. Un acuerdo mutuo.
Tomamos un trago de leche fresca y nos miramos con diversión. Me gustaba cuando no hablábamos con calma sino con bromas y risas, era más fácil que hablar de cosas complicadas y profundas.
Entrecerró los ojos de un modo muy pícaro.
—¿Y algún día me explicaras por qué tienes hobbies de abuelas? Entre los crucigramas, las teleno...
No terminó, le escupí la leche sin pensarlo, y con ira. Su cara reflejo pasmo y desconcierto. Me empecé a reír con esa risa ruidosa y despreocupada. Estaba paralizado, y observaba su brazo manchado de mi leche en shock. Dios, mis risas empezaron a ser muy desproporcionadas, pero ni él ni el desastre ayudaban a estabilizarme.
—¡¿Perdón?! —preguntó escandalizado.
—En realidad apuntaba a la cara. —conseguí articular con las punzadas del esfuerzo en el estómago.
—¡¿Y esos instintos asesinos?!
Me encogí de hombros y reí más fuerte.***
Ey, aviso, no estoy incentivando a nadie a dispara leche. No vale poner a Thesa como ejemplo de conducta.
Y dicho esto, os recuerdo votar, comentar y compartir si os ha gustado el capítulo de hoy.
Nos vemos el lunes con más.
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Simplemente Thesa
Ficção AdolescenteThesa Lagos, y solo Thesa, llega a TeDI, un campamento perdido al norte de España y con las siglas erróneas, aconsejada por Vera. Vera, es su psicóloga y la misma que la acompañara durante el año más ¿increíble de su vida? Parece adecuado hasta el...