CAPÍTULO 26 (+18)

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CAPÍTULO 26 (+18)

Nicole se daría cuenta, no mucho después, de que nunca había comprendido del todo lo que significaba la expresión "poner la mente en blanco" hasta esa noche, hasta el momento en el que estuvo ahí, presionada al mismo tiempo entre los cuerpos de Jaime y Giselle.

No hasta que sintió claramente el calor que radiaba de ambos.

No hasta que percibió las manos de los dos (las grandes y fuertes de Jaime, junto con las delgadas y suaves de Giselle) recorriéndola por completo, encendiendo cada milímetro de su piel que lograban rozar con sus yemas.

No hasta que apreció la sensación de los labios de Jaime besándola con una voracidad relativamente nueva en él, al mismo tiempo que los de Giselle recorrían juguetonamente su cuello y nuca.

Fue un momento en el que no sólo le resultó imposible pensar en algo de forma clara, sino que carecía de la facultad entera de cuestionarse si lo que estaban haciendo era bueno o malo, correcto o incorrecto. Todos sus sentidos, todas las funciones enteras de su cuerpo, se fueron limitando única y exclusivamente a sentir cada caricia, cada beso, cada respiración de alguno de los dos sobre ella Era una sensación única que nunca había sentido ni con Derek, ni con Jaime, ni siquiera con la propia Giselle.

El tiempo se escurría a su alrededor como arena entre los dedos. No supo en qué momento las manos de Giselle se movieron ágiles hacia el frente y comenzaron a desabotonar su blusa, sólo para deslizarla segundos después por sus brazos para retirársela. Tampoco fue consciente de cuándo Jaime desabrochó su falda y la deslizó por sus piernas. Lo único que logró percibir fue a Jaime de rodillas ante ella, pasando su lengua por su abdomen y provocándole pequeñas y agradables cosquillas que le recorrieron el cuerpo entero.

Cuando de su boca comenzaron a surgir pequeños gemidos que no lograba controlar, Giselle tomó su rostro y lo giró hacia ella lo suficiente para poder besarla en los labios, introduciendo además sin mucho decoro su lengua en la boca de Nicole. Aunque al principio ésta se sorprendió un poco, no tardó en recibirla con gusto. Mientras ambas se besaban, Nicole sintió las manos de Giselle introduciéndose debajo de su sostén, comenzando a pasar sus dedos por los sensibles pezones de la muchacha castaña, y casi al mismo tiempo las de Jaime tomaron su ropa interior y la bajaron de un sólo tirón hacia sus rodillas.

Una sensación fría tocó su entrepierna al sentirse tan expuesta, pero no duró mucho pues casi al instante el rostro de su compañero de trabajo se hundió en ella, y comenzó en su lugar a sentir como sus labios y lengua la recorrían por completo, haciendo que se estremeciera y tuviera que separar sus labios de los de Giselle para poder soltar unos cuantos alaridos al aire, más intensos que los anteriores. Giselle no pareció molestarse por esto, e incluso rio cerca del oído de Nicole. Justo después, los labios de la pelinegra se posaron contra su cuello. Se quedó muy poco ahí, pues luego comenzó a dibujar un camino de besos desde su nuca, bajando por toda la línea de la columna, hasta bajar aún más allá de la cintura.

—Espera, ¿qué...? —masculló Nicole sorprendida. No fue capaz de terminar aquella queja, pues al sentir los dientes de Giselle mordiéndole suavemente uno de sus glúteos, Nicole tembló y su voz se quebró.

Giselle se volvió poco a poco más osada en lo que hacía, de rodillas detrás de ella, mientras Jaime hacia los suyo delante. Y Nicole, por su parte, sólo permanecía de pie entre ambos, totalmente sumida en lo que ellos le hacían simultáneamente. Sus piernas temblaron, y por un momento pensó que se caería. Y quizás hubiera sido así, sino fuera porque Jaime y Giselle prácticamente la sujetaban cada uno por su cuenta.

En un momento, Nicole tuvo la suficiente consciencia para abrir los ojos y mirar al frente. Notó entonces con asombro que las cortinas de las puertas del balcón estaban totalmente abiertas, y lo habían estado desde el momento en que Giselle ingresó por ellas. Afuera estaba oscuro, y por ello desde su perspectiva se alcanzaba a ver más la silueta de su propio reflejo contra el cristal que el cielo estrellado del exterior. Pero sabía que desde el otro lado debería ser muy diferente, y aquello la preocupó un poco. En esos momentos no había nadie en el balcón, ni tampoco en el de Giselle, así que desde esa posición en la sala resultaba imposible que alguien de alguno de los otros departamentos pudiera verlos... o eso quería pensar...

La Chica del Otro BalcónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora