CAPITULO 7

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La bocina del camión lo arrastró del trance, sacudió todos sus sentidos y lo arrojó con fuerza hacia la realidad. La cruda, espantosa y peligrosa realidad. Su mente fue incapaz de procesar todo lo que estaba sucediendo en la inmediatez. Los meteoritos de preguntas estallaron en su interior en el instante en que Ricardo recuperó el sentido de ubicación.

Se encontraba en una carretera, no hacía falta ser un erudito para saberlo, el problema era que él se había quedado dormido en su sofá. ¿Entonces por qué había aparecido...? ¡No hay tiempo de pensar en eso ahora! Le dijo su sentido de urgencia, haciendo un trabajo impecable al llenar el cuerpo de Ricardo de adrenalina.

Y era cierto. No podía perder tiempo cuestionándose nada, porque él ya no disponía de tiempo. Subió los brazos a la altura de su rostro en un acto reflejo. Apenas podía sentir los pies como para darle alguna ínfima orden de moverse. No lo harían.

El vehículo le pareció agigantarse de un segundo al otro. El conductor, en un intento vano, desesperado e inútil de provocar que Ricardo reaccionara por medio de azotar la bocina con un puño y machacar el freno con feroces pisotones; no le quedó más remedio que aceptar el trágico destino que le depararía a ese imprudente peatón.

El chirrido de las ruedas derrapando pareció llegar a los oídos de Ricardo al mismo tiempo que el olor a gomas quemadas. Su corazón se aceleró y su garganta hizo un esfuerzo por gritar, aunque el sonido jamás salió. Cerró sus ojos, y entonces, mientras su vida pasaba por su mente en apenas un segundo, mientras el viento de la inercia del camión le soplaba la cara, mientras escuchaba un estrépito a su alrededor que anunciaba el impacto inminente y mientras su cuerpo continuaba petrificado cuál estatua y se imaginaba la magnitud del dolor que estaría por experimentar... Ricardo se percató de algo: seguía vivo.

Y no solo vivo. Seguía de pie. En el mismo punto de esa carretera. Su ansia de curiosidad y su hambre de incertidumbre lo llevaron a abrir los ojos. Uno a la vez, por si acaso. Y lo que vio lo dejó perplejo —un sentimiento que al que parecía estar acostumbrándose a sentir últimamente—.

El camión había logrado detenerse; su tren delantero se encontraba de perfil, como si hubiese logrado esquivar a Ricardo a último momento. Algunos barriles de pintura se habían derramado en el asfalto. Ricardo no entendió nada de lo que sucedió. Quizás porque no había estado observando el proceso. Poco a poco, fue ganando valentía y se permitió moverse para chequear que el conductor se encontrara bien. Por su lado, el conductor del camión tuvo exactamente la misma idea.

—¡Hey! —Un hombre con un largo tramo de años recorridos en su trayecto de vida se asomó por la ventanilla, desde lo alto de la cabina del conductor. Su rostro, arrugado, confundido, y con el último rezago de cabello que podía darse el lujo de mantener, observó a Ricardo. Su voz parecía comprimida por el temor. Por supuesto, no quería cargar con el peso de un herido en sus hombros—. ¿Estás bien? ¿No te paso nada?

Ahora era el turno de responder de Ricardo. Aquella pregunta, clásica y hasta casi banal... le hizo pensar un poco. «¿Estoy bien?», se preguntó, al mismo tiempo que sus manos palpaban partes al azar de su cuerpo para corroborarlo por cuenta propia. La siguiente pregunta sobrevino a la primera: «¿Cómo es que estoy bien...?».

—S-si... —A la respuesta le costó salir. Así que lo dijo una vez más, con mayor volumen—. Sí. Estoy bien... pero no entiendo qué pasó.

—¡Estabas en el medio de la ruta! —El conductor, ahora, con su ansiedad calmada, al saber que se había salvado de un engorroso asunto policial, médico, y hasta forense... dejó salir todo el estrés en forma de ira—. ¿¡Qué hacías ahí en medio de la ruta!?

—No lo sé... —respondió Ricardo, extremadamente confundido. Lo último que recordaba era... estar en su casa. ¿Cómo había llegado aquí?—. Solo recuerdo que me quedé dormido. ¿Qué pasó? ¿Cómo me esquivó?

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora