Inuyasha la miró fijamente no podía entender como después de todo lo que habían pasado esa noche ella podía preguntar el precio de sus caricias, se incorporó lentamente, sentía que en cualquier momento caería desmayado del dolor, pero su orgullo le imponía seguir. Kagome se paró apresurada e intentó ayudarle a sostenerse en pie pero él la apartó delicadamente.
– Inuyasha yo... – musitó Kagome él la miró y sonrió desganado.
– No hables por favor, ahora no – pidió caminando unos tortuosos pasos y sujetándose por el espaldero de una silla cerrando los ojos para aminorar un poco el dolor. Kagome lo miró triste por su rechazo y recogió toda la ropa de su acompañante que deseaba marcharse.
– Extiende tus brazos – pidió, él abrió los ojos y la vio con su camisa en las manos, por más que quería negarse y correr lejos de esa mujer que lo hechizaba su cuerpo no se lo permitía, por lo que cumplió la orden. Cerraba fuerte sus ojos cuando las delicadas manos de la muchacha rozaban su piel, la deseaba más de lo que podía soportar. Kagome lo vistió por completo y luego se alejó, Inuyasha abrió los ojos, y la miró embelesado, ella se encontraba desnuda frente a él con los cabellos revueltos observándolo entristecida, el joven suspiró los sentimientos de la joven pesaban más que su orgullo por lo que ya estaba reconsiderando la posibilidad de quedarse y disfrutar un poco más de esas exquisitas sensaciones cuando la escuchó
– Necesito saber cuánto te debo, quiero pagarte, es tu trabajo y lo has hecho bien – aseguró en un susurro avergonzado la joven.
– Se lo cobraré a la próxima mujer con la que me acostaré, no te preocupes ni siquiera desperdicié tanto semen en ti – musitó sin pensar preso de la ira, pues ella solo lo veía como un gigoló, camino hacia la puerta la abrió y salió al exterior, recostó su cuerpo contra la puerta y ahí escuchó lo que más odiaba, el llanto de su princesa
– Soy un idiota, porque me duele tanto que me veas como un objeto – pensó antes de soltar un suspiro cansado, caminó hacia las escaleras lentamente, se sintió observado por lo que giró medio cuerpo mirando el pasillo por donde había caminado con anterioridad. – me estoy volviendo loco – susurró mientras descendía lentamente los peldaños de la escalera sujetándose por la pared para conseguir estabilidad, al llegar a la recepción no vio a nadie, tomó su teléfono y llamó un taxi en esas condiciones no era conveniente conducir.
Llegó a su apartamento y se acostó en su cama, miró el techo blanco, todo parecía tan silencioso, nunca le había pesado más que en ese momento la soledad, suspiró cansado y cerró los ojos intentando dormir pero la imagen de la muchacha sobre su cuerpo frotándose contra su pene lo azotó por lo que los abrió para eliminar esa exquisita visión, frotó su mano derecha por su cara en señal de frustración y se percató que los dedos que había metido en el interior de la mujer aún olían a su éxtasis, su miembro se puso duro al recordar los sucesos ocurridos con Kagome, pero por primera vez no tenía deseos de masturbarse la quería a ella, quería estar en su interior caliente y ver esos ojos chocolates observándolo mientras la embestía, ser el primero y el único que la haga temblar al llegar al éxtasis.
– Que me has hecho princesa – pensó oliendo profundamente sus dedos antes de cerrar los ojos y suspirar relajado.
La habitación retumbó con el sonido del timbre del teléfono de Inuyasha, por lo que abrió los ojos y se incorporó rápidamente asustado y soltó un grito de dolor por el movimiento imprudente.