Merced

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Todavía recuerdo aquel día. Cuando estaba calma en mi oráculo. Era la sacerdotisa del pueblo, quien comunicaba los deseos de los habitantes a los dioses, en especial los dirigidos a la poderosa diosa de la sabiduría, Atenea.

Ese día, cuando aún el alba no tocaba la ventana del templo, el mar rugía en las proximidades. Los obsequios y ofrendas a la diosa Atenea estaban listos para ser recibidos por ella, mientras yo esperaba pacientemente, preparando todo para su llegada.
De repente, la bruma marina entró por la ventana. Entre ese olor salino emergió Poseidón: la entidad tan poderosa para controlar a los mares, con su larga cabellera negra y fuerte musculatura.
Sus ojos rasgados estaban clavados en mi cuerpo. Una mirada tan cargada de deseo y lujuria que era atemorizante. El dios a notar el miedo en mi rostro al poderle leer las intenciones, utilizó su poder divino y de sus dedos emergieron pequeñas gotas de agua salada que fueron arrojadas a mi rostro. Un hechizo de sumisión y lujuria.
Desde ese instante, Poseidón sabía que ya le pertenecía.

La diosa nos encontró encima de su mesa de ofrendas. Todo estaba desordenado: los regalos, estatuillas y mi cabello. Poseidón cuando sintió a su sobrina acercarse se detuvo y se victimizó inmediatamente. Recuerdo haber querido refutar sus palabras pero solo la euforia de aquel momento de placer con el dios de los mares gobernaba mi mente. Atenea tenía traición salpicada en su expresión. Explotó en ira y expulsó a su tío Poseidón a patadas de su templo, sin embargo, él no se llevaría la peor parte.
Yo había profanado su templo, sus tesoros y su imagen con mi lujuria y mi cuerpo desnudo, sin saber yo aún que estaba bajo el hechizo de Poseidón. No negué nada cuando Atenea me preguntó lo que había sucedido. Las palabras fluían como agua de mar.

Entonces Atenea me convirtió en este monstruo. Por mi audacia al hablar convirtió mi lengua humana en la de una serpiente, mis ojos serán mortíferos y mi cabello emmarañado del revolcón se volvieron decenas de serpientes siseantes. Un hambre perpetua me perseguiría hasta el final de los tiempos.

Y nuevamente, esa hambre me atacaba y ansiaba deleitarme con el cuerpo del mortal que había caído en mi cueva...

5. Los ojos de la muerte [BG #5] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora