Capítulo 11

5.1K 281 16
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Voy en brazos de uno de los guardias hacia la habitación, el dolor de mi tobillo se vuelve cada vez más insoportable y me dejo llevar sin protestar. No he parado de mirar al hombre que me lleva en sus brazos porque su rostro me es muy familiar, creo haberlo visto, lo que no sé es donde, intento hacer memoria y recordar, pero nada, sigo sin saberlo y el dolor ya no deja que piense en nada.

Me deja suavemente sobre mi cama.

—¡Gracias! —le digo y el asiente con un gesto curioso y se gira para retirarse.

Fue en ese momento, con ese gesto en particular que lo reconocí.

—Con que eras tú el desgraciado espía. —Le aviento una almohada sobre su espalda—. Te recuerdo aquel día en la universidad que tropezamos, desgraciado.

Él ni si quiera volteo a mirarme y cerró la puerta tras de sí.

Cuanto tiempo había estado espiándome, no entiendo porque se obsesionó conmigo. Comienzo a masajear mi cabeza tratando de encontrar una respuesta, pero no la hay y es frustrante, absolutamente desquiciante. El dolor de mi tobillo ataca de nuevo y reprimo las ganas de llorar respirando profundo y mordiendo mi labio inferior.

«Calma, Esmeralda, todo estará bien», me tranquilizó a mí misma.

La puerta comienza a abrirse despacio dejando ver la punta negra de su zapato. Un dolor se instala en la boca de mi estómago, tomo una profunda respiración e intento mantenerme firme, pero mi firmeza se acaba cuando lo veo con el armamento en la mano.

—¿Cómo te encuentras? —Se queda parado a un lado de la puerta mirándome con tranquilidad.

—¡Superbién! Estoy de maravilla —contesto sarcástica.

Comienza a caminar lentamente hacia mí. Apoya su rodilla en la cama e inclina su cuerpo quedando muy cerca. Comienza a subir la mano con la que tiene sostenido su arma y apuño los ojos esperando lo peor. Cuando siento el frío del metal en mi sien mi cuerpo comienza a temblar.

—No me obligues a encadenarte, cariño. Pórtate bien y tendrás el mundo a tus pies.

Asiento totalmente atemorizada y él se aleja. Es ahí cuando abro mis ojos y lo veo abrir la puerta sin salir del todo. Lo escucho hablar con alguien, pero no logro entender lo que dicen. El termina por salir y otro hombre entra a la habitación.

Al ver su maletín puedo imaginar que es el doctor que viene a verme. Es un señor mayor, lo delata su cabello encanecido, es de estatura baja y moreno de piel.

—Hola, Esmeralda, ¿cierto? —pregunta con una sonrisa.

—Sí —respondo aún nerviosa.

—¿Puedo? —Señala a un lado de mi cama.

—Claro que sí.

Él se sienta a mi lado y comienza a mover mi pie. Chillo del dolor apretando la almohada con fuerza.

—Tranquila, no es una fractura solo debo inmovilizar.

Saca de su maletín un vendaje y comienza a envolver mi pie. Yo mantengo mis ojos cerrado para tratar de evitar el dolor. Y después de unos cinco minutos me anuncia que ha terminado.

—Debes mantenerlo en alto, te ayudaré con unos cuantos cojines. —Coloca un cojín sobre otro y deja mi pie sobre ellos—. Debes tomar un calmante para el dolor, le daré la receta al señor Patrick.

—Le agradezco mucho —digo sincera.

La puerta se abre y vuelve a entrar el señor indeseable con su cara de pocos amigos.

—¿Todo bien? —pregunta al doctor.

—Solo un esguince, Patrick. Se pondrá bien. Le recetaré unos calmantes debo realizar la receta.

—Gracias a ti, doc. Ve con Aquiles a la sala de estar, prepárala y entrégasela a él.

Estrechan sus manos y el doctor sale con el idiota que ya sé que se llama Aquiles.

Nuestras miradas se encuentran y la tensión se hace tan grande que se puede cortar con un cuchillo.

—¿Te das cuenta de lo que ocasionas, Esmeralda? —pregunta buscando algo en su saco.

—Toda esto por ti, déjame en paz. Deja que me vaya.

—Me temo que eso no será posible. Ten. —Me entrega la caja de cigarrillos y el encendedor.

Tomo la caja de mala gana, los abro y saco uno para llevarlo a mi boca.

—¿Supongo que puedo? —Alzo una ceja.

—Tú puedes hacer lo que desees, menos escapar de mí.

Trago grueso y las manos comienzan a temblarme impidiéndome encender mi cigarrillo. Él se da cuenta de mi dificultad y se acerca, me arrebata el encendedor y lo presiona por mí acercando el fuego al cigarro que llevo en mis labios. Inhalo el humo y cierro los ojos satisfecha.

Dejo escapar el humo con malicia directo a su rostro y el ríe. Se acerca un poco más y agarra mi mano libre y engancha algo a mi muñeca.

—¿Qué haces? Suéltame —grito mientras halo la muñeca, pero duele.

Él se aparta y cuando me veo estoy esposada de una mano a la parte baja de la cama.

—Para que aprendas a comportarte, cariño —dice sin más y comienza a caminar hacia la puerta de salida.

—¡Me las vas a pagar Patrick Damasco, te lo juro! —digo lo bastante fuerte y el sale cerrando de un portazo.

Esposada de una mano y con un pie lesionado. Bravo, Esmeralda ¡Qué bien!

Doy otra calada a mi cigarrillo que es mi único compañero y cuando termino lo aviento al piso porque no puedo moverme a buscar un cenicero o algo donde tirarlo.

Una música leve comienza a sonar y no tengo ni idea de donde proviene, pero me resulta relajante. Me acomodo como puedo en la cama tratando de buscar comodidad, y por difícil que parezca lo consigo. Me quedo quieta por un momento y sí me siento un poco cómoda.

Aquiles entra en mi habitación para deja sobre la mesa una caja de pastillas. Me comenta que debo tomarme una y pongo los ojos en blanco, ya que justo había encontrado comodidad, pero no tengo otra alternativa más que hacer lo que dice. Con su ayuda me incorporo y el me tiende un vaso con agua, la pastilla y procedo a ingerirla.

—Vuelvo en un par de horas, señorita —me dice con gentileza.

—Aja —murmuro con fastidio.

Vuelvo a batallar con mi dolor para estar cómoda y en cuanto lo consigo cierro mis ojos para sumergirme en un profundo sueño.

...

Cof, cof.

No dejo de toser, siento un fuerte picor en mis ojos y una opresión en el pecho. Abro mis ojos con dificultad y veo una gran nube de humo ¿Qué es esto? Comienzo a abanicar con mi mano libre, pero es inútil comienzo a sentir que me falta la respiración.

—¡Ayuda! —Pude apenas decir... 

Riesgosa SeducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora