Capitulo 32

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Me aferro a mi bolso, entro al lugar, algunas personas me observan, mi vestido no congenia con la temática del bar, camino hasta posicionarme frente a la barra, miro examinando lo que me rodea, las personas visten normal, nada formal o descarado, ...

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Me aferro a mi bolso, entro al lugar, algunas personas me observan, mi vestido no congenia con la temática del bar, camino hasta posicionarme frente a la barra, miro examinando lo que me rodea, las personas visten normal, nada formal o descarado, el bar parece un lugar al que vendrías con tus amigos.

—Buenas noches —el barman llama mi atención—, ¿te encuentras perdida?

Niego, me inclino sobre la barra.

—Recibí una llamada de este lugar —trato de explicar—, me pidieron que viniera por alguien.

—Claro —asiente, señala la esquina donde termina la barra—. Ahí está, pidió que la llamáramos.

Volteo a ver el lugar que señaló, camino con pasos titubeantes hasta llegar a un lado del hombre recostado sobre la barra, coloco mi mano sobre su hombro, detengo mi vista en su cabello, su rostro se mantiene oculto.

—Axel —sacudo su hombro—. Axel, despierta.

Se remueve con pereza, sonríe cuando me reconoce, eleva ambos brazos hacia el techo.

—¡Afrodita! —grita entusiasmado—. Siéntate, bebe conmigo.

Le hace una señal al barman para que sirva dos tragos, este me mira dudoso, niego a su pregunta silenciosa.

—Ya es suficiente, debes ir a casa —intento convencerlo.

—No —niega, arrastra las palabras—. quiero quedarme, quiero celebrar la muerte social de mi hermano.

—¿De qué hablas? —frunzo el ceño, me dejo caer sobre el banco, a su izquierda—. ¿Cuándo iniciará su juicio?

—El juicio inició hace mucho tiempo, mañana dictan si lo encuentran inocente o culpable —suelta una risa sarcástica.

—No veo lo gracioso, estas pasado de copas—me quejo.

Se tensa, sus fracciones se endurecen, su mirada se vuelve fría, distante.

—Lo gracioso es que ya no sé qué creer —golpea la barra con su puño—. ¡Él jura que es inocente! Me juró que solo había rentado el lugar una sola vez, después lo dejo abandonado cuando aún no terminaba el contrato, que no tiene nada que ver.

—¿Ya no le crees? —ladeo mi cabeza.

—No lo sé —jala algunos mechones de su cabello—. Debo tener la peor familia del mundo —afirma.

Frunzo el ceño, sin comprender.

—Mi madre organizo un matrimonio arreglado sin mi consentimiento, ella me corrió de la casa cuando me negué a casarme —suelto de golpe—. Ella quería entregarme como ganado, como si fuera un objeto, solo porque no soportaba la idea de que su hija veinteañera fuera una solterona —relato.

Me mira sorprendido, sin poder creer lo que le he revelado.

—¿Qué? —finjo inocencia—. Pensé que era una competencia de quien tenía a la peor familia. Al menos tu hermano puede ser inocente, mi madre no.

30 años, ¿Y qué? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora