—Itadori, no es buena idea— El superior hablo despacio intentando no llamar mucho la atención de la maldición sentada por encima de ellos, mientras a ella se le formaba una enorme sonrisa en el rostro.
—Bienvenido a infierno Mocoso— la mujer estiró su brazo para sellar el contrato, a lo que el chico estiró su cuerpo lentamente para poder alcanzarla y estrechar su mano. Debía admitir que deseaba tocar su piel, deseaba volver a sentirla y comprobar que tan enamorado seguía de aquella mujer maldita.
—Pero tengo una condición Megami— antes de que sus manos se rozaran se detuvo en seco admirando los brillantes ojos de la maldición que se le borró la sonrisa del rostro.
—Me prestaras todo tu poder para ganar esta guerra y obedecerás mis órdenes hasta que Gojo este liberado— y antes de que ella pudiera negarse el muchacho estrecho su mano firmando aquel contrato con el diablo. Un contrato maldito que los uniría la eternidad y que haría a Megami, la esclava de Yuji, hasta que esta guerra acabara.
—Mi Señora… no puede…— Hizo un gesto el cual detuvo el hablar de mastodonte a un lado de ella, hombre que la admiraba lleno de tristeza, lleno de preocupación, lleno de ira hacia aquel que solicito aquel contrato.
—Sellaste un contrato maldito, contrato que se vuelve divino al tratarse de mí. Las dos partes involucradas tendrán un castigo si no se cumplen las condiciones de este contrato. En tu caso nada puede ser peor que el infierno, tú no te ves doblemente afectado si esta falla o no. Ya no eres el mocoso que conocí…— Lo Admiro durante unos segundos antes de desviar su mirada hacia aquel hombre que deseaba protegerla de aquel destino ya sellado y que no tenía vuelta atrás.
—Llévalos al gran salón, dales ropa y señaladles sus habitaciones. Hagan lo que tengan que hacer y lárguense de mi Templo— El mastodonte simplemente asintió para luego caminar con lentitud hacia las afueras de aquel lugar y guiar a los tres hombres donde su ama y señora le había dicho.
—¿Por qué hay tantas personas en este templo?— La curiosidad de Megumi finalmente salió a flote al observar con más atención las afueras de los aposentos de la maldición. Se encontraba una cantidad exagerada de personas, tanto hechiceros, maldiciones cómo humanos comunes y corrientes.
—La maldición del amor es una maldición poderosa e imposible de destruir, y el amor es algo tortuoso y doloroso que ni los humanos ni maldiciones desean sufrir. El miedo consume a todo aquel que ama con intensidad que los llevan al filo de la locura y lo peor de todo es que es una maldición que llevas encima el resto de tu vida… Cuando eres consumido durante tanto tiempo por esta maldición, no vez otra escapatoria que negociar con el diablo. Todo aquel que vez aquí, tanto hechiceros, maldiciones y humanos, han sufrido la maldición del amor y todos desean ser liberados.
—¿Todos venden sus almas a Megami?— pregunto el pelirosa curioso de conocer más sobre la nueva Megami, conocer más de su forma real, de su forma divina como maldición.
—No todos, muchos venden sus almas, las cuales le dan poder a ella, otros les venden sus servicios y otros alguna cosa que a ella le guste o le llame la atención.
—No que las maldiciones adquieren poder con el miedo de las personas— está vez pregunto El pelinegro que se posicionó a un lado del mastodonte.
—El amor es un temor que es fácil de apaciguar, los humanos se refugian en adicciones, en otros temores o en otros humanos para que aquel sentimiento no sea tan tortuoso. Las maldiciones que comprenden el sentimiento son bastante escasas y muy pocas llegan a temerle a algo que jamás sintieron. Por otro lado, los hechiceros tienen un equilibrio entre ambos. Apresar de existir tantos diferentes amores, la gente al que más teme es al amor de parejas y ese es el que le da vida a Megami. En conclusión, El temor al amor es grande, pero siempre es desnivelado, mientras un humano le teme por terminar con su pareja, otro se vuelve a enamorar y el poder de Megami se mantiene siempre dónde mismo… Es por eso que utiliza las almas para potenciar su poder.
—¿Tú le vendiste tu alma a ella?— Nuevamente le consulto el pelirosa.
—No.
—¿Entonces que haces aquí?— pregunto está vez el chico maldito interesado en todo lo que el gran hombre narraba.
—Ustedes hacen muchas preguntas… Pero… A diferencia de todo lo que el mundo cree de la señora Megami, ella no es una maldición como las demás. Mi ama posee compasión y comprensión, cuido de mí cuando más lo necesite y se quedó conmigo sin necesidad de una negociación. Me quedé a su lado y fui atado a ella por su maldición… Estas serán sus habitaciones, por favor póngase cómodos por hoy.
—Gracias… pero— antes de que pudieran seguir preguntando el mastodonte se había largado. Suspiro profundo y miro a su superior y a su compañero quienes admiraban la habitación. Aun un poco tembloroso se recostó en la cama queriendo descansar del largo viaje que habían iniciado, contemplo la mano que había tocado la piel de Megami, su piel aún se sentía ardiente al tacto. Su estómago se revolvía y la sensación de estar extremadamente enfermo, pero sintiéndose tan bien al mismo tiempo lo carcomían lentamente, sus emociones una vez más se desbordaban en la locura absoluta y aquellas palabras dichas por el mastodonte comenzaban a tener sentido.
—¿Estás bien?— Los ojos negros de su compañero buscaban los suyos, buscando respuestas y consolará su aturdido amigo. Megumi sabía a la perfección que Itadori al tratarse de Megami perdía el control de todo su ser, tanto en su mente como de su cuerpo, y también perdía el control de aquella maldición almacenada dentro de él.
—No lo sé— Sin querer hablar más sobre el tema, el pelirosa se levantó de su lugar y antes de salir de la habitación sé voltio a ver a sus compañeros.
—¿Cuánto tiempo estaremos aquí?
—Yo diría que dos días, nos abasteceremos y conseguiremos lo máximo de información posible. Comenzaré ahora y cuando anochezca descansaremos— Aclaro su superior antes de posarse a su lado y mirar al pelinegro faltante que miraba por la ventana de la habitación.
—Intentaré sacar información de esa área, nos vemos luego— señalo Megumi, un área donde los viejos hechiceros se juntaban a jugar distintos tipos de juegos al aire libre mientras bebían y disfrutaban de las mujeres en el templo.
Lentamente, los tres hombres se distribuyeron dentro del templo en busca de información sobre el paradero de “Ángel” sin muchos resultados aparentes, pocos conocían de ángel y los pocos que la conocían no donaban una información importante o simplemente ignoraban sus preguntas.
—Esto se está tornando extremadamente difícil con estos viejos— El pelirosa finalmente se rindió, poso su cuerpo sobre un lindo sofá de cuero rodeado de más personas, fijo su atención al rededor notando que el lugar que Megami había creado no era más que un templo de prostitución y excesos. No comprendía en su totalidad lo que Megami había generado en este sitio, pero sabía que a él no le gustaba y que quería respuestas de tantas cosas al respecto.
Levanto su mirada observando a la multitud que hablaban como si de un bar se tratase, mientras una música sonaba moderadamente en el fondo, los tragos iban y venían, las mujeres y hombres ofrecían sus cuerpos y otros bailaban desenfrenadamente.
—Ninguno de ellos hablará contigo— Sus pensamientos fueron interrumpidos por la maldición dentro de él, maldición que con sus propios ojos admiraba a las hermosas mujeres a sus alrededor.
—Me repugna saber de ti, Vuelve a dentro.
—El contrato que hiciste anteriormente con Megami la obliga a ser tu esclava siempre que lo pidas mocoso. Has que ella hable con esos vejestorios.
—Solo quieres volverla a ver, no te hagas el idiota— Finalmente aquella voz se calló, y que de esas palabras dichas ninguna era mentira, deseaba ver a su mujer más que nada, deseaba acariciarla y hacer la propiedad del cómo siempre fue, deseaba poder tenerla una vez más como su mujer, como la única mujer de Ryōmen Sukuna.
—Supongo que pedir su ayuda tampoco sería mala idea— Susurro el Pelirosa para sí mismo antes de echar su cabeza hacia atrás, mientras sus piernas temblaban con el simple hecho de saber que debería volver a ver a esa mujer. Esa mujer que lo hacía arder en el infierno y él jamás se arrepentía de arder.
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El dolor de un Rey Maldito •Ryōmen Sukuna/Yuji Itadori• [Segunda temporada]
Romance[Segunda Temporada de: La mujer que Sukuna amo] Su partida había dejado un vacío en su pecho que el mismo no quería admitir, había sido un final duro e inesperado para él, pues el sí la había amado hasta lo más profundo de su alma y no dudaba que as...