Ya para media mañana, la temperatura se había elevado tanto en la ciudad que resultaba sofocante. Lucerys había tenido que aguantar las ansias que separarse de Jacaerys en cuanto su hermano mayor le había sugerido visitar el mercado de Desembarco con el único objetivo de matar el tiempo paseando hasta la hora del almuerzo, pero había tenido que resistir el impulso porque corría el riesgo de que el otro notara su impaciencia y en vez de dejarlo ir en paz sucediera algo peor, que lo siguiera a escondidas.
Al menos, el calor le ayudó a disimular un poco el mal humor que llevaba encima cuando, ya luego de una hora de caminata extenuante por las calles de piedra recalentadas por el sol en lo alto, había tenido que acarrear consigo la capa, el abrigo y hasta la chaqueta en los brazos quedando sólo con la camiseta inmaculada ya pegada al torso por el sudor; se había pasado tantas veces la mano por la cabeza y el rostro en un afán por quitarse el cabello que ya le molestaba que, sin verse en un espejo, podía imaginar el aspecto deplorable que tenía: los cabellos revueltos, el rostro enrojecido en parches aislados de color carmesí concentrado en sus mejillas y el sudor recorriéndole el cuello y perdiéndose por el dobladillo de la camiseta.
— Jace, vuelvo al castillo. Tú sigue, yo ya no aguanto más.— Entre el gentío, Jacaerys volteó apenas hacia él, una ceja levantada. Lucerys no llegaba a comprender cómo su hermano mayor aún conservaba la chaqueta puesta sin morir cocinado.
— No aguantas nada. Madre y Daemon te miman demasiado.
— Sí, sí, me voy a que me mimen. Adiós.
En la mayoría de las ocasiones, Lucerys solía comenzar una discusión cuando su hermano mayor sacaba a colación el tema reiterativo de la preferencia que tanto su madre Rhaenyra como su padrastro Daemon solían tener para con Lucerys, única y exclusivamente basada en los celos que Jacaerys experimentaba por ello; sin embargo, en momentos como aquel en los que tenía algo más interesante que hacer, lo dejaba pasar y tuvo suerte de que Jacaerys también soltara las ganas de pelear, al menos de momento.
Aún así, paranoico por saberse en falta, Lucerys volteó en varias oportunidades durante su camino de regreso al palacio de Desembarco, temeroso de que su hermano mayor realmente lo estuviera siguiendo. Al llegar al castillo, jadeó aliviado por el contraste de temperatura que había entre el exterior caldeado y de aire sofocante y el interior, fresco y oscuro de los corredores levantados por piedras altas y gruesas. El trayecto, de corredor a corredor, le generó a Lucerys otro tipo de ansiedad muy distinta a la que había sentido fuera del lugar: ahora lo embargaba la expectativa, la impaciencia por llegar a lo que allí se conocía como Fortaleza Roja.
El sitio, en general, estaba sospechosamente tranquilo; en su recorrido no se topó con su madre ni con Daemon, mucho menos con alguno de sus hermanos menores. Los pasillos se hallaban prácticamente desiertos a excepción de algunos guardias desperdigados y, la ausencia real de vigilancia por el lugar le permitió llegar a las escaleras que conducían al sector del castillo en donde Alicent se había instalado tiempo atrás; una punzada de advertencia se instaló al costado de su torso en cuanto pensó en la posibilidad de cruzarse con Alicent o Aegon ya en aquel lugar; ¿qué excusa les daría, que se había perdido por el cerebro frito por el calor? Conociéndolos, era muy probable que así lo creyeran más no era la mejor de las opciones.
Quería confiar en la palabra de Aemond y en la promesa de que el lugar estaría deshabitado hasta el almuerzo.
Al ascender las escaleras, Lucerys se detuvo en seco cuando un par de guardias le impidieron continuar. Separó los labios listo para soltar una retahíla de fingida indignación por semejante tratamiento al hijo de la heredera al trono de hierro pero, de un momento al otro, los sujetos se miraron entre sí y volvieron a sus posiciones de guardia habituales, liberándole el paso. Lucerys aguardó un par de segundos más y comenzó a caminar con paso más tranquilo, receloso.
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Clandestino [Lucemond]
RomanceLucerys y Aemond mantenían un romance oculto pese a los enfrentamientos cada vez más que evidentes entre las dos facciones de la familia sin que a ninguno de los dos les importara siquiera que alguien los descubriera.