Un paseo nocturno

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Despiertas. La música del vecino del piso de arriba hace retumbar el techo. Abres los ojos y la oscuridad te inunda. Te preguntas que hora es. Recuerdas haberte ido a dormir temprano, a las ocho. Tanteas la pared a tu derecha, sientes la fría y áspera textura. Bajas un poco más. Tocando a ciegas con la esperanza de encontrar la conexión eléctrica.Podrías prender la luz y acelerar el proceso, pero eso implicaría levantarte de la cama y no quieres tocar el suelo con los pies descalzos.

Con un poco de frustración dibujas un arco sobre la pared y al fin das con tu cargador. Sigues el cable hasta encontrar tu teléfono. Parece que se cayó de la cama. Con mucho cuidado tiras del cable para levantarlo. Cuidando no hacerlo con mucha brusquedad para no desconectarlo. Casi puedes sentir el final del cable cuando escuchas un traqueteo. El aparato se desconectó y la gravedad hizo el resto. Murmuras una maldición y te giras para meter la mano izquierda en el hueco entre la cama y la pared. Tomas el teléfono entre tus dedos y lo levantas. Lo desbloqueas para revisar la hora y el haz de luz te hace fruncir los ojos. Ves la hora, once de la noche. Últimamente has tenido problemas para dormir. Intentas dormirte a las ocho para despertar a las seis, pero cuando al fin logras caer en los brazos de Morfeo algo te interrumpe y terminas con cuatro horas de sueño o menos. Como en tu caso actual. Vaya vacaciones que estas teniendo.

Miras más allá de la pantalla. Examinas la habitación en penumbra. La imagen mental de tu cuarto con una televisión de cincuenta pulgadas y la consola de videojuegos debajo de esta chocan con la realidad de un espacio vacío. Recuerdas que hace una semana volviste de casa de tus padres con todo preparado para volver a la nueva normalidad solo para enterarte de que mientras no estabas alguien entro a tu pequeña habitación y se robó todo lo que tenías de valor. Suspiras. No quieres estar ahí, pero es lo que puedes pagar. El lugar se ve vacío y solo te queda el sentimiento de pérdida. Como ahora has despertado y sabes que no volverás a dormir en por lo menos otras cuatro horas decides salir a caminar.

 Sintiendo el amodorramiento característico de quien quiere dormir más pero no puede te levantas de la cama. El piso está más frío de lo que imaginaste. Con el brillo de la pantalla encuentras el interruptor y la oscuridad retrocede. Tomas un par de calcetines y te pones los zapatos. Sigues en pijama, pero no te importa, después de todo a esa hora los pocos transeúntes están o muy cansados omuy borrachos para fijarse en lo que llevas puesto.

Tomas tu teléfono, llaves y cartera. Vas a abrir la puerta cuando ves el letrero que pegaste al volver "Recuerda salir con cubrebocas". Te das media vuelta para tomar el cubrebocas de tela que dejaste en el espacio vacío donde solía estar tu televisor. Bebes un vaso de agua y abandonas tu habitación después de haber puesto el seguro en tu puerta de madera.

Caminas por el pasillo. Escuchas el zumbido de la música del piso superior. Sus fiestas no suelen acabar antes de las cuatro de la mañana así que el ruido probablemente seguirá cuando regreses de tu paseo nocturno. El pasillo está vacío al igual que las demás habitaciones del nivel en el que te encuentras. Eres la única persona a la que se le ocurrió volver tan pronto a la ciudad puesto que aún faltan un par de meses para que empiecen las clases. Llegas hasta la entrada de las escaleras. La reja de metal tiene el candado puesto y recuerdas haberla dejado así antes de entrar a tu habitación. Sacas tus llaves. Retiras el candado. La puerta llora cuando la abres. Sus chirridos parecen los de alguien que sufre. Sabes que le falta aceite, pero estás de vacaciones y no quieres hacer el trabajo del casero. Después de cruzar y volver a hacer llorar a la reja pones el candado de nuevo. Sabes que es poco probable que algún ladrón se meta mientras estas fuera, pero nunca se sabe.

Al salir de tu edificio miras a ambos lados de la calle. Tu única compañía son las farolas con sus luces amarillentas e intermitentes. Miras el reloj en tu muñeca. Las manecillas te indican que son las once y veinte. Comienzas a caminar sin un rumbo fijo. El sonido de la grava bajo tus pies es acompañado por el rumor de autos en la distancia, Tu mente comienza a divagar. Miras las estrellas y piensas en lo bonitas que se verían si no fuera por la contaminación. Apenas si puedes distinguir el cinturón de orión. Examinas las calles. Cuando estabas dentro de la colonia no veías gente, pero ahora que estas cerca de la avenida notas más actividad. Puestos de tacos en las esquinas, la panadería donde venden unos deliciosos pasteles de manzana, la hamburguesería, el Oxxo. Avanzas dejando atrás los negocios de comida. Con la indecisión de comprar algo. Piensas que ya es noche y tal vez unos tacos al pastor te puedan caer pesados. Tal vez unos molotes. Recuerdas que había unos cerca muy baratos o un burrito de carne asada... Te detienes en seco.

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