3
El controlador perezoso
Paso varios meses al año en Berkeley, y
uno de mis grandes placeres allí es un
paseo diario de cuatro millas, algo más de
seis kilómetros, por un camino que
atraviesa los cerros y ofrece una magnífica
vista de la bahía de San Francisco. Suelo
llevar la cuenta del tiempo que empleo, y
he aprendido muchas cosas sobre el
esfuerzo que hago. He registrado una
velocidad, de una milla cada 17 minutos,
que considero la apropiada para un paseo.
Ciertamente hago un esfuerzo físico y a
esta velocidad quemo más calorías que si
estoy sentado en un sillón reclinable, pero
no noto tensión, ni conflicto, ni necesidad
de esforzarme. Soy también capaz de
pensar y trabajar mientras paseo a este
ritmo. Y sospecho que la ligera excitación
física del paseo puede dar paso a una
mayor alerta mental.
El Sistema2 también tiene su velocidad
natural. Cuando nuestra mente no hace
nada en particular, consumimos energía
mental en pensamientos aleatorios y en
observar lo que sucede a nuestro
alrededor, pero en esto casi no hay
tensión. A menos que estemos en una
situación que nos vuelva inusualmente
cautelosos o conscientes, observar lo que
sucede a nuestro alrededor o dentro de
nuestras cabezas demanda poco esfuerzo.
Tomamos muchas pequeñas decisiones
cuando conducimos, absorbemos alguna
información cuando leemos el periódico e
intercambiamos cumplidos rutinarios con
la esposa o con un colega, todo esto con
poco esfuerzo y sin tensión alguna. Justo
como en un paseo.
Normalmente es fácil y realmente muy
agradable pasear y pensar al mismo
tiempo, pero llevadas al extremo, estas
actividades parecen competir por los
recursos limitados del Sistema2. El lector
puede confirmar esta demanda con un
sencillo experimento. Mientras pasea
cómodamente con un amigo, pídale que
calcule 23 × 78 mentalmente, y que lo haga
inmediatamente. Es casi seguro que se
