Me dejo caer sobre mis antebrazos en la baranda del balcón de mi dormitorio, el Mediterráneo se extiende como un infinito manto azul noche frente a mis ojos. La brisa de la mañana hace que se me erice la piel. Las primeras luces del alba irisan el cielo rompiendo la oscuridad con los primeros destellos de color ámbar. Pronto, el sol irrumpirá en el horizonte.
El sonido de las olas rompiendo en la orilla hace la melodía perfecta para este amanecer.
Esta noche, la fiesta de San Juan llenará las playas de hogueras y gente festejando, un día para renovar energías, para echar al fuego todo aquello que queremos dejar atrás.
Hace días que no consigo dormir bien, ni siquiera cuando me voy a dormir tarde. Pensé que al alejarme de Madrid, también conseguiría dejar allí el ruido. Málaga siempre será mi hogar, mi refugio, pero ni siquiera aquí, consigo estar en paz.
Anoche celebramos el cumpleaños de una amiga, la fiesta fue maravillosa, pero, aun así, sólo pensaba en el momento de llegar a casa. Busco continuamente estar sola para después huir pavorosamente de la soledad.
En las últimas semanas, me he replanteado mi vida, el por qué y el para qué de cada movimiento que he ido haciendo. Mientras pienso que la decisión de obedecer a mi cerebro antes que a mi corazón es la más oportuna, el sol se asoma iluminando el manto azul acuoso, convirtiéndolo ahora en una sábana dorada ondeante frente a mis ojos, y sin saber muy bien por qué, me emociono.
Me incorporo elevando los brazos para llevar mis manos a la nuca.— Vamos, Vanesa. - Me digo a mí misma queriendo desalojar la tristeza repentina que acaba de asaltarme.
Me quedo observando cómo el sol se eleva milimétricamente hasta que, finalmente, la circunferencia incandescente sobrepasa el horizonte completamente. Ya es de día.
Me dirijo a la cocina con la intención de prepararme un café, pero antes de llegar una frase me llena el pensamiento: "¿Quién deja al azar lo fuerte de la vida?" Retrocedo sobre mis pasos y voy hasta el salón, hay un silencio solemne en casa apenas roto por mis pies descalzos sobre la tarima. Cojo la guitarra acústica y acorde tras acorde, una canción acaba de nacer. "No tenemos final por mucho que se escriba". La grabo finalmente para no perderla.
Hay sólo una persona en el mundo a la que yo cantaría esa canción. Una sola, si fuera capaz.
Ahora sí, me preparo un café y una tostada y salgo a la terraza. Un día radiante casi veraniego me acompaña mientras desayuno. La melodía de la canción sigue bailándome en la cabeza. Doy una vuelta en redes y sin pensármelo mucho subo lo que acabo de grabar. Tres minutos después, el nombre de Ana aparece en la pantalla de mi teléfono,
— Buenos días, chula, pero... - Se ríe.
— La inspiración... ya sabes... - Le digo contagiándome de su humor.
— Me encanta. - Me dice.
— Gracias, Anita, pero tú no me sirves, no eres nada objetiva. - Le digo con sorna.
— A mí también me encanta. - Escucho a Ainhoa por detrás.
— Me temo que tú tampoco. - Nos reímos las tres.
— Oye, Vane, vamos a bajarnos a Marbella a cenar con las chicas. Vente... - Me propone.
— Bufff... no sé... anoche me acosté tardísimo y apenas he dormido. - Le digo.
— Venga, tía, te recogemos a eso de las dos, comemos y nos vamos, lo pasaremos bien, somos las justas, ya sabes. - Insiste.
— Conduces tú. - Le digo dejándome convencer fácilmente.
— Esa es mi Vane... Vamos a quemar Marbella... - Escucho a Ainhoa y me río.Me despido de ellas, y tras volver a escuchar la canción de nuevo, me dirijo a mi dormitorio para darme un baño. Enciendo dos velas de vainilla suave, abro la ventana, pongo una lista aleatoria en Spotify y tras llenar la bañera, me sumerjo en un baño de espuma. Puedo escuchar el rugido del mar.
El reproductor va saltando de una canción a otra hasta que de repente suena una que me sé de memoria pero que hace siglos no escuchaba.
"Hago el mayor esfuerzo porque el peor veneno me diste sin piedad. Vivo recordándolo el mal trago lo bebo y el infierno me da igual..."