Prologo

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Y ahí estaba yo, viendo su espalda mientras él se marchaba lentamente, cada paso alejándolo más de mí y arrancándome un pedazo del alma con cada movimiento. Él, el chico que me enseñó lo que era la verdadera felicidad, se iba, y con él, todo lo que alguna vez soñé.

Había creído con todo mi corazón que sería él. El hombre con quien pasaría el resto de mi vida. Que su risa sería la musica de mis días y sus abrazos, mi refugio. Pero quizás, cuando dijimos "para siempre," no hablábamos de un futuro compartido, sino de recuerdos que vivirían en mí aunque él ya no estuviera. Quizás su "para siempre" sería solo eso: mi más bonito recuerdo.

Él se detuvo, giró su cuerpo, y por un momento, nuestras almas volvieron a conectar. Lo vi mirar al suelo como si estuviera librando una batalla dentro de sí mismo. Sus pies, hundidos en la arena, parecían debatirse entre quedarse o seguir adelante. Dio un paso hacia mí, y por un instante... por un breve y desesperado instante, creí que volvería.

Mi corazón se aferraba a esa esperanza. Quería que girara, que corriera hacia mí con los brazos abiertos como lo había hecho tantas veces antes. Quería escucharle decir que me amaba, que no podía vivir sin mí, que todo esto era un error y que nunca me dejaría ir.

Pero no lo hizo.

En su lugar, negó con la cabeza y retrocedió. ¿Por qué? No podía entenderlo. Algo en su mirada parecía gritar que no quería marcharse, que le dolía tanto como a mí. Y aun así, seguía alejándose, dejándome allí, rota, sola.

Mis pensamientos se ahogaban en el caos. Mi corazón le rogaba que se quedara, pero mi mente, desesperada por acabar con el dolor, quería que se fuera. Que cerrara este capítulo de la manera más rápida posible.

Entonces, nuestras miradas se encontraron.

Siempre he creído que los ojos son el reflejo más puro del alma, y lo que vi en los suyos me desgarró. El brillo que me había enamorado, esa chispa que encendía mi mundo con solo mirarme, había desaparecido. En su lugar, había un vacío frío, una despedida silenciosa que decía más de lo que las palabras jamás podrían expresar.

Él ya no sentía nada por mí.

Y yo... yo seguía viéndolo como mi todo. Sabía que aunque sus ojos ya no me buscarían, los míos siempre estarían buscándolo a él.

Finalmente, volvió a darme la espalda. Sus pasos se llevaron consigo cada parte de mí mientras el atardecer se desvanecía. Las luces del día se apagaron y, con ellas, el calor, la esperanza... el amor. Me quedé sola, envuelta en una oscuridad que no era solo de la noche, sino de mi propia alma.

Pensé que quizás, cuando la música acaba, siempre queda algo... un eco, una melodía que persiste.

Pero ahora me pregunto si todo esto, desde el principio, fue solo una mentira.

Cuando La Música AcabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora