1._Propuesta

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Era otra noche en el cabaret del puerto. Los parroquianos iban llegando al lugar con sed y hambre. Lo primero lo saciaban con whisky barato, lo segundo con las prostitutas que abundaban en el lugar y costaban lo que un trago de agua ardiente. Mujeres jóvenes, pero con aspecto gastado. Como muñecas abandonas bajo el sol de verano que las destiñe y les resquebaja la piel. Sus figuras de curvas escasas, eran cubiertas por vestidos de lentejuelas o apretados corsés que levantaban unos pechos caídos y marcados por despiadados pellizcos o quemaduras de cigarrillos. Por supuesto había todavía mujeres que conservaban su belleza, sin embargo, sus miradas de pesar les restaba encanto. Mas cuando un posible cliente o un pobre incauto les miraba, sus ojos de gatas cansinas recobraban el brillo de fiera propio de su oficio.

Allí las mujeres comunes no entraban más que para buscar a sus maridos que se gastaban las quincenas o el sueldo de la semana en rameras. En unos escasos minutos de placer que poco tenía que ver con un orgasmo. Era más bien el gusto de poder tener un poco control sobre algo en sus miserables vidas. El puerto era un sitio pestilente dónde el pescado podrido y las moscas eran quienes reinaban acondicionando a sus toscos habitantes a una vida dura y ruda. Los hombres débiles no tenían nada que hacer en ese lugar. Por eso el jefe de aduana destacaba tanto ahí.

Era un hombre alto de melena hasta el hombro de un color inusual en el puerto: blanco. Todo lo que alguna vez tuvo ese inmaculado e inocente color se había ensuciado. La cabellera de ese individuo de ojos resignados y expresión alicaida era como una amenaza a la inmundicia y las bestias voraces que se arrastraban por el piso salpicado de toda clase de fluidos. Había otro cabaret donde los hombres bien vestidos iban a divertirse. Estaba lejos del mar. A resguardo de la gentuza que fregaba sus pisos y cargaba los pescados sobre sus desgastados hombros. El hombre de ojos violeta se ganó de inmediato las mirada de las jaurías de prostitutas que vieron en él la posibilidad de ganar unas monedas para comer un día más o embriagarse un poco más.

Los hombres del lugar lo saludaron con algo de recelo. Era jefe de muchos ahí y no era extraño encontrarse a ese sujeto caminando por los sitios más insólitos del puerto. Sus mocasines impecables parecían repeler la suciedad que aplastaban y esa gabardina color azúl, que nunca se quitaba, le daban el aspecto de uno de esos detectives del cine de los años cuarenta. Lo cierto era que lo único que ese sujeto tenía en común con un oficial, era que había perdido su capacidad de sorprenderse. No había algo que pareciera impresionarle. Ni los mendigos, ni los niños robando, ni la sangre fresca de un asesinato, ni una mujer hermosa; nada. Él siempre iba por ahí indiferente a todo. Su expresión desapasionada rara vez sufría un cambio y cuando esto sucedía era para mostrar una sonrisa entre el sarcasmo y la conformidad.

Las prostitutas se alborotaron con su presencia. Todos lo notaron. Y es que compartir la cama con un hombre como ese no solo era una buena ganancia sino también algo refrescante. Ellas estaban acostumbradas a viejos y hombres pestilentes con demandas de egos frustrados. Pero entre toda esa manada de féminas hambrientas por un bocado de esa suculenta carne, había una que pasaba desapercibida, pues no poseía ni belleza ni el encanto malicioso de las demás rameras.

La mujer estaba sentada en una mesa de al fondo, abrigada por la oscuridad donde su negra y corta cabellera se fusionaba con las sombras. Era delgada como una vara. Sus pechos eran pequeños, su tracero escaso y su piel tenía un tono tostado que le daba a su corsé el aspecto de un yeso para enderezar su espalda. Algo nada erótico. Sus piernas tampoco tenían atractivo. Eran otras dos varas más delgadas, largas y forradas en unas botas de charol como esa minifalda tan diminuta que al sentarse dejaba a la vista su ropa interior y al levantarse, por detrás, se podía ver un poco de sus escuálidas nalgas y pequeño calzon. Sin embargo, tenía un rostro agradable. Todavía era joven y sus ojos eran grandes, brillantes; hipnóticos. Cuando miraron al tipo de los ojos violeta...su mal despertó.

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