Hoy es lunes de 17 agosto de 2023.
Ya va a hacer una semana que ingresé en paliativos, apenas puedo mover el brazo izquierdo. Me han drogado como a un oso, pero tengo que admitir que aún lo tengo hecho mierda; me recorre un dolor desde el hombro hasta el mismo ápice de mis dedos: es insoportable. Creo que estoy más grave que nunca. Ya me han dicho que lo más oportuno para mi salud es la amputación, si no el cáncer se extenderá demasiado. Y, bueno, no quiero que se pase de listo; suficiente que tiene el brazo...
No sé realmente porque estoy redactando estos pensamientos en mi cuaderno, pero me lo han recomendado; sobre todo mi padre de hospital, el doctor Márquez, quien me ha salvado la vida un par de veces y se ha encargado de llevar mi caso como si fuera suyo. Se lo agradeceré adecuadamente algún día, cuando salga de este puto antro. Dicen que es para estirar los músculos, relajar la mente y cosas de esas. Lo hago sabiendo que, quizás, esto solo lo leeré yo, pero me da igual: quiero saber, cuando me cure de este maldito cáncer, cuáles eran los pensamientos que se le rondaban por la cabeza al imbécil adolescente de Carlos. Haga lo que haga, estas palabras las escribo para desahogarme. Para contaros en qué consiste ser paciente de riesgo en un hospital. Porque como todo en la vida, cada cosa tiene su lado bueno y su lado malo.
Me he levantado un poco tarde, poco más de las once (normalmente me suelo levantar a la hora de comer, las putas sesiones de quimioterapia me dejan mustio y ya no quedan ganas ni de moverse). Abro los ojos y lo primero que pienso al ver mi cuerpo tendido en una cama de hospital es algo así: "estoy hasta las narices de los tubos, las mascarillas o los molestos pinchazos, que vienen cada noche a joderme el sueño (si es que se le puede llamar así) "; sin embargo, no me rindo. No soy de esa clase de personas y, supongo, que esa es otra de las razones por las que me encuentro ahora escribiendo estas palabras. No estoy muy bien, ¿sabes?, aborrezco ese dolor en el pecho que arrastro desde ayer, y, por supuesto, a éste le acompaña una tos cavernosa que apenas me deja soltar una palaba sin que me interrumpa. Es que vaya putada, que ni siquiera puedo reírme, que siento como si el cuerpo se me llenara inmediatamente de flechazos y apenas puedo sonreír. Quizás esta enfermedad me haga sufrir físicamente, me linche cada día de mi vida, pero tengo claro que no me voy a dejar abatir tan fácilmente. A este bicho cabrón le van a hacer falta unos cuantos meses más para matarme, si es que no lo echo a patadas antes.
Sé que puede parecer triste, "pobre chico, que está perdiendo su vida" dirían algunos; pero os digo una cosa: llevo un par de años ya combatiendo con el bicho este, que no muere ni a tiros. Recuerdo entrar por primera vez a un hospital con catorce años junto a mis padres y ver las miradas tristes de los familiares que, sin esperanza, acompañaban a sus seres queridos; gente en silla de rueda o, incluso, alguno que otro con varios parches. Tuve que abandonar mi vida y todo lo que había en ella: mi educación, mis amigos, mi casa. Entonces comenzó mi vida de hospital. Desde entonces he perdido mucho: en cuestión de cuatro años he estado en tres hospitales, cuatro habitaciones y he visto morir a seis de mis compañeros; algunos no tenían pierna, a otros se les apagó el corazón de un plumazo y hubo, incluso, algunos cuyos cerebros se marchitaron sin ni siquiera decir adiós. Todos eran igual de importantes para mí y dejaron este mundo bruscamente; por contrapartida, también he ganado algunas batallas, entre ellas una que siempre recordaré: cuando perdí a Fabiola (mi primera novia) a causa de una leucemia. Lo pasé fatal, estuve días llorando y pataleando como un loco en una jaula. Ver el vacío de su cama me destripaba el alma; No obstante, con el debido tiempo entendí que la vida no se basa de contar las perdidas, sino también de tener en cuenta que, incluso en el peor de tus días, se puede ser alegre.
Antes de continuar, quiero hablaros un poco más de ella. Me parece que lo que me aportó también tendrá valor para vosotros (y para mi futuro yo, si es que algún día me da por soplar el polvo que adornará este diario manuscrito).
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Rincón de Gonzalo
RastgeleUn libro de relatos y pensamientos profundos sobre la vida....