Un lugar lejos de aquí

Estatua de sal.

Me culpaste de cada pecado tuyo,
me culpas,
porque no quieres ir al Infierno
pero no sabes que tu Infierno es la mentira,
que eres tú.

Te has encerrado en la más alta de las torres,
donde ni la luz de la Luna puede ir a visitarte.

Has destruído tu reflejo con la fealdad de tu alma,
dejando a oscuras al mundo,
mi mundo.
Porque tú eras luz,
mi luz.

Nada es lo que era,
ni nadie lo que parece.
Al final ganan siempre los tahúres y los mentirosos,
ya que los cojos se caen,
por eso la verdad nunca llega.

Y yo por ti blandí el puñal,
primero fue la pica,
y luego la espada.

Pero la vida tiene esa manía de luchar cuerpo a cuerpo,
como tu manía de meterte en mi cama,
piel con piel,
sangre con almohada.

Y mientras gemías
lo clavaste dónde sabías que más lentamente me mataría;
no en el corazón,
ni en el recuerdo,
ni en el cuerpo.
Sino en lo que dejé de ser por ser tuyo.

Y el cariño se tornó en odio,
y por odiarte
me odio a mí.
Porque yo amo lo que tú odias,
o amaba,
no sé.

El charco me ha empapado,
de lágrimas,
de barro.

Soy una estatua,
un monumento antiguo.
Pero las estatuas no hablan,
ni se mueven.
No aman,
ni odian.
Se las admira de lejos,
o se las olvida.

La última botella de cerveza está vacía,
no me quedá café,
ni cabeza.

Tus platos siguen en el fregadero.
La ropa,
sin lavar.
Mi pelo te echa de menos.

Pero tengo las muñecas agrietadas,
y el humo me ha nublado la vista,
y los pulmones.

No me queda voz para llamarte,
porque no quiero ahogarme.
Me he convertido en sal.

Deja de llorar,
a mí también me da miedo el vacío.
El truco está en arrojarse,
por eso se llama salto de fe.

Porque los cojos siempre se caen,
por eso la verdad nunca llega,
y el sincero pasa a ser traidor.