🌻Capítulo 7☀️

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Afortunadamente, ese día Gulf apenas vio a Mew. Él estaba ocupado en varias reuniones, lo que casi fue mejor porque pronto las oficinas se llenaron de murmullos cuando saltó la noticia de que esa semana se celebraría una cena a la que asistiría toda la plantilla.
   
Cuando salió a la hora de comer y se reunió con los chicos, soltó de golpe esas palabras que parecían haberse convertido en una bola que estaba atascada en su estómago, creciendo más y más a cada minuto que pasaba, casi ahogándolo.
   
—Voy a vivir con la Bestia durante unas semanas.
   
—¿Cómo has dicho?, ¿he oído bien? —Mild parpadeó.
   
—Dime que esto es una broma. —Up abrió la boca.
   
—Ojalá, pero no. Mew cree que no podemos poner en peligro esta farsa nuestra y es tan jodidamente perfeccionista que pretende atar todos los cabos sueltos. Lo que me sorprende es que no me haya regalado ya un anillo para fingir que estamos prometidos.
   
—Creo que la mentira se les está escapando de las manos —gimió Mild bajito.
   
—Ya me he dado cuenta de eso —dijo Gulf—. Pero saben cómo es Mew. Inflexible. Pararlo es casi imposible. No sé qué hacer. Tengo la sensación de que me he metido en un lío tremendo y a ratos me entran ganas de echarme atrás, pero, luego, cuando lo pienso en perspectiva y en frío… —Se silenció, dejando la frase a medias. Una parte de él creía que no era para tanto; solo tenía que convivir con un hombre al que, total, ya veía durante todo el día, como Mew muy bien había recalcado, y unas semanas después conseguiría que se cerrase un buen trato para la empresa en la que trabajaba y, todavía mejor, tendría todo lo que necesitaba para poder empezar desde cero y vivir tranquilo, al fin.
   
Valía la pena el sacrificio, aunque pareciera una locura tremenda.
   
—A mí no me molestaría convivir con él —bromeó War tras pinchar con el tenedor algunas hojas de la lechuga de su ensalada—. Tienes como premio poder verlo cuando salga de la ducha. Quizá es de los que lo hace con una toalla enrollada y nada más porque se viste en la habitación. —Las risitas de Mild y Up se unieron a la de War.
   
A Gulf lo calmó que sus amigos se lo tomaran así, como algo casi divertido. Necesitaba pensar en positivo para evitar que flaqueasen sus convicciones, cosa que no podía permitirse.
   
—¿Piensas que esto es una locura? —insistió.
   
—Sí que lo es —comentó Mild—. Pero he hablado con Boat y, al parecer, asociarnos con la cadena de televisión sería bueno para todos. Mejores contratos de publicidad, abarcaríamos más, trabajaríamos codo con codo con ellos. Entiendo que Mew Suppasit Jongcheveevat esté desesperado por intentar que todo salga bien —explicó antes de darle un trago a su Coca-Cola.
   
—Por lo que dijo Boat incluso en la sección deportiva tendríamos cabida dentro del espacio televisivo de la cadena —añadió Up sin poder ocultar su entusiasmo.
   
—Entiendo… —Gulf removió el contenido de su ensalada, pensativo, parándose a valorar por fin por qué alguien tan orgulloso como Mew Suppasit Jongcheveevat parecía dispuesto a hacer cualquier cosa a cambio de lograr su propósito. Tenía sentido. No solo era beneficioso para él y la revista Golden Jongcheveevat, también para toda la plantilla. Y él había pasado de ser el nuevo secretario que apenas conocía a nadie de allí, que acababa de llegar a la ciudad, a convertirse en una pieza clave dentro de aquella partida al ajedrez que ni siquiera sabía cómo jugar.
   
—Pero no estás obligado a hacer nada —dijo Up.
   
—Y si lo haces, intenta volverle la vida un poquito imposible al jefe de parte de todos nosotros —bromeó War juguetón. Tenía ese punto de picardía al que Up y Gulf, más serios, recurrían con menos frecuencia—. ¡No me miréis así! Sería una buena venganza.
   
—Supongo que sí. —Gulf sonrío con timidez y se encogió de hombros—. En fin, haré lo que pueda, pero no prometo nada. —Se levantó de la mesa—. Va a ser un día duro, chicos, así que será mejor que me marche ya para organizarlo todo.
   
—Cuéntanos cualquier novedad por el chat —dijo Mild.
   
—Lo haré, prometido. —Les sonrió antes de irse.
   
Esa misma mañana, Mild había creado un chat en el que participaban los cuatro. Gulf no comentó nada, pero lo llenó de ilusión que pensaran en él como uno más y que lo trataran así. Era la primera vez que se sentía parte de un grupo de amigos.
   
El resto del día fue tranquilo. Las horas pasaron lentas.
   
Hasta que apareció él. Mew entró como un huracán, como de costumbre, caminando con aquel andar seguro que dejaba claro en cada paso que él era el Rey de aquel lugar. Se detuvo en el umbral de la puerta de su oficina y lo miró fijamente durante unos segundos que para Gulf fueron eternos e insoportables, porque últimamente sentía algo raro cuando lo observaba de esa manera, algo cálido y primitivo que quería ocultar.
   
—¿Ya estás listo? —le preguntó—. ¿Y tus cosas?
   
—En recepción —contestó inseguro.
   
—Bien. Las recogeremos de camino.
   
Gulf apagó el ordenador y lo siguió cuando Mew se metió en el ascensor y pulsó el botón de la primera planta. Estaba tan nervioso que le temblaban las rodillas y estar dentro de aquel cubículo tan pequeño al lado de aquel hombre tan grande, no ayudaba en absoluto.
   
Salió de allí a toda prisa en cuanto se abrieron las puertas y pidió a la chica de recepción la maleta de mano que había dejado esa misma mañana allí, al llegar. Ella se la tendió.
   
—¿Eso es todo? —Mew miró la bolsa contrariado.
   
—No necesito muchas cosas —se excusó—. Y pienso ir a mi casa de vez en cuando. Ya sabes, tengo que regar las plantas y ese tipo de asuntos.
   
—La única planta que tenías era un cactus —dijo Mew.
   
Gulf se encogió ante la mirada penetrante de Mew.
   
—Pues eso, los cactus necesitan agua y amor —insistió con tozudez mientras salían y Mew cogía las llaves del coche que le tendía uno de los chicos de seguridad que custodiaban las puertas del edifico.

El Secretario y la Bestia. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora