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Pasó el tiempo.

Las mañanas se volvieron casi una rutina silenciosa entre los departamentos del piso seis. Bjorn ya no se sorprendía al oler café y pan tostado desde el otro lado del pasillo. Melissa, sin decirlo con palabras, se había hecho un espacio en su día a día. A veces lo invitaba a desayunar, otras a cenar, y otras simplemente le tocaba la puerta con un pequeño tupper y una sonrisa tímida diciendo: "Me sobró un poco, y pensé que no te molestaría..."

Pero era más que un poco. Era una especie de ternura abundante que llenaba la mesa... y eventualmente, también a Bjorn.

Las porciones eran irregulares, como si Melissa no supiera del todo cuándo parar. Algunos días era solo sopa con pan, otros una lasaña entera, o cenas que parecían pensadas para tres personas. Bjorn, en un principio, protestaba con educación. Pero luego, simplemente se acostumbró. Tal vez porque el gesto lo hacía sentir querido. Tal vez porque nunca supo decirle que no a esa manera tan particular que ella tenía de demostrar afecto. Y con el tiempo, su cuerpo empezó a reflejarlo.

Su andar se volvió más lento, su ropa más ajustada, y su silueta más redondeada. La panza que antes apenas sobresalía, ahora era un bulto suave y prominente, redondeando la camisa que alguna vez le ajustaba justo en la cintura. Su rostro, antes anguloso, ahora tenía mejillas llenas, agradables, con un leve rubor natural. No parecía molesto por ello... pero tampoco hablaba mucho al respecto.

Hasta que un día, su jefe lo llamó a la oficina.

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—Bjorn, pasa, pasa. Siéntate.

El señor Tusk era un hombre bajo, calvo, con gafas redondas y una barba blanca muy bien recortada. Siempre se había mostrado serio con todos los empleados, pero con Bjorn tenía una mezcla de respeto y genuina simpatía. Era uno de los trabajadores más responsables que tenía, y también uno de los más reservados.

—¿Todo va bien, jefe?

—Sí, sí. Solo quería hablar un momento… —dijo Tusk, entrelazando los dedos sobre el escritorio—. Te he notado un poco… más grande últimamente.

Bjorn parpadeó, sin saber si debía sentirse avergonzado. Se acomodó en la silla, que crujió sutilmente bajo su peso, y bajó la mirada.

—He estado comiendo bien. Tal vez demasiado bien —dijo, rascándose la nuca—. Mi vecina… Melissa. Ella ha estado cocinando para mí. A veces desayuno con ella. A veces cena. No siempre, pero… se le da eso de consentir con comida.

Tusk alzó las cejas y luego, de pronto, soltó una risa profunda que rebotó por toda la oficina.

—¡Ah, ya decía yo! —exclamó—. Pensé que era estrés, pero no. ¡Es una mujer! ¡Una buena cocinera! Eso sí que lo explica todo.

Bjorn intentó protestar con una risa nerviosa.

—No, no es mi novia. Solo es... amable. Se siente culpable por algo que pasó hace tiempo, nada más.

Tusk sonrió como quien no se deja engañar fácilmente.

—Claro, claro. Amable. Como si alguien cocinara todas esas delicias solo por cortesía. Mira, muchacho, yo no me meto en la vida de mis empleados, pero te diré esto: una mujer que te llena el plato, seguramente también tiene interés en llenar algo más. Y no hablo solo del estómago, ¿eh?

Bjorn se ruborizó. Su corbata se sintió más apretada de pronto.

—No creo que sea así…

—¿Y por qué no? —preguntó Tusk, cruzándose de brazos—. ¿No es agradable? ¿No te hace sentir bien? ¿No piensas en ella cuando terminas de comer y te sientes lleno y medio adormilado?

Una Promesa [feederism]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora