ÚNICO.

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Las luces neón iluminaban con tonos violáceos el rostro de la mucama que limpiaba una de las tantas mesas del local. Con su falda rojiza, camisa blanca a botones y gorrito de mismo color rubí tomó el pequeño trozo de tela con el cuál lustraba aquella mesa y suspiró cansada.

Afuera el clima estaba tranquilo a pesar de ser media noche. El lugar estaba casi desértico, evitando a las dos personas en una esquina y al pequeño grupo en otra. A altas horas de la noche la clientela bajaba de manera abrupta.

Su rubio cabello molestaba gracias al flequillo, por lo cual cuando enderezó su espalda lo acomodó con algo de frustración.
Entre pensamiento y pensamiento sobre próximamente cortarlo, se dirigió hacia la zona de la cocina, detrás de una de las puertas escondidas por el mostrador.

Al llegar allí, saludó vagamente y como por quinta vez a los mismos trabajadores que estaban en la misma situación que ella. La mayoría eran adolescentes casi adultos, por lo que se llevaban bastante bien (o eso trataba ella).

—¿Mucha gente? — escuchó por el lugar

La voz masculina rebotó entre las paredes cuando ella se encogió de hombros y se dirigió hacia la canilla donde se lavaban los platos, vasos y cubiertos.
—Sólo una pareja y un grupo de cuatro. — murmuró abriendo la canilla

Cuando el agua comenzó a salir, ella puso debajo de esta el pequeño trapo con el que había limpiado las mesas hacía momentos atrás. Una pequeña afirmación se oyó detrás suya.

Las noches eran muy aburridas allí.

Por lo general, en la tarde iban familias, amigos jóvenes, adolescentes, niños, adultos. Las charlas entre cliente-trabajador eran muy recurrentes y amenas. Claro con sus excepciones, pero siempre había uno más amable que el otro para tapar aquél disgusto por parte de tal persona.

Aquella rubia de bellos ojos verdes cerró la canilla con una de sus manos. Ya con las dos desocupadas, comenzó a escurrir el trapo de tela, deshaciéndose de los restos de agua que quedaban en esta.
Doblandolo y dejándolo a un lado, tomó uno ya seco y lo pasó por sus manos.

La campanilla del lugar sonó nuevamente, y ella sólo suspiró.

Miró al muchacho que antes le había hablado, este se hizo el tonto, la otra jóven sólo dormía sentada y bueno, el otro tipo era demasiado callado y... Con muy mal genio.

Si quería seguir manteniendo su clientela, era mejor ir ella misma y no mandar a aquél demonio reencarnado.

Ella volvió a suspirar.
Dejó el trapo seco a un lado y se acercó a aquella puerta de madera con un pequeño ventanal redondo en el medio, poco más arriba de su cabeza.

Con cara larga, llegó hasta allí. Pero toda mala expresión por su parte cambió cuando la puerta fue abierta por otra persona que no era ella.

Con su cabello caído, oscuro, sonrisa colmilluda, ojos alumbrados por violáceas luces, ella sintió su corazon de casi adulta bombear alegre al verlo.
Él apoyó su cuerpo en el marco de la puerta, tomando este con una de sus manos y sonriéndole de la manera más hermosa y atractiva a la chica frente suya.

—¿Qué dices? ¿Un paseo? — preguntó repentinamente elevando una ceja

Ella río por la nariz. Luego de mirar a sus compañeros, decidió tirar todo a la mierda e irse con él.
Rápidamente se quitó aquél estúpido gorro y aquél pequeño delantal junto a la diminuta libreta y lapicera dentro de sus bolsillos.

—¡HEY!

Y aún así, evitando los gritos, rió y tomó la mano del jóven para salir corriendo de aquél local de postres y comidas.

fitito 𖦹 𝘀𝘂𝗻𝗴𝗵𝗼𝗼𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora