CAPÍTULO 6: Entre petunias.

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Las petunias tienen una variedad de significados que podrían representar los sentimientos hacia alguien o verdades ocultas de una persona.

Rojas: Pasión, amor, erotismo desenfrenado.

Rosas: coqueteo, el inicio de una relación.

Azules: Amistad.

Moradas: celebraciones en un buen ambiente y atraen buenas energías.

Amelia lleva un rato picoteando unas uvas que hay en una de las fuentes que se distribuyen por la gran mesa que han puesto en el porche exterior de la zona de la piscina, donde se han reunido ya algunos clientes que conversan entre sí. Min-ho, que está muy poco hablador desde lo de Assane, está sentado en el borde de la piscina con las piernas dentro del agua y con ninguna intención de salir de su burbuja de melancolía. Amelia se siente impotente en este tipo de situaciones porque es consciente de que no ha nacido con un don para empatizar con el tema de "relaciones amorosas". Ella siempre ha sido un alma libre, sin ataduras, y nunca ha entendido muy bien por qué la gente se obsesiona tanto con la idea de tener pareja. Para ella nunca ha sido una prioridad. Por lo tanto, aunque tiene mucha experiencia en cuanto a materias sexuales se refiere, no está muy familiarizada con los problemas sentimentales que acarrea una relación.

Cuando va a dar un paso hacia su amigo con la torpe intención de animarle, se gira al escuchar la risa histriónica de Emma. Mara y ella acaban de aparecer en el jardín, y no sabe de qué están hablando, pero debe de ser algo divertido, ya que la risa de Emma ha sobresaltado a todo el mundo. Pero ella, como siempre, ajena a las miradas que despierta, se acerca hacia Amelia sin ser consciente de que todo el mundo la mira.

Amelia siempre ha sabido lo que se esconde tras la relación de esas dos. Las tres se conocieron hace más de tres años en el gimnasio y surgió una fuerte conexión que se extendió más allá de las clases que compartían cada semana. Ya entonces se dio cuenta de lo unidas que estaban ese par de dos. Pues, sin ir más lejos, Emma, que trataba de ganarse la vida como actriz, había abandonado Madrid (lugar donde tendría más opciones de lograrlo), sólo para seguir a Mara hasta Granada. Que ambas eran más que amigas era algo que todo el mundo sabía y que nadie decía. La intuición de Amelia le llevaba a pensar que Emma era la única que no sabía lo que estaba pasando. Que no aceptaba, más bien, lo que sentía por Mara. A ella le entristecía aquella situación y sentía lástima por Mara, que llevaba su amor en silencio. Pero, una vez más, Amelia se sentía incapaz de aconsejar o ayudar a ninguna de las dos con respecto a ese tema. Por un lado, porque creía que aquello no era asunto suyo, y por otro, porque temía que el día que aquello saliese a la luz, la amistad entre ambas podría irse al garete. Y ella no quería presenciar aquello.

Suspirando para tratar de alejar esos problemas de su mente, Amelia se adelanta para atrapar a Emma del brazo y detenerla:

—¿A dónde vas? — le dice adivinando sus intenciones.

—A sacar a mi triste amigo de su estado depresivo— responde Emma con cara de inocente.

—¿Y te parece que tirarle al agua sin avisar es un buen remedio para eso? — replica Amelia que no ha fallado en sus predicciones sobre lo que Emma pretendía hacer. Su amiga siempre es impulsiva y visceral, lo que, con algo de práctica, la convierte en alguien predecible.

—A situaciones desesperadas, medidas desesperadas— dice Emma encogiéndose de hombros y acentuando su sonrisa y su cara de no haber roto ni un plato en la vida.

—Por favor, Mara. Átala, aunque sea con una correa, pero no dejes que esta loca la líe esta noche, te lo ruego. —Le suplica Amelia.

—Tranquila, —responde Mara cogiendo a Emma de la tira de su vestido, — la tengo. —Y tanto ella como Amelia se ríen ante la gracia.

EL JARDÍN QUE DIBUJAMOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora