máscaras incorpóreas

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Este trabajo es difícil, es putamente difícil.
No siempre tengo que encontrarme cara a cara con mis sentimientos... pero en casos así, sí. Y es una mierda.
Detesto que haya niños en sitios donde no debería haberlos.

Esta mañana me he despertado con un mensaje del jefe, era sobre un trabajo en un prostíbulo, había menores involucrados y he aceptado antes de que terminara la frase.
Al fin y al cabo el correo con los detalles ya la tenía, aunque no quisiera abrir la carpeta de imágenes.
La rabia que me produce saber que están arruinando vidas inocentes que no pueden defenderse ni por si mismas... casi le clavo un puñetazo a la pared.

El nudo que tenía en el pecho no me visitaba a menudo, era más bien algo que sucedía de vez en cuando.
En casos como este.

No le presté mucha atención y fui a la dirección que había en el correo lo más deprisa posible, pues yo era la encargada de este trabajo y todo dependía de mí.

4 am

En cuanto llegué, me alumbró la cara esa señal rosa neón y noté que el corazón me latía deprisa, me di cuenta que estaba tomando poder sobre mi esta parte que comete atrocidades sin apénese pestañear, y le dejé hacer.
Se lo merecen.

Me puse un pinta-labios de manera descuidada, me solté el pelo y me desabotoné la camisa blanca hasta que me pareció suficientemente vulgar.
No verán más que una silueta, de todas formas.

Al ser una mujer, la única involucrada en esta operación, no me quedaba otra que vestirme de prostituta, pues tampoco parecía una clienta.

—¿Por eso me toca a mí este trabajo, no?— Hablé por el chip que se escondía en mi oreja, aprovechando así para saber si funcionaba o no.
— Oh, vamos, sabes que no tiene nada que ver con que seas una mujer joven, alta, que sabe muy bien disfrazarse de puta y que le quedan de maravilla los tacones rojos.— Dijo el jefe con ironía simpática, confirmando mi teoría... joven.

Nadie sabe mi edad exacta, de donde soy o como he acabado aquí... nadie, excepto él.
Marcus, aunque obviamente ese no es sea su nombre real, igual que el mío tampoco es Desirée, tiene unos ojos verdes que solo si él quiere se iluminan, a voluntad por así decirlo. Sabe enmascarar lo que piensa a la perfección. Y aprendo y bebo de él como su más ávida alumna.

De torso para abajo es muy discreto, con una camisa y unos pantalones de traje, es capaz de disimular los músculos de quien ha llevado una vida de crímenes chapuceros, y las cicatrices de quien ya no podrá olvidarlos por más que lo intente.
Yo no debería haber visto esas marcas, joder.
Ahora son lo único en lo que puedo pensar...

—Desirée, estamos dentro, te toca.— Esa era mi señal para entrar.

de Desirée 🫐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora