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Lucerys tuvo la pesadilla más dolorosa y desgarradora de su vida. El temor plagaba su pecho y el desconsuelo su alma. Había visto las fauces más funestas abrirse con letal determinación. De inmediato, la fría oscuridad embargaba su cruento y vívido sueño, mientras vértigo en su estómago le hacía retorcerse entre las sábanas. Gritó  horrorizado.

Abrió los ojos con el corazón agitado, luchando por recuperar el aliento. Aturdido por el pánico incesante que le asolaba en el sueño, hizo amago de levantarse de su cama, finalmente quedando sentado en plena oscuridad, siendo la luna la única proveedora de un débil haz de luz. Se encontró desorientado en medio de sus aposentos, con la inclemente y, a su vez, irracional urgencia de escapar que se apoderaba de él. Avanzó con torpeza, dando uno que otro tumbo hasta hallar la puerta, abriéndola sin cuidado alguno. Caminaba sin estar seguro hacia dónde iba, con dolor en el pecho y la inquietante sensación de que ese sueño cruel tenía una aterradora propiedad profética.

Con los pies descalzos y caminando por los pasillos de un castillo al que ya no reconocía, el frío se colaba a través de la fina tela de sus prendas. Sin el calor de sus mantas comenzaba a sentir el tiritar de sus dientes y un ligero temblor que, de forma intermitente, agitaba su cuerpo.

Estaba asustado, con la mente obnubilada, aún perdida en el temible recuerdo onírico, donde podía escuchar con claridad abrumadora el rugido agonizante de Arrax y a la vez sentir su cuerpo perderse en una negrura abismal. Entonces, un sonido familiar lo extrajo de su atribulado océano de pensamientos. Así fue cómo halló el tañido crepitante del fuego ardiendo en la chimenea.

Se dirigió con premura a encontrarse con el calor de las flamas; sin embargo se detuvo a varios pasos de ellas, mucho antes de siquiera estar cerca, apreciando la silueta pálida y peligrosa que yacía en el sillón. Su tío lo observó con un divertido desdén. El fuego acentuaba sus afilados rasgos, su imagen resultaba imponente, el tiempo que pasó apartado de él le hizo caer en cuenta, como un balde de agua fría, de que había crecido, sí, sin duda, Aemond creció y también cambió. Dejó atrás una reputación risible y se labró una, a pulso de determinación y voluntad, acendrada. Ahora arrojaba una nueva efigie. Un caballero inquebrantable, diestro en el combate. Su mente y espada: implacables; el jinete del dragón más grande; un príncipe que hace honor a su título, comprometido hasta el hueso con el deber. No existía un solo ápice de quien solía ser durante su infancia, era tan fascinante como pavoroso. El interior del pecho de Lucerys volvió a agitarse, igual que su cuerpo.

La pesadilla regresó a su mente de inmediato. "¡Vaghar!" gritaba la voz de Aemond en su cabeza. Vaghar, con el jinete vengativo a sus espaldas, aceleraba el vuelo con furia desenfrenada, recortó la distancia velozmente con cada batir de sus gigantescas alas, abrió la boca en su dirección con una ferocidad paralizante; se sintió pequeño e inerme. Nuevamente Arrax emitió ese ruido lastimero mientras ambos perecían en un temible instante. Aemond estaba ahí, y el sabor de un sueño premonitorio erizó la piel de Lucerys. ¿Sería su rencoroso tío quien propiciaría su horrorizante deceso?

—He soñado con Vaghar.

— ¿Eso debería significar algo para mí, Lord Strong?

—Me aterra la posibilidad.

—Entonces debo considerar que posees la habilidad para ser un prodigioso vidente, ¿es así?

Lucerys simplemente lo observó, tiritando en silencio.

—No deseo discutir.

—Esto no es una discusión en absoluto.

Aemond no contestó y regresó la vista al volumen que tenía entre las manos. Para él, la lectura siempre fue mucho más interesante que intercambiar palabras, sobre todo cuando se trataba de Lucerys.

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⏰ Última actualización: Nov 28, 2022 ⏰

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