Prólogo

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La hermosa ciudad dormía la siesta. Todos dormían plácidamente salvo el inspector Rodríguez, quien estaba ocupado preparándose para acudir a la escena del crimen. «El quinto crimen del mes» se dijo a sí mismo mientras terminaba de afeitarse su barba ya canosa a consecuencia del paso de los años. A la vez que se ponía su camisa de cuadros de distintos tonos azules y pasaba su cinturón de cuero negro con su cartuchera y su placa por las hebillas de aquel vaquero azul desgastado que le caracterizaba, pensaba en quién había sido la pobre chica que había caído en las trampas del sucio asesino en serie que llevaba investigando las últimas semanas.

A pesar de ser un día lluvioso, salió de casa con un termo de té rojo y arrancó su coche para llegar al bosque donde se encontraba el cuerpo, a las afueras de la ciudad. Aquel bosque lúgubre era el más visitado por el inspector en la última semana. El bosque era el orgullo de la ciudad, con zonas frondosas llenas de vida a la sombra de las copas de los árboles y pequeños ríos que tenían su origen en el lago al pie de la montaña. Este lugar tan mágico según los lugareños se había tintado de un color carmín debido a los asesinatos que habían ocurrido durante el último mes. Cuatro chicas habían sido asesinadas a manos de un hombre de mediana edad, según las pistas recogidas por la investigación. Pero todos los cadáveres de las víctimas tenían una peculiaridad: a todos les faltaba el corazón y un mechón de pelo.

Justo cuando Rodríguez tomaba el desvío que conducía al bosque, recibía la llamada de un número registrado como subinspector Marcos Martínez. El inspector contestó a la llamada tan pronto como pudo.

—¿Te pillo en mal momento?

—No, Marcos —dijo con calma Rodríguez—. Cuéntame lo que hayas recopilado.

—Muy bien. La víctima es una mujer caucásica de unos 25 años. Está vestida con una túnica blanca —continuó el subinspector Martínez—, tiene arrancado el corazón y le han cortado un mechón de pelo.

—Cuadra con la descripción de las anteriores víctimas. ¿Algo que nos pueda dar más pistas sobre el asesinato?

—Salvo las marcas de arrastre en la tierra alrededor del cuerpo, no—contestó Pedro—. Ese malnacido se ha encargado de no dejar rastro.

—Perfecto, gracias por la información —respondió el inspector—. Cuando llegue cuéntame todo con más detalle.

Al llegar a la escena del crimen, se encontró con la forense Alexandra Serrano, quien estaba cerrando la bolsa en la que transportaría el cadáver al laboratorio forense cerca de la comisaría. Cuando llegó el inspector, volvió a abrir la bolsa para hablarle de sus hallazgos.

—Asumo que el subinspector te habrá explicado lo que he conseguido del análisis preliminar de la víctima.

—Si —contestó el inspector Rodríguez—, pero prefiero oírlo con más detalle.

—Me encantaría explicarte mis conclusiones con todo lujo de detalles, pero son las mismas que las de las anteriores víctimas, ya te las sabrás de memoria.

—Bueno —interrumpió el inspector, intentando rebajar la tensión con un poco de comedia—, así no se me olvidan.

—Como decía —retomó la forense, con cara de pocos amigos—, las únicas pruebas nuevas que he encontrado son estos restos de piel muerta debajo de las uñas.

Por fin, una nueva pista. Una oportunidad para meter a ese asesino entre rejas. Un rayo de esperanza.

—Manda esa piel a analizar lo antes posible —exclamó Rodríguez—, es la única prueba que tenemos para darnos un camino para encerrar a ese canalla.

En cuanto llegan a comisaría, tanto el inspector como el subinspector empiezan a añadir fotos de la víctima y pruebas iguales a las anteriores al tablón del caso. Al mismo tiempo que analizaba el tablón que tantas veces había leído en busca de una pista que los llevase al «asesino del bosque», tal y como le nombraban en las noticias, bebía lo poco que le quedaba de su termo de té rojo. Mientras estaba perdido en sus pensamientos, llegó la llamada del laboratorio forense que tanto estaba esperando y, en cuanto escuchó que ya habían terminado el análisis del cuerpo y de los restos de piel, se apresuró por dirigirse al lugar donde trabajaban la forense Alexandra Serrano y el ayudante de forense y especialista en análisis de tejidos Noah Mateos.

El análisis en profundidad del cadáver no dio nada nuevo: había abrasiones en las muñecas de la víctima, probablemente hechas por el asesino, sujetándolas para evitar movimientos inesperados; el corazón fue extirpado con un arma blanca, concretamente con un cuchillo de sierra debido al patrón de los desgarros del torso; y el mechón de pelo cortado era el que estaba situado más cerca de la cara por el lado derecho. Todos estos hechos dirigían a un solo culpable: el asesino en serie que tanto dolor de cabeza le estaba dando al inspector Rodríguez.

Sin embargo, el análisis de la piel encontrada debajo de las uñas les dio una pista muy valiosa y extraña. El ADN encontrado en las uñas no estaba registrado en la base de datos, pero sí que tenía una coincidencia cercana: Ramón Pérez, un obrero muy trabajador que murió hace años a causa de una negligencia en una operación.

—El ADN es de un pariente muy cercano, como un hijo. —dijo Noah, captando la atención de ambos policías. Los resultados del análisis no solo les dieron una pista sobre la identidad de este sujeto, sino que les dio la pista que cambiaría el caso para siempre: la dirección de la residencia, una casita pequeña cerca del bosque.

Volvían a la comisaría discutiendo las nuevas pistas cuando llegó una llamada avisando de unos gritos desgarradores que venían de la casa próxima. El inspector preguntó por la dirección por si tenía que ver con su caso y, para su sorpresa, la dirección resultó ser la casa cerca del bosque que habían sacado del análisis de ADN. Ni el inspector Rodríguez ni el subinspector Merino dudaron al subirse al coche para llegar lo más rápido posible a esa casa. Quizá esta vez llegaban a tiempo para salvar a esa pobre chica. Quizá pillarían al asesino a punto de ejecutar su plan. Quizá, y solo quizá, llegarían al fin de esta odisea.

Pero la suerte no estaba de su lado. Tiraron la puerta abajo y, pistola en mano, inspeccionaron la casa, que estaba en total silencio. Pedro se paró en una trampilla en el suelo que desprendía mal olor, así que bajaron al instante al grito de «¡Alto, policía!». La escena que les esperaba al bajar esa trampilla era, cuanto menos, macabra: una sala llena de todo tipo de cuchillos de sierra y otros artilugios de tortura. En el centro de esta, estaba la mesa en la que desgarraba a sus víctimas y en la que, en ese momento, estaba el cuerpo sin vida de esa chica joven que gritaba para salvar su vida hace unos instantes. Si tan solo hubiesen ido más rápido, esa chica no sería la sexta víctima de ese engendro.

Pero lo que ellos no sabían es que no estaban solos, pues en las oscuras esquinas del sótano estaba un hombre ensangrentado y sonriente como si hubiese ganado la lotería. Con los ojos inyectados en sangre y desorbitados por haber asesinado a otra mujer inocente, el asesino observaba la escena con un placer inimaginable.

—Por fin nos encontramos —dijo el asesino—, inspector Carlos Rodríguez.

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⏰ Última actualización: Nov 24, 2022 ⏰

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En el bosque llueve sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora