Capítulo 9: Superpoderes.

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En la vida de Doyoung, o al menos los últimos años, el tiempo solía avanzar con o sin él como un tren a toda marcha y casi descarrilado; sin darle paradas o descansos, y en cierta medida, estaba acostumbrado a esa sensación de aceleración día con día. Sin embargo, le gustaba pensar que ya había terminado de pagar todas esas cuotas de mala racha, o que tal vez la maldición del espejo roto había cumplido ya sus siete años.

Fuese cuál fuese la razón, agradecía en voz bajita al universo aquella tregua que le fue extendida. Sobretodo porque está iba de la mano con la bonita compañía que la presencia del profesor significaba. Esa cena improvisada, sencilla y apresurada fue solo el punto de partida para aquella cosa burbujeante, llena de éxtasis bastante bien escondido, extraña y casi desconocida para él.

Llegar a un acuerdo mutuo donde pasar tiempo juntos fuera del horario de la estancia se volvió una nueva rutina después de algunas veces más sucediendo. Cuatro meses habían pasado desde que Doyoung habia conocido al profesor de sus hijos. Y al rededor de casi un mes completo de haber comenzado a invitar al mismo a meriendas o cenas en su casa. A veces debido a que se quedaba a cargo del cuidado de sus hijos tiempo extra, mayormente aquellas donde la carga de documentación era extrema. Esos días que Doyoung llegaba a salir conciderablemente más tarde de la oficina; solía mensajear con mayor confianza a Johnny para preguntar sobre cuidar a los mellizos un poco de tiempo más, pero una que otra ocasión simplemente era planeada por ambos a traves de mensajes sin ningún motivo necesario.

Secretamente le gustaba pensar qué, como a él, a Johnny le gustaba pasar tiempo en su compañia, que el tiempo extra que el castaño se quedaba en su casa después de haber cenado, ese donde a veces se quedaban solos porque sus hijos ya habían ido a dormir o simplemente sentados en la barra de la cocina charlando y dejando de tanto en y tanto un ojo sobre los mellizos era porque simplemente a Johnny le agraba la idea de pasar su tiempo junto a él. Sobre todo porque después de algún tiempo de invitaciones intermitentes, cenar los cuatro juntos se volvió una situación de todas las noches.

Y Doyoung llevaba bastante tiempo recluyendose a sí mismo y a su corazón de cualquier sentimiento que no estuviese dedicado a sus hijos, cada día le parecía menos descabellado el sentir que lo invadía de pies a cabeza cuando miraba aquellos ojos acaramelados del americano.

Además de que pasar sus cenas con un adulto extra en su casa se volvió bastante cómodo después de estar viviendo técnicamente a solas y a cargo de dos pequeños bebés. Las pláticas con Johnny en los sofás o la isla de la cocina pasaron de ser simplemente casuales sobre sus trabajos a ser más profundas e incluso bromear juntos cada vez más.

Pero a pesar de que cada día se convencía a sí mismo que a Johnny podía agradarle como a él el pasar su tiempo con ellos, a veces se sentía demasiado invasivo con su tiempo y presencia. Eran amigos, de eso no había dudas, y Johnny siempre había aceptado todas y cada una de sus invitaciones sin poner peros; a Doyoung no le gustaba la idea de hacerlo sentir obligado a irse a casa con ellos siempre. Entonces por supuesto que Doyoung en varias ocasiones le había ofrecido una paga por su ayuda, cosa que Johnny nunca le aceptaba, bromeando con dejar de ayudarle si seguía haciéndolo, como esa noche.

—En serio, si sigues ofreciéndome dinero por ayudarte, me ofenderé. —Rechazó la cantidad que la mano extendida del pelinegro le ofrecía, en cambio usó la propia para envolver la de Doyoung para cerrarla. —Y dejaré de cuidar a los niños.  —Bromeó arquenando una ceja con una sonrisa creciente.

Doyoung al escucharlo abrió los ojitos asustado, negando rápidamente con la cabeza mientras retiraba su mano del mostrador de la barra de su cocina. Riéndose un segundo después al captar la sonrisa del castaño.

—Vale, vale. Está bien. —Se rindió, guardando el efectivo y levantando las manos a sus costados en un gesto e rendición. Segundos después volvió a recargarse sobre la isla de madera entre su cuerpo y el del profesor en un medio silencio, roto solamente por el sonido de la carictura emitiendose en el televisor y las voces de sus hijos jugando en la sala. —¿Puedo preguntarte algo?

Bruce Lee! • JohndoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora