—¡Que no se te olvide mandarme mensaje cuando vuelvas a casa, piccolina!—grita a lo lejos Layla.
Cuando ya me he alejado lo suficiente, volteo a verla y puedo visualizar con una claridad que rezaba no tener como se ha sacado los tacones y opta por caminar descalza por la acera. Las personas la miran entre conmocionados y perplejos por el acto, aunque para mí se ha vuelto algo cotidiano.
Mis hombros vibran ante la sonora carcajada que dejo soltar.
A ella no le importan las miradas ni las críticas, si algo no le gusta, lo dice; si algo le incomoda, te lo da a entender; si no está conforme con una situación personal o pública, la radicaliza.
La adoraba por ello.
Caminé con cachaza, intentando no apresurarme a la tragedia que me auguraba en casa.
Los constantes mensajes de mamá apostillan con romper mi celular y la parsimonia que reina en la tarde. No pude ignorar más el hecho que la atosigaba, así que había optado por abrir el aparato en el restaurante, ganándome un regaño de parte del gerente, quién no supo más que mirarme con lástima y enojo. Sabía que era cumplida y entregada, pero el pitido y la insistencia que tenía con mi progenitora lograron sacarme de quicio.
Entendía su constante preocupación porque estuviera en las calles, presenciando el crepúsculo, pero también comprendía que esté sacrificio valía la pena.
Mi trabajo nos salvaguarda de las deudas que solo vienen en avalancha.
Siento de nuevo la vibración en mi bolsillo, así que optó por ignorarlo y apresurarme. Ya van cinco entonaciones y en lo único en lo que puedo pensar es en el monólogo que me dará una vez pase el umbral de la casa.
Suspiro cansada y tomo el metro, atisbando en el cielo las nubes cian volverse de un tono más neutro y funesto.
El meteorólogo había dicho que no habría lluvia pasadas las siete, por lo que había decidido no llevar sombrilla. Gimo ante el desastre.
Por lo menos hoy me habían pagado en tiempo y forma, lo cual era caótico, el restaurante no había tenido buena clientela debido a la nueva sensación de los centros comerciales y la mala reputación que empezaba a cercar la avenida.
Después de todo, algo bueno tenía que salir.
Me recargo en el barandal, esperando el cierre de puerta, y cierro mis ojos por un segundo.
—¡Suélteme!
No pasa mucho hasta que escucho aquel grito y los abro, agobiada. Intento buscar con prisa de dónde ha provenido y mis ojos dan con una señora al otro lado del metro, intentando quitarle el bolso al policía que la mira airado. Forcejean ante los que nos encontramos ahí, que no somos muchos he de recalcar.
El primer pensamiento que se me viene a la cabeza es no meterme, todos sabemos que las autoridades en esta ciudad no son más que peones maquiavélicos del gobierno y los delincuentes, y al que ose inmiscuirse solo podría salir peor parado.
Aplano los labios y maldigo por lo que haré.
Mis brazos caen a los costados y adopto una actitud altiva y segura, cómo le veo hacer a Layla cada vez que se pasea por el local. Quito los restos de cansancio en mi rostro y tenso un poco la mirada. Me voy acercando hacia la señora lentamente, cuidando mi caminar y el desinterés de mi aura, aunque mi corazón esté latiendo desenfrenadamente.
—¿Qué crees que haces?—inquiero desdeñosa, frunciendo los labios y mirando directamente al policía.
Este gira su cabeza hasta mí y no puede controlar más su expresión. Estalla con furor y le arrebata el bolso a la señora. Ella retrocede y busca ayuda en todos los demás que nos rodean.
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El vals del mafioso
ActionUna ciudad gobernada por un mafioso. Un gran vals en camino. Y muchas presas por conquistar ... o atrapar.