Prólogo: Promesa

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Aún cuando dormía, el clamor de las olas la arrullaba.
Rosa sabía que llevaría el mar en su interior toda la vida. Lo sabía tan cierto como que el cielo es azul, que el sol se pone y se levanta cada día. Era simple ley natural.
Pero también sabía que nadie veía nada de natural en su atracción hacia todo lo que estuviera fuera de la maravillosa finca de su familia.
Cualquiera mataría por decirse heredero del ducado Salazar de Araseña, una preciosa propiedad en un risco sobre el regio mar. A decir verdad, la cercanía con el océano era lo único de la finca que gustaba a la joven duquesa de Araseña, pues cuando sus maestros no estaban viendo y los criados se descuidaban, la chica podía escabullirse con solo tomar un pasadizo secreto, cruzar el patio interior y salir por la puerta de atrás a una escalera de roca hasta la playa. Para cuando se daban cuenta de su ausencia, ya era demasiado tarde, y ella ya se encontraba en paños menores, salpicando entre las olas, sonriendo y pasando los mejores momentos de su vida. Por supuesto, el chico pescador no podía creer que Rosa prefería pasar su tiempo mojada y cubierta de arena que en los lujosos cuartos de su finca real, con toda la comida, atención y comfort que pudiera necesitar.
"Creo que eso te hace una loca", diría él, con sus ojos grises y burlones mirándola completa, a veces deteniéndose unos segundos de más en su incipiente pecho a propósito, con lo que ella solo se ruborizaba, cruzaba los brazos y respondía: "Pues entonces, que me manden a encerrar."
Se conocieron una tarde, durante las escapadas cotidianas de la joven duquesa. Ella tenía doce años, y él trece.
Ella lo había encontrado llorando, sentado en una roca sobre las olas, con el rostro rojo y golpeado. Sostenía las manos en torno a las orejas, gastadas y cubiertas de callos. Había algo en la forma en que se aguantaba las lágrimas, aún en soledad. Se negaba a admitir que le habían hecho daño, aunque era evidente para cualquiera.
Cuando él la vio, nadando hacia él en el agua, le preguntó si era una sirena.
Ella lo miró con sus ojos verde aguamarina y con su sonrisa cubierta de pecas se limitó a reír y reír, tanto que el muchacho olvidó sus penas por un minuto.
Más tarde caía el atardecer, y aunque el par conversaba poco, se aferraban el uno a la compañía del otro. Quizás era porque no tenían mejor lugar en donde estar, o porque no querían regresar a sus vidas habituales. Aún con poca conversación, había una conexión entre ambos, algo que solo aquellos que escapan de algo conocen.
A partir de ahí, Rosa y Alain fueron mejores amigos, y se veían cada dos días en la playa.
Aquel verano, el par exploró cuevas subacuáticas, recolectó conchas marinas, jugaron a los piratas... Incluso llegaron a disecar un pescado, a lo que Rosa se oponía terriblemente, pero igual observó curiosa cómo Alain lo abría con su navaja oxidada. Ahí fue cuando Rosa supo que debía ser hijo de un pescador, cómo revelaba la maestría con la que rajó al plateado y resbaloso animalejo, perfectamente separando sus órganos de la carne. Con el filo de la cuchilla, apuntaba cada parte para Rosa, el corazón, la hueva, el hígado. La chica miraba con una mezcla de morbo y un raro horror, que hacía que quisiera aprender más sobre las complejidades de una creatura tan aclimatada al mundo del agua. Parte de ella deseaba realmente ser una sirena, para olvidarse definitivamente del mundo de la nobleza y mudarse para siempre a las profundidades. Sin embargo, pensaba en la esculpida y magullada mano de Alain, en su mirada de tormenta, y se le pasaba, al menos por un rato.
Se preguntaba si él sabía quién era ella, de la forma en que ella sabía quién era él, y más aún, se preguntaba si a él le importaba del todo, como a ella no le importaba en absoluto.
Casi al final del verano, ella señaló la ventana que daba a su habitación, a lo que él silbó y dijo:
–Si yo tuviera un cuarto así, nadie volvería a verme fuera de él.
–No es tan asombroso, ¿Sabes? Tú lo tienes mejor, puedes ir y venir cuando te plazca y nadie dice una palabra... –había respondido ella con voz queda. ¿Qué iba a saber él de su vida, de las cosas de las que huía?
Al ver su ceja levantada, Rosa supo que ella tampoco sabía gran cosa de él, así que se olvidó del asunto.
El cumpleaños de la duquesa se acercaba cada vez más, y con él, aumentaban las miradas extrañas de parte de sus padres. Ellos, quienes apenas tenían tiempo ni ganas de respirar en su dirección más de cinco minutos seguidos, ahora eran atrapados sopesándola con los ojos, como queriendo decidir algo.
Las escapadas al mar de la jovencita aumentaron, aunque por algún motivo, Alain había desaparecido de la playa por completo. Sólo había dejado una nota en una botella azul para Rosa, enterrada a medias en la arena junto a la escalera de roca por la que siempre bajaba, que leía:
"Espérame la noche de tu cumpleaños. -A."
Eso no hacía más que aumentar la ansiedad general de Rosa.
Finalmente llegó el día de su cumpleaños trece, pero en vez de regalos y felicitaciones, sus padres la llamaron al comedor a la hora de la cena para darle unas noticias importantes.
–Querida, esto no puede continuar. –decían– Tan sólo mira esas pecas, ese bronceado, esas vulgares ondulaciones en tu cabello tan dañado. ¿Es que quieres rompernos el corazón? ¿Qué hicimos para merecer esto de tu parte? ¿Qué no hemos sido los padres perfectos? ¿Qué no te hemos colmado de joyas, perfumes, juguetes? ¿Por qué nos pagas así, rebelándote contra nosotros?
–No es eso... –comenzaba ella, conteniendo un nudo en la garganta, pero todas las preguntas de sus padres eran retóricas.
–¿Y ahora qué haremos para arreglar el carácter de nuestra hija tan malcriada, tan malagradecida? ¿Qué sucederá con nosotros cuando se sepa que la sobrina del rey se escabulle a llenarse de tierra y sal, metida en quién sabe dónde? ¿Es que no estás pensando en nosotros?
–Yo no... –decía ella, pero a sus padres no les interesaba realmente.
–Hemos decidido que solo hay una forma de corregir esto.
–Así es, –corroboraba el otro– Sólo una.
–Hemos decidido que irás al Convento de San Vicencio, entrando al continente. Estarás lejos, muy lejos del mar hasta que te comportes como una verdadera dama digna de tu categoría. Bien, ya que está decidido, ve, anda, y no te demores. Empaca tus cosas. El carruaje vendrá a buscarte mañana por la mañana.
Rosa caminó a su alcoba, incapaz de decir una sola palabra. Incapaz de parpadear, de respirar. Sentía la cadena que sus padres habían colocado en torno a su cuello desde antes de nacer, asfixiándola. ¿Qué culpa tenía ella de haber nacido? ¿Por qué tenía que vivir esa vida, dedicada a lo que ellos exigían de ella?
La joven duquesa no encontraba las respuestas, con la mirada perdida en un rincón de sus aposentos, tan paralizada por las emociones que permanecía quieta como una estatua en el centro de la habitación.
Un chasquido cristalino la sacó de su crisis, pero solo la dejó de nuevo en silencio y soledad.
Después otro.
Ahora estaba segura de que provenía de la ventana.
Curiosa y aún abrumada, Rosa se acercó al ventanal lentamente, sin saber qué debía encontrar ahí.
La vista de Alain plantado varios metros abajo, entre la hierba alta terminó de sacarle la niebla mental de la conversación con sus padres.
El chico miraba a todos lados con pánico y gesticulaba con una mano, queriendo hacer que la chica bajara con él.
Entonces, un rayo de luz y esperanza golpeó a la duquesita.
¡Por supuesto!
De pronto se sintió muy inspirada a tomar una maleta y recoger todos sus artículos esenciales.
Al cabo de un rato, estaba bajando por la escalera de piedra hacia la playa, con la maleta en la mano y una sonrisa en el rostro.
Lamentablemente, ésta no le duró. Encontró a Alain de pie en la playa, justo cuando las nubes dejaban via libre a la luna llena, para iluminar la escena con su luz azul. La marea había subido y las olas estallaban cómo caballos inquietos, cuyas melenas blancas se agitaban de nervios y temor a lo que sucedería después.
El ánimo optimista de Rosa se esfumó al ver al chico, quién francamente estaba en muy mal forma. Estaba sucio, aún más que de costumbre, y el olor a pescado que desprendía había dado paso a uno más mugriento y desagradable. Había una herida fresca en su gruesa ceja izquierda, y tenía el labio inferior partido. Su camisa y el suéter de lana gastada que solía llevar estaban raídos y rotos, al menos más de lo que la chica recordaba.
No tuvo que preguntar nada para que él le diera una explicación:
–Lo siento. –comenzó él, con la mirada evasiva– Han sido un par de días muy duros... Me metí en varios líos.
No parecía muy dispuesto a dar muchos detalles pero, después de todo, así era la relación de los dos.
Él posó su fuerte mirada gris en las manos de ella, dónde colgaba la maleta.
–Es una larga historia... –dijo ella– Pero al menos ahora podré pasar más tiempo contigo.
–¿Más tiempo? –preguntó él.
–Sí. –respondió Rosa con una sonrisa– Mis padres quieren enviarme lejos, así que me escaparé.
–¿Tú? –refutó el muchacho, incrédulo.
–¡Sí, yo! –Insistió ella– Voy a escaparme contigo.
Esta vez fue él quien rió y rió hasta que se le salieron las lágrimas, pero Rosa no olvidaba sus penas.
–¿¡Y por qué te parece tan ridículo!? –exigió ella– ¡Puedo aprender! ¡Puedo ser pescadora cómo tú y como tu padre!
La risa del chico se detuvo.
Por un momento, todo lo que se oyó fue el rumor del mar, cortando el silencio entre ambos.
–Se llevaron a mi padre. –dijo él – Lo arrestaron. No creo que vaya a verlo de nuevo. A decir verdad, no creo que vaya a ver esta ciudad de nuevo tampoco.
Rosa permaneció en silencio, de nuevo demasiado abrumada cómo para emitir palabras.
Los dos compartieron una mirada. Una mirada que les hacía saber que, así como los padres de Rosa querían enviarla lejos, también Alain debía irse.
Antes de que Rosa pudiera preguntar el porqué, Alain se sacó algo del bolsillo y lo envolvió en su puño para tendérselo a la chica.
Ella estiró la mano para recibir el objeto y al abrir su mano descubrió un guardapelo.
No tenía nada de especial. Era bastante pequeño, y plateado, pero estaba sucio y lo sostenía una tira de cuero en vez de una propia cadena.
–Es la cosa más valiosa que tenía mi familia. –dijo él– Y ahora quiero que lo tengas.
–Pero...
–Descuida... –la tranquilizó– sólo quiero que lo guardes para mí un tiempo.
Rosa sabía que había posibilidad de que Alain lo decía para convencerse a sí mismo de que algún día, de alguna manera, volvería a reunirse con ella, aunque no tuviera intenciones de hacerlo. Y aún así, ella tomó un paso adelante, cortando la distancia entre ambos y dijo, mirando fijamente aquellos ojos grises que la hacían temblar:
–Volverás a buscarnos, ¿Cierto..? ¡Promételo..!
El chico se sonrojó, sorprendido por lo cerca que estaba el rostro de ella al suyo. Después de un segundo, el chico susurró:
–Volveré por ti... Lo prometo.
Sin más, su aliento acarició el rostro de la chica suavemente, antes de posar sus labios partidos en los de ella en un beso tierno y triste.
Lo único que quedó detrás de ellos fue la luna, el mar, y el aullido lastimero de las olas.

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⏰ Última actualización: Nov 19, 2022 ⏰

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