[44] SERÁ MEJOR QUE CORRAN

648 77 3
                                    

—¿Cuánto falta para la próxima ola?

—Una hora para la del norte, dos para la del sur —respondió Eugene—. Las del norte son más grandes que pulgas de perro de granja, pero las del sur son más dispersas. Estimo que pelearemos hasta la noche otra vez.

—No podemos exigirles mucho más —dijo Daryl, uniéndose a Lara y Michonne.

—Tengo ojos —espetó Michonne, antes de suspirar—. Lo siento. Solo estoy cansada.

—Todos lo estamos —dijo Daryl, cuando notó que alguien se acercaba—. Oye, presten atención.

Un Susurrador se acercó, y Lara se cruzó de brazos cuando la mujer se detuvo frente a ellos y dijo—: Frontera norte. Ahora.

—Retira a tus caminantes —espetó Michonne.

—No somos nosotros.

—Sí, claro —murmuró Daryl.

—No somos nosotros —dijo la mujer—. Vayan a la frontera, dejen sus armas y esperen.

—¿Esperar qué? —preguntó Lara.

—A ella —respondió la mujer.

Lara la vio marcharse, sus dedos retorciéndose en el mango de su cuchillo. Daryl se dio cuenta y colocó una mano sobre la de su esposa—. Oye, vamos. Tenemos que llamar a una reunión.

Media hora más tarde, Lara estaba sentada en la mesa alta del comedor, al lado de Michonne, Gabriel estaba a su derecha y Lara podía ver a Daryl al otro lado de la habitación. Había sido nombrada miembro oficial del consejo y había odiado cada minuto de dicha posición, pero le dio una influencia con los otros miembros que no necesariamente habría tenido.

—Está bien —dijo Michonne, buscando silencio—. ¿Es tu madre?

—No —respondió Lydia—. No lo creo.

—¿Por qué quiere hablar con nosotros? —preguntó Daryl.

—Se metieron en su territorio —dijo Lydia—. Otra vez. Deberán responder por eso.

—No tenemos que hacer nada —respondió Aaron—. Simplemente no vamos.

—Esa es una mala idea —dijo Lydia.

—Ya nos están atacando —señaló Lara, ante el acuerdo de la multitud.

—No es ella —insistió Lydia—. Si los quisiera muertos, habría enviado una horda. A todos, no a unos pocos por vez.

—Quizá busca agotarnos primero —sugirió Carol.

Eugene se aclaró la garganta—. O, como les dije al principio de esta reunión, hay razones plausibles para creer que el satélite y el fuego...

—No quiero escuchar más del maldito satélite, Eugene —dijo Lara—. Mi hija murió por culpa de esta mujer y terminó con la cabeza en una estaca, junto con más de mis amigos.

—¿Entonces qué van a hacer? —preguntó un hombre.

Luego hubo un alboroto, con personas que pedían la muerte de Alpha, junto con la de la horda. Lara se sentó en silencio, captando la mirada de Daryl al otro lado de la habitación. No había dos personas que quisieran a Alpha muerta más que Lara y Daryl, pero sabían que tenían que jugar de manera inteligente. Lara había superado su rabia ciega y se había conformado con la idea de buscar a Alpha cuando fuera el momento adecuado. Ella no merecía vivir.

Michonne se puso de pie—. ¿Cuántos caminantes viste en la horda de Alpha?

—Decenas de miles —respondió Daryl.

BLEEDING OUT | Daryl Dixon ²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora