Un corazón extraviado

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Divagaba sin rumbo fijo en horas tardías de una noche vacía, como quien camina sin saber a dónde va. Mientras andaba, observaba mis propios pasos hasta ver un objeto rojo en el suelo que llamó mi atención.

Me detuve por un instante y me agaché con la intención de ver de cerca; mis ojos no me habían engañado, allí tirado a la orilla de un banco como si fuera nada, se encontraba un corazón ensangrentado.

Saqué un pañuelo inmaculado de color blanco que se encontraba en mi bolsillo, como para intentar no ensuciar con mis manos aquel corazón que aún latía.

Cuidadosamente lo recogí y aún con el paño entre mi piel y el órgano, podía sentir sus latidos, podía determinar que estaba vivo.

Observándolo de cerca, saqué la conclusión de que esta delicada, pura y tierna visera que aún palpitaba como si se encontrara en el pecho de su dueña debería de pertenecerle a alguna mujer, que pudo haberlo perdido en este sitio tan inadecuado.

Con sutil delicadeza pude quitar algo de polvo que tenía, lo envolví en mi pañuelo y lo resguardé dentro de mi abrigo para así mantenerlo cálido, mientras me disponía a intentar averiguar quién era la desdichada que había perdido su corazón o quién lo había dejado abandonado en una esquina, idea que me parecía repulsiva.

Sin embargo, no sería suficiente con preguntar a cada chica que pasara por la calle si era ella la propietaria de dicho corazón, por lo cual recurrí a Liz, quien sabía más sobre este tipo de cosas. Ella pudo proporcionarme unos maravillosos anteojos que me permitían ver más allá de lo superficial, de la carne y los huesos, ver más a fondo en los demás...

Apenas ponerme los dichosos anteojos, busqué a la mujer que más cerca se encontraba del lugar donde alguien había perdido el corazón. La más cercana estaba sentada en un banco, justo al lado de donde lo había recogido, inmediatamente miré desde mis anteojos y ¡Oh, qué casualidad! La mujer no tenía corazón. Sin duda alguna, ella debía ser la propietaria de mi hallazgo.

Me dirigí a ella inmediatamente para mostrarle que había encontrado y conservaba su corazón, que estaba a sus órdenes si gustaba recogerlo. Lo raro fue que ella indignada juró que ese corazón no le pertenecía, aseguró que su corazón estaba donde solía estar, que lo sentía perfectamente en su sitio cumpliendo su función elemental de recibir y expulsar sangre.

A pesar de que no podía engañarme, al menos no con mis lentes mágicos, al ver la terquedad de la mujer, simplemente me alejé del lugar, sin mirar atrás, y me volví hacia otra chica, joven, linda, seductora, alegre.

Miré dentro de sí y ¡En efecto! En su blanco pecho había un vacío, un pequeño agujero hueco sin nada dentro, y me refiero a absolutamente nada. Era la segunda chica que miraba y tampoco tenía corazón. ¡Qué casualidad!

Respetuosamente, le mostré el corazón que llevaba guardado y le ofrecí que lo recibiera. Pero ella, menos aún quiso hacerlo que la mujer anterior. Incluso, ésta fue incapaz de admitir que su interior estaba hueco, alegando que la estaba ofendiendo gravemente al suponer que, o le faltaba el corazón o era tan descuidada como para haberlo perdido en un rincón de quién sabe dónde sin haberse dado cuenta.

Permanecí allí, mientras pasaron centenares de mujeres de todo tipo, de toda clase; tanto hermosas o no tanto, rubias, morenas, melancólicas, alegres. Miré a todas con mis anteojos y pude notar que el supuesto órgano más esencial que pensaban poseer, en realidad estaba ausente en el pecho de absolutamente todas ellas, ya sea porque no lo hayan tenido nunca, o porque todas lo habían dejado perdido en algún sitio tiempo atrás.

Sin excepción alguna, intenté darles el corazón del cual carecían, sin embargo, absolutamente todas se negaron a aceptarlo. Unas creían tenerlo, otras decían que sin él se encontraban perfectamente, otras juzgaban la injuria que era dicha oferta u otras más conscientes de la situación no se atrevían a confrontar el peligro que significaba poseer un corazón.

Ya me encontraba ciertamente abrumado, al ser incapaz de restituir en el pecho de alguna mujer aquel pobre corazón abandonado, hasta que casi con mis esperanzas perdidas, y a pesar de que la oscuridad abrumadora de la madrugada ponía fin a la noche, vi pasar a una pálida niña, y con la ayuda de mis lentes pude distinguir por fin en su pecho, un corazón; un corazón de carne, que latía y sentía.

Y a pesar de lo absurdo que me resultaba brindarle el corazón a alguien que ya tenía, instintivamente no pude evitar hacerlo.

La detuve, y le presenté el corazón desechado que todas habían rechazado, e irónicamente la niña en lugar de excusarse como todas las demás, sin mencionar nada al respecto, simplemente abrió su pecho para recibir el corazón que incluso hasta yo iba a volver a dejar abandonado en cualquier lugar insólito.

La niña enriquecida con dos corazones. Ahora sus emociones, por insignificantes que fuesen, la estremecían hasta la médula, cualquier mínimo afecto vibraba en ella con absoluta y cruel intensidad, la amistad, la alegría, la compasión, la tristeza, los celos, el amor. Todo en ella era tan terriblemente profundo, cada pequeña emoción era como sumergirse en las profundidades de la Fosa de las Marianas y esperar a resistir la presión de las aguas más profundas del océano. Así de profundas eran sus emociones.

La muy necia, en lugar de tomar la decisión de suprimir alguno de sus corazones, o ambos, al menos por un tiempo... Ella se complacía en vivir esa doble vida espiritual.

Queriendo, gozando, amando, llorando el doble de lo que debería, con el tiempo sumando imprecisiones de las que en la vida no faltan, y de las que son suficientes para extinguir la vida misma.

La criatura era como una vela encendida por los cabos de cigarros, que se consumen totalmente en breves instantes. Y en efecto, ella se consumió.

Tendida en su lecho de muerte; demacrada, lívida, delgada... Tanto que parecía un pajarillo, vinieron los médicos y aseguraron que la razón que la había hecho partir de este mundo era la ruptura de un aneurisma. Pero en realidad, ninguno... Es que son tan torpes, nadie pudo adivinar la verdad.

Ninguno comprendió que la pobre niña, había cometido la imprudencia de dar asilo a un corazón perdido en la calle, que esa era la verdadera razón que le había quitado la vida.

Corazón ExtraviadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora