Capítulo VIII

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—Reiner Braun... Cuando dijeron que tú eras el nuevo informante, no quise creerlo.

(T/N) se percató de lo estrecho del callejón cuando los hombros, enfundados con un brazalete carmesí, del titán cambiante apenas entraron. Cuando los niños que la ayudaban con sus encargos especiales habían mencionado la novedad, se mostró escéptica, hasta que la tentación de comprobarlo por sí misma la superó.

Él extendió el brazo, sin decir ni una sola palabra, pero ella notó el titubeó en sus dedos.

—Cuando tú falles, ¿enviarán a Zeke? —cuestionó, porque quería que hablara para leerlo y empezar a comprender por qué razón alguien como él aceptaría un trabajo como ese.

—No voy a fallar. —Su voz intentó sonar convencida, pero sus ojos lo traicionaron.

Imaginaba que debía ser difícil para él, por lo que vio en Paradis, lo que hizo y lo que perdió. Habían ido cuatro, había regresado solo él, y Marley era incapaz de cuantificar la pérdida que se leía en sus ojos apagados. Sintió pena por él, porque sus expectativas de la jaula en la que se había metido no se cumplieron de ningún modo imaginable.

—Estas últimas semanas has probado que al menos puedo confiarte a tu propia gente —repuso con suavidad, aceptando una carta escrita con lo finos trazos alargados de Colt—, por eso vine yo misma.

—Hay un brote de varicela —dijo, queriendo eludir su atención a algo más.

—¿Varicela? —La enfermedad la alarmó, así que le pidió que le describiera las lesiones, la aparición de las lesiones dérmicas y los síntomas acompañantes—. No. Es sarampión por cómo la describes... Aun así, deberían aislar a los niños contagiados. Aquí hay antihistamínicos y analgésicos. También deben mantenerlos hidratados... Bueno, eso lo debe saber cualquier médico. Si la situación se descontrola, podrían informarlo a las brigadas de control marleyanas, ante una epidemia que amenace el resto de la ciudad no podrán quedarse tranquilos.

—De acuerdo. —La observó unos segundos, cientos de palabras cruzándose por su mente, hasta que suspiró y dijo—: Gracias.

—No hay de qué. —Agitó la cabeza, viéndolo marchar de lado por el callejón, desapareció tras una buhardilla de una casa que colindaba con las afueras del gueto—. Reiner Braun... ¿Quién lo hubiera pensado? —exhaló una carcajada sardónica.

Si Colt iba a heredar al titán Bestia, eso significaba que a Zeke le quedaba poco tiempo. Luego, estaba Reiner, a quien debían estarle buscando un heredero. Por último, quedaban el Mandíbula y el Carguero, de quienes solo sabía que el último pertenecía a una mujer. Por otro lado, ¿cuánto tiempo le quedaba al Martillo de Guerra? Dependiendo de todo eso, presentía que alguien podía actuar. Quizás Zeke no entregaría tan dócilmente su titán. Lo había visto una sola vez y bastó para comprender que su apariencia sumisa no era más que una fachada para el plan que se caldeaba en su cerebro.

Con cada día, el aroma de la guerra se impregnaba más en su piel, y especulaba sobre los muchos posibles casus belli que podrían hacer estallar el mundo y cuál de ellos terminaría siendo el detonante final. Sin embargo, (T/N) ni siquiera imaginó que ese día lo conocería, ni mucho menos que ese joven sería capaz de destruir los cimientos de la sociedad.

De regreso a su tienda, compró frutos secos para tratar de innovar el relleno típico de los rollos de canela. Desde que le había confesado a Armin parte de sus sentimientos, se habían visto un par de veces y le gustó descubrir que su relación no se había enrarecido; más bien, los roces accidentales y las miradas confidenciales eran más frecuentes. Con eso tenía suficiente para sentirse dichosa de haber coincidido con él en esa vida.

Un sitio seguro || Armin Arlert x ReaderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora