Caminaron hasta la misma roca donde siempre se sentaban mientras ella le comentaba los sitios que conoció y cómo le había impactado las historias sobre los esclavos llegados al Brasil y la manera en la que vivían. Ian la escuchó con atención y comentó alguna que otra cosa hasta que llegaron al sitio y se sentaron.
—En esa iglesia había un sitio sin ornamentos en donde las personas de alta sociedad dejaban a los esclavos esperándolos... Les ponían todas sus joyas encima para demostrar a los demás lo pudientes que eran. ¿Qué tan horrible puede ser eso, Ian? Menos mal que no nací en esa época.
—A lo mejor hacías una revolución —añadió él divertido.
—O terminaba matando a todos o robándome todas las joyas y liberando a los esclavos —bromeó. Ian sonrió y suspiró por la frescura que tenía aquella muchacha y que tanto le agradaba—. Ahora es tu turno —dijo ella.
—No hay mucho que contar, limpié la casa y luego fui a lo de Isabella... Hablamos, le dije que teníamos que terminar, que no nos estábamos haciendo bien. Lo practiqué todo el camino, tenía miedo de perder el control...
—¿A qué te refieres?
—A que temía que ella volviera a embaucarme y yo no fuera capaz de mantener mi postura. Es que ella sabe cómo hacerlo... Sin embargo, fue sencillo. Pensé que primero se pondría a gritar y luego pasaría al plan víctima, pero no lo hizo, lo aceptó y con tristeza dijo que esa era la manera en que ella había aprendido a amar.
—La manipulación no es amor —zanjó Paloma con decisión.
—No, pero en algunos casos se confunde... Al final todos somos resultado de las historias que hemos vivido, Paloma. Nuestros miedos, nuestras frustraciones, nuestras limitaciones vienen del pasado, de algo que nos dañó y nos dejó así... Ella también tiene su historia, ha tenido una madre déspota y manipuladora que toda la vida la chantajeó al punto de que la fue moldeando a su antojo, el amor para ella era la moneda de pago... si haces esto, eres buena hija y te amo. Ella nunca quiso repetir ese patrón, pero sin darse cuenta lo hizo, porque no sabe querer de otra manera...
—Comprendo —admitió la muchacha—, no es sencillo cortar con los patrones que hemos aprendido desde los inicios...
—Cuando se lo dije, en vez de enojarse, creo que tomó conciencia de que estaba repitiendo aquello que tanto había odiado, le dolió. Le dije que ambos teníamos cosas que trabajar para mejorar como personas y que sería bueno que se enfocara en ella...
—¿Y qué te dijo?
—Lo aceptó... —Él se encogió de hombros—. No puedo decir que esté feliz, pero sí que me siento un poco más libre, porque se me hacía pesado sostener esa relación.
—¿Tú ya no la amas entonces?
Él negó.
—No... hace rato que no lo hago... seguía por... —se encogió de hombros—. No sé ni por qué.
ESTÁS LEYENDO
Cuando las mariposas migran
RomansaPaloma e Ian se conocen desde que ella tenía doce y él dieciocho, el padre de ella se ha casado con la hermana mayor de él, pero como él vive en el Brasil desde aquel entonces, nunca habían interactuado tanto más que en algunos eventos familiares en...