CAPITULO 10

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Tras unas horas extremadamente agitadas, Luisfer pudo sentirse en paz. Se estiró de manera que su espalda pudiera unificarse, cuál simbionte, al respaldo de la butaca del avión y echó su mirada hacia la diminuta ventana que tenía a su lado.

Estaba cansado y viejo para algunas cosas, y por «cosas», el estrés estaba dentro de la lista.

Y cómo para no estarlo. Había tenido que llamar a su trabajo para inventar alguna buena excusa que le brindara a él y a Ricardo tiempo extra —que no sabía para qué lo quería—, y así poder buscar a su amigo en una isla a miles de kilómetros de su hogar

Después de eso, tuvo que mover cielo, tierra, contactos y realizar, decenas de llamadas a amigos importantes para poder conseguir el vuelo que más pronto saliese hacia San Andrés, y cuando por fin pudo conseguir uno, había que soltar los billetes. Muchos billetes.

Se merecía demasiado ese licor de miel que pidió a la azafata. Cerró sus ojos y los dejó descansar, ellos también se lo merecían.

Para cuando el viaje finalizó y el avión aterrizó en tierras caribeñas, Luisfer fue uno de los últimos en salir. En todo el trayecto, el viaje había sido ameno, fresco y renovador, pero fue entonces, cuando salió a la manga del avión y sintió el golpe de calor en todo el cuerpo, que se percató realmente que había cambiado de punto geográfico.

Aplastante era la palabra que más se acercaba a lo que sentía él ahora mismo. Ya había visitado playas anteriormente en su vida, pero esta zona del caribe, por alguna razón, nunca. Y por alguna otra razón, quizás, simplemente porque si, el calor que hacía el día de hoy era tremendamente asfixiante.

Luisfer llevaba una camisa de jean de manga larga sobre una camiseta blanca; la primera, se la sacó enseguida, y la segunda, hubiese querido hacerlo, pero no era acorde... al menos hasta que saliera del aeropuerto.

Su equipaje era bastante pesado de trasladar. Llevaba dos bolsos enormes. Uno para él y otro para su amigo. Cargó todo al baúl de un taxi que era conducido por una persona que había resultado ser, incluso, más charlatana que él mismo, por lo que el viaje al Sunrise le pareció durar bastante poco.

Descendió, buscó los bolsos, y después de tantas idas y venidas, se encontró de pie, justo en frente, del increíble y fabuloso hotel Sunrise de cinco estrellas.

—Si Ricardo no está aquí... —dijo él para sí mismo, primero, con aires cansinos, pero después, al ver el cálido y vacacional ambiente que se desenvolvía a su alrededor. Sonrisas por aquí y allá, turistas dando paseos, y en su gran mayoría vestidos con ropa de playa. Sinceramente, no estaba tan mal—. De igual forma podría quedarme unos días.

Luisfer ingresó y fue recibido por uno de los vestíbulos más amplios que jamás había visto en la vida.

Un suelo que parecía haber sido fabricado por ángeles y lustrado con la saliva de los Dioses. Muros que se elevaban hacia un reluciente, brillante y espectacular techo con paneles de vidrio translúcidos, como los que suelen verse en los ventanales de las iglesias.

Columnas de mármol talladas a mano que daban la impresión de ser gigantes, inmensos y colosales. Y, por lo contrario, le daba la impresión a Luisfer de ser un minúsculo grano de arena, en comparación.

El aroma, el aire, la atmósfera, todo resultaba en un deleite a la vista. Su labio se torció hacia una sonrisita imposible de ocultar.

Ok. Era un hecho. De todas las locuras de Ricardo, esta era, sin lugar a dudas, una buena locura.

Un hombre estiró su brazo y lo agitó a lo lejos. En el vestíbulo había un sector con sillones para descansar y tomarse un refresco. Ambas actividades eran realizadas ahora mismo por Ricardo, quien continuó moviendo su brazo hasta que Luisfer llegó hasta él.

DESTELLO DE ALMAS : UN ALMA LIBRE     LIBRO 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora